5.4.06

Los gesticuladores

Diciembre 16, 2005.

El gran valor de Rodolfo Usigli radica en que fue capaz de pensar en público. No sólo de pensar el país, con todo el peligro que ello suponía en momentos convulsos, sino de pensarse a sí mismo en el país, con el peligro quizás mayor de acertar y equivocarse a la vista de todos y desnudo.
Desnudo se muestra el Viejo Dramaturgo de una de sus últimas obras, Los viejos, ante el Joven Dramaturgo que le dice sin piedad: “Haga usted lo que quiera. La desnudez de los viejos me parece como un disfraz obsceno, pero allá usted”. Y el Viejo asiente: “A nadie le agrada desnudarse ante un público que no se interesa, pero no hago un acto de strip tease. He gastado mi vida con prodigalidad y estoy casi arruinado: el ayuno, la cuaresma... Pero ahora quiero más, más que nunca. (El joven dramaturgo ríe brutalmente.) No se trata ya sólo del teatro, aunque el teatro sea para mí la razón de mi sangre y mi vida”.
A fines de los 60 yo tenía alrededor de los 25 años y, aunque nunca lo conocí personalmente, me siento increpado por ese “diálogo imprevisto”. Y sobre todo ahora, que puedo hablar sin el maquillaje con que pedía la transformación en viejo al Joven Dramaturgo de su obra.
Sería, pues, una falta de respeto al teatro, a México y a mi historia personal, visitar a Usigli en su centenario sin tomarlo profundamente en serio. Al menos tan en serio como él mismo se tomó. Tan en serio como yo lo he tomado siempre. De nada valdría mi panegírico hueco sobre “el ciudadano del teatro”.
Hoy, me veo obligado a aceptar su profunda sabiduría como conocedor del alma nacional. Nadie entendió a este país de gesticuladores como él. Y sólo por haber creado ese categoría válida hasta hoy, “el gesticulador”, merece pasar a la historia.
Sin embargo, sostengo mi amargura y mis críticas de entonces. Y “no se trata ya sólo del teatro”, aunque su teoría de los géneros me parezca fatal para los creadores, hoy la considero útil para los filólogos (útil para el taxidermista, pero no para el animal en movimiento). En alguna ocasión, con otras palabras, le oí decir lo mismo a Luisa Josefina Hernández.
Nada de eso importa demasiado en su centenario. Aunque siga pensando lo mismo acerca de la ideología de El gesticulador, a Usigli le dolió México sobre todas las cosas, y su profundo dolor por México le sobrevive y nos interpela. Su indignación como nunca es válida.
Le dolimos los jóvenes y nuestros desprecios, como a nosotros nos dolieron los suyos. Pero así es la historia: nos la jugamos todos y todos fuimos lastimados por los gesticuladores. Sin embargo en algo ha cambiado mi juicio lapidario: sigo pensando que defendió a los asesinos de los míos pero pienso ahora que fue engañado por sus gesticulaciones.
Su última obra fue una diatriba contra los jóvenes, en la cual disfrazaba los acontecimientos del 68 tras La vida es sueño. Dedicada en septiembre del 71 a quien es ahora un viejo cínico que se regocija en su impunidad, Luis Echeverría, “por razones que la razón y el corazón conocen”, ¡Buenos días, señor Presidente! termina con una frase en labios del ex presidente Félix: “¿No mataron ellos mismos a sus hermanos, tan jóvenes?”
Desnudos y viejos, hoy, debemos hablar de qué fue de nosotros, los sobrevivientes. ¿También gesticulamos? ¿Qué debemos hacer, qué debemos callar, creer o no creer en cuál consigna..?
Está también la desnudez constante de Sergio Magaña. Fue él, nos recuerda José Emilio Pacheco, a quien se refiere Usigli como el que “no tan joven ya, sale del teatro a medio tercer acto dando fuertes taconazos”. Pienso que Magaña desencantado de su maestro por Jano es una muchacha debe entrar en mi encuentro de Los viejos.
Frente a un país de gesticuladores, el encontronazo de dos titanes del teatro mexicano tiene mucho que decirnos, tanto como la mirada de ambos hacia un futuro que ya somos nosotros. Ellos beben hasta la ebriedad (yo no puedo acompañarlos porque vivo el aquí y ahora de mi sobriedad de viejo) y en el choque de sus copas están el teatro y México: efímeros siempre y siempre a reinventarse.