5.4.06

Las carcajadas de Beckett

Diciembre 30, 2005.

Termina mi año teatral del 2005 con un extraño, aunque no inesperado, encuentro de edades, latitudes, lenguas, germanías, paradojas y angustias: un autor ya glorificado, Miguel de Cervantes, un autor reconocido con el Nobel, Samuel Beckett, y un autor de reciente acceso a los escenarios, Miguel Angel Canto.
Aquí en Mérida, donde a la belleza de los atardeceres se une a un clima en el cual basta una chamarra para burlar la “heladez” de la madrugada, mientras el país se congela, por el puente de Guadalupe-Reyes suspendimos las funciones de Del principio, el final, dramaturgia mía en diálogo con textos de Beckett. Por los últimos días de diciembre, el Taller de Teatro Universitario de la Universidad Modelo ofreció su última función de La Cueva de Salamanca, de Cervantes, a los asistentes al Parque de las Américas, en versión mía dirigida por Pablo Herrero. Y hasta el último día del año planeamos continuar con nuestros ensayos de Aguantando al taquero, de Miguel Angel Canto, para estrenar en marzo del 2006. Todo dentro de las actividades de Teatro Hacia el Margen, apoyadas la primera y la última por México en Escena, del INBA, y el Instituto de Cultura de Yucatán.
Pertenezco al grupo de quienes piensan que lo único absurdo en el “teatro del absurdo” es llamarlo así. Beckett se reía al oír la palabra aplicada a su obra. Y si Cervantes no hubiera muerto 300 años antes es probable que hubiera recibido el mismo apelativo. Después de todo, no sólo Don Quijote sino una parte importante de sus personajes, así como el tono mismo de sus obras, rompen los moldes de un realismo defendido contra “diverso”. El miedo a la diversidad también tiene su lugar entre los críticos y los filólogos.
Pero tanto Cervantes como Beckett sabían bien lo que decían y sabían desde dónde hablaban. Nada era absurdo. Y ése es el reto que dejan a lectores o espectadores, porque ambos se ríen de nuestra doble incapacidad: la de leer (descifrar, penetrar y dejarse penetrar por la obra hasta la transformación y el parto) y nuestra incapacidad total para saber desde dónde estamos leyendo.
Cuando exigimos que todo esté claro y que no haya ambigüedad en el manejo de los símbolos, por complejos que éstos sean, o, dicho en la jerga teatral, que un conflicto real y ubicable sea el disparador de toda obra, tan sólo exigimos que el Sol siga girando en torno de la Tierra. Entonces las carcajadas cervantinas y beckettianas se dejan escuchar. Aunque sean carcajadas amargas, que suenan a las campanadas de medianoche de otro pícaro, el inmenso Falstaff, hijo de otra pluma inasible.
Miguel Angel Canto apenas tiene 30 años, pero le ha tocado vivir un mundo en crisis, sin salidas posibles, en guerra mundial contra los moros y todavía entregado a la acuciosa tarea de exterminar indios luego de explotarlos. Las enormes riquezas de la nación son virtuales pero su enorme miseria es tangible y dolorosa. Pienso que por ello, los personajes de Canto resultan herederos de la picaresca cervantina aun cuando continúen anonadamiento y ensimismamiento beckettianos.
Es interesante comprobar cómo Aguantando al taquero desde el título quiere ser una relectura de Beckett y cómo, precisamente por ello, sus personajes, el Perro y el Chancho, resultan víctimas a la manera del Siglo de Oro. ¿Un juego especular en la mirada de un autor muy joven mexicano para encontrar los parentescos entre Vladimir y Estragón? ¿Y por qué no si estamos ante el mismo árbol genealógico que pasa por Cristo, el siervo doliente y anonadado, y llega al pobre Abel que no tuvo tiempo para entender nada, tras detenerse en la espantosa eternidad de Sísifo, imagen real del hombre contemporáneo.
Extraña convocatoria de fantasmagorías para cerrar mi año teatral: un círculo de Fin de partida (“el principio está en el final y sin embargo uno continúa”) y que viene de Eliot (“in my beginning is my end”). A empezar de nuevo en el 2006.
Mientras, a todos nos sitúa la frase de un personaje de Miguel Angel Canto: en este mundo que vivimos, sea al principio, sea al final, “no siempre hay quien atienda pero siempre hay quien cobre”.