29.3.06

El centralismo, la otra Conquista

Junio 25, 2004.
La realidad de las políticas culturales no está en los devaneos retóricos de quienes se disputan presupuestos sino en el México de verdad. El México que subsiste a pesar de todo y es capaz de transformar una lata vacía en una manifestación estética de estudiantes que apenas saben leer y escribir. La realidad está en los lugares recónditos donde los maestros de educación artística tienen pasta de mártires e imaginación de magos.
Pude palpar de cerca cómo se sobrevive en el I Congreso Peninsular (Campeche, Yucatán y Quintana Roo) de Educación Artística que, con el nombre de “El arte de enseñar el arte”, se llevó a cabo en el Centro Estatal de Bellas Artes, dirigido por la profesora María Luisa Cardín, en la ciudad de Mérida.
Esta iniciativa debería encontrar formas más constantes que permitan a los maestros oír a un pedagogo como Omar Chanona, cuya conferencia magistral me pareció especialmente pertinente. Escuela, formación y educación no son lo mismo, explicó Chanona, y sí, por el contrario, pueden rechazarse. Yo diría que, en una gran cantidad de ocasiones, se rechazan, y los maestros acabamos por apagar el brillo en los ojos de nuestros jóvenes en lugar de alimentarlo.
Como expositor hablé de la confusión demasiado extendida entre entrenar y educar. Sin embargo, mi breve participación fue más una enseñanza para mí de lo que existe, de lo que falta y de los caminos que suele tomar la discusión para perderse en el centro del país entre malabares de poder y de prestigio.
Los maestros de educación artística se definieron como el último eslabón en esa desprestigiada carrera de la pedagogía. Para sus clases apenas consiguen las canchas deportivas y deben trabajar bajo el rayo del sol sin más elementos que desperdicios y basura, imaginación, aguante y esperanza. Esperanza en que algún día el centralismo deje de asfixiar a la “provincia” y que el arte se entienda como lo que es e históricamente ha sido, el único punto de encuentro enriquecedor para ambos bandos de ese genocidio al que llamamos conquista. Las técnicas occidentales y la imaginación indígena produjeron la insuperable maravilla del barroco americano.
Hoy la conquista se llama centralismo, y asfixia también las formas del arte que ayer respetara. Como modus operandi que oxigenó al PRI durante décadas, tejió también en torno a la política cultural sus redes de poder. Y, aunque el PRI haya perdido las elecciones, mientras se apresta a ganarlas de nuevo, ha logrado que tanto las izquierdas como las derechas se vuelvan priístas. No deja de ser lógico, es herencia de formas autoritarias que se remontan al mundo prehispánico como expresión de un mundo dominado por tlatoanis, y que han sido refrendadas en la historia por caciques, encomenderos, dictadores, presidentes, y demás mandarines que se sueñan encaramados en La Silla y Las Sillitas desde las cuales se reparten presupuestos.
El centralismo es una camisa de fuerza que reprime cuanto escapa al control de los funcionarios (in)cómodamente situados en el centro de ese erial en el que hemos convertido el país. Porque implica la certeza de que la “provincia” es una suerte de vacío al que en el fondo no se confía llenar sino sólo adornar de cara a la justificación de un presupuesto.
Y vuelvo a un tema que conozco en carne propia, el Programa de Teatro Escolar. Ya lo tocaba yo hace dos semanas y mostraba gentilmente mi extrañeza ante la forma de elegir repertorio. Hoy no sólo refrendo mi incomprensión ante la exclusión de los clásicos en nuestra lengua sino que quiero manifestar mi indignación ante los vetos a los contemporáneos. Mientras se proponen dos obras de Héctor Mendoza (que es un director extraordinario pero un autor malísimo) se impide que se monte a Emilio Carballido. Así, porque en alguna Sillita del Centro se decidió, ¡los jóvenes de todo el país deben asistir a la adaptación de una autora argentina al Canek de Abreu Gómez, pero no a una obra de Emilio Carballido o de Sergio Magaña o de Vicente Leñero, por decir unos cuantos..!
Y, sin importar los ritmos de producción que pueda haber en los estados, no sólo los directores (como fue en un principio) sino también los actores deben peregrinar al Centro para ser entrenados durante tres semanas por algunos maestros indiscutibles (quienes podrían aprovechar el Programa de Creadores a los Estados para comunicar sus conocimientos) y, otra vez, por muchos maestros discutibles. Y escribí “entrenados” porque es lo único que medio se alcanza a hacer con los actores en tres semanas. En realidad sólo se logra confundirlos para que lleguen a sus lugares tras oír campanas sin saber dónde.
Lo que se consigue indudablemente es interrumpir los procesos regionales, como en su momento señalara Sergio Galindo desde Sonora, y esos procesos también se levantan con pasta de mártires e imaginación de magos.