28.3.06

Por el teatro escolar

Mayo 28, 2004.


Los defensores de los nazis (que, en México, fueron muchísimos) negaban en su momento crímenes que, al fin de la guerra, se conocieron en toda la inmensidad de su horror. Hoy, por más que las situaciones sean distintas, se está cometiendo un genocidio contra el Islam, y las fotos de las torturas apenas son la punta de un iceberg sin defensa posible. Que en el Islam haya terroristas no justifica el crimen masivo de Bush y de Sharon ni el maltrato constante de la culta Europa a los emigrados.
Ese inmenso horror se suma a otros con los cuales convivimos diariamente. Tiempos de elegir: nos damos por vencidos o continuamos respirando para transmitir el ritmo de esa respiración que nos fue heredada. Yo elijo un legado absolutamente actual que conforma lo más auténtico de nuestra ritmo vital.
Por ejemplo, el Calderón de la Barca de El astrólogo fingido. En una de sus comedias menos conocidas, escrita hace 373 años, Calderón nos explica cómo hacer una industria de la mentira en una sociedad tan ávida de que la engañen hoy como entonces. Hoy, con toda la fuerza de los mass media, entonces con técnicas más simples: “como trompeta pulida / mi vozarrón ha de ser”. Para el caso es lo mismo: la creación de fingimientos, de héroes y villanos, de mártires y verdugos. Siempre de superficialidades que apartan de lo esencial.
Mientras veo cómo se divierten los muchachos de secundaria (para los cuales he montado la obra en Mérida) con las majaderías de Don Pedro, pienso en lo que estamos haciendo para el 2006: astrólogos fingidos en lugar de programas políticos y culturales en una patria que se nos desbarata ante el único juicio de los mass media que definen “lo importante”.
“Haz unos pases así”, dice Calderón, para elevar hasta La Silla a quien maneje mejor la máquina publicitaria. Así llegó Fox al poder y así quieren llevar unos a López Obrador, mientras que otros quieren así impedirle la llegada. Pues tú a “todos responder / una vez sí y otra no. / Pues ¿qué astrólogo atinó?”
Calderón se burla de sí mismo y se burla de nosotros: astrólogos fingidos, demócratas de último momento, acomodaticios y convenencieros, que aparentamos virtudes, castos y honrados de puertas afuera. Se ríe Don Pedro, me río yo y, sobre todo, se ríen los chavos de secundaria: “¡Así que éste es el honor / que tan caro nos vendía! / ¡Cuántas con honor de día / y de noche con amor / habrá! Con puerta clavada, / pañuelo, Beatriz, zaguán, / jardín, ventana y Don Juan, / la (fulana) fuera honrada!”
Y el genio de la lengua, resonando, eficaz en el reencuentro con la propia raíz, en tiempos televisivos de Big Brother y de teatro siempre traducido. Sí, 373 años después, la riqueza, la malicia, la invención, el ingenio y el manejo del lenguaje continúan fascinando a muchachos cuyas miradas aún brillan.
Al fin de cada función, cuando digo a los muchachos quién fue Calderón, siento que cumplo, ahora sí y aquí sí, con mi sentido pleno de ser teatral.
“Este Don Pedro nació hace 404 años y es tan joven como ustedes”, les digo, y me creen porque lo sienten. Porque Don Pedro está ahí, riéndose con nosotros de la misma sociedad que lo victimó como a nosotros nos victima.
Si algún programa es importante, para la descentralización y la promoción del teatro entre nuevas generaciones, es este de Teatro Escolar. Cuando me invitaron a participar así lo entendí y así lo he oficiado: como la auténtica misión.
Así quisiera que se siguiera tomando. Por ello quiero manifestar mi estupor ante el repertorio obligatorio para los participantes de este año. No hay un solo clásico castellano y los únicos de otra lengua son Ben Jonson (con faltas de ortografía en el documento que llegó a mis manos), Molière y Goldoni. Y Ben Jonson a partir de una adaptación de Mauricio Jiménez, cuyo trabajo he aplaudido siempre, incluido el Volpone que viajó felizmente a Italia. Pero lo más débil de esa puesta era precisamente la adaptación. ¿Por qué han de conocer estudiantes de secundaria a Ben Jonson y su maravilloso Volpone en lo que sólo fue una dramaturgia colectiva para una correcta puesta en escena?
Pongo sólo un ejemplo, pero me preocupa casi todo el repertorio. Ojalá una de las primeras acciones de Ignacio Escárcega, a quien doy la bienvenida a lugar tan complejo, sea la de revisar y justificar pedagógicamente lo que, mucho me temo, a veces suena a ocurrencias entre cuates para llenar la papeleta de algo sin mayor importancia. Aplaudí la recuperación de Teatro Escolar desde tiempos de Mario Espinosa y creo que valdría la pena revisarlo y evaluarlo al día de hoy. Podría comenzarse con los textos propuestos. Muchos son impecables, otros de inclusión incomprensible y hay enormes ausencias. Me gustaría discutirlo con la mejor voluntad en este mismo espacio porque, a pesar de su pobre presupuesto, ese Programa es algo real, más allá de una retórica que, como en el Astrólogo, sólo es fingimiento.