28.3.06

Teatro foxista

Mayo 14, 2004.


Es una lástima que los críticos no comenten las puestas en escena de las escuelas de teatro. Sería una manera de tomarle el pulso desde sus orígenes al fenómeno teatral. Y vale la pena recordar que momentos axiales del teatro mexicano se han dado en ese tipo de puestas. Por ejemplo, Cementerio de automóviles que lanzó a un director como Julio Castillo o In memoriam a toda una generación de actrices.
Casi siempre la inasistencia de la crítica se justifica por no considerar profesionales a los jóvenes actores. Lo cual es difícil de sostener si se comprueban los años, las hambres y los programas académicos de las escuelas. Fernando de Ita, siempre una excepción, escribió hace unos días, y sin concesiones, sobre la puesta en escena de Martín Zapata en la Facultad de Teatro de la Universidad Veracruzana.
Los jóvenes actores que han terminado sus estudios en el Centro Universitario de Teatro montaron, bajo la dirección de Sergio Galindo, recio artista sonorense, El camino rojo a Sabaiba de Oscar Liera. La temporada en México ha sido un éxito, como suelen serlo en el Foro del CUT desde hace unos años, y, ahora, la compañía ha cruzado el país para presentarse en Hermosillo y comenzar, apadrinados por un actor excelente que un día hizo el viaje para luchar contra el desprecio por cuanto huele a “provincia”. Ese actor es Jesús Ochoa.
Quiero consignar los nombres de estos profesionales: Sebastián López, Ammel Rodrigo, Santa Cecilia, Luz Vallmen, Carlos Cruz, Pablo Laffitte, Alicia Lara, Juan Carlos Cuéllar, Raymundo Elizondo y Natyeli Flores.
Y, mientras hay quien sueña con transformar y ser transformado por el teatro, el más reciente acto de la puesta en escena foxista me recuerda a mí, en la secundaria, cuando me obligaban a jugar futbol.
Me ponían frente a la portería, vacía, con la pelota inmóvil, simplemente para que le diera una patada, ¡una!, y con ese gol cumpliera la materia de Deportes. Pues, imposible. La pelota salía para la izquierda, para la derecha, para atrás o me resbalaba con ella, rompiéndome invariablemente los anteojos.
La dramaturgia de los capítulos sobre los videos de Ahumada y sobre el enfriamiento de relaciones con Castro no sé si fue de un solo autor o creación colectiva. Tal vez la idea partió de algún genio, tipo Fernández de Cevallos (que, de pasadita, quería mandar a la lona a Creel), el cual vio demasiada televisión del Canal Sony, y luego muchos metieron mano. El problema es que, al final de cuentas, los villanos ya son los héroes gracias al gobierno foxista.
Que el camarada Ponce se haya llevado muchísimo dinero de las arcas de una ciudad endeudadísima, y que ni su jefe, ni la contralora de su jefe, deban responder por ello, se ha olvidado a todos. Gracias a la manera de manejar un caso clarísimo, Fox ha puesto a un país entero, sollozante, clamando a gritos por desagraviar al Jefe de Gobierno. ¡Y seis años serán poco tiempo para desagraviarlo suficientemente de tanta inmundicia!
Nadie piensa que si una vez le fallo su mirada de rayos X a AMLO es muy probable que, en muchas otras áreas, le haya fallado también. O que le vuelva a fallar en el futuro, porque el innombrable Lex Luthor siempre estará ahí. O que él es más socio de Lex Luthor de lo que la dramaturgia foxista permite siquiera suponer.
Y el otro mártir es Fidel, el Comandante Fidel. El sí un héroe, conductor de masas. Le queda un títere de quinto nivel, porque con Arnoldo Ochoa fusiló a los ya preparados, y los otros están más viejos que Fidel mismo. Pues ese títere se ha vuelto héroe de la prensa y la sociedad mexicana. Ya se estudian sus discursos como ejemplos de impecable retórica. Todo gracias a la puesta en escena foxista.
Y la pelota estaba ahí. Era sólo cuestión de tirar a una portería que, para ser justos con Creel y Derbez, esta vez no estaba vacía como en mis años de secundaria.
Por lo pronto, ya se reparte, en forma de estampitas, la imagen de Fidel y en el reverso, con mil años de indulgencia revolucionaria, la oración del Che en su carta de despedida cuando se fue a Bolivia. Fidel dice que el Che le dejó esa carta. Hay que creerlo, porque a Fidel todo se le debe creer. Fidel no miente como miente el que dijera aquello de “cenas y te vas”, pecado muchísimo más grave que fusilar balseros. Pues, en un acto de contrición que ya quisiera cualquier santo de cualquier Iglesia, dice Fidel que escribió el Che a Fidel: “Mi única falta de alguna gravedad es no haber confiado más en ti desde los primeros momentos de la Sierra Maestra y no haber comprendido con suficiente celeridad tus cualidades de conductor y de revolucionario”. Yo soy un irredento. Además de que no quiero desagraviar al Súper Peje durante seis años, no confío en Fidel, no comprendo (ni con celeridad ni con pachorra) sus cualidades ni lo considero conductor ni revolucionario. A pesar de los esfuerzos de la puesta en escena foxista: simplemente no creo.