30.3.06

Ofelia Guilmáin, una voz del exilio

Febrero 4, 2005.

La muerte de Ofelia Guilmáin no me significa tan sólo la pérdida de una figura fundamental de nuestro teatro sino que remueve tanto mi historia personal como la memoria de un grupo del cual soy hijo y de cuyos ideales me siento heredero. Herencia que supone no sólo riqueza en valores como la libertad y la justicia, sino la responsabilidad de continuar con esas banderas en mundo que se acerca trágicamente a situaciones que recuerdan aquéllas.
Yo me inicié en el teatro profesional justamente a la sombra de una enorme Ofelia Guilmáin. Estudiaba en Bellas Artes, lo que hoy es la ENAT, y el director de mi escuela, el entrañable José Solé, llamó a un grupo de estudiantes. Unos para actuar, Octavio Galindo y Miguel Solórzano por ejemplo; de comparsas otros, como Fernando Balzaretti, Fernando Rubio, Guillermo Gil y yo mismo. Lo mismo éramos pajes en la corte de Macbeth que pavoroso ejército de Macduff. Ofelia era una Lady Macbeth que, con José Gálvez como el “asesino del sueño”, hacía cimbrar el Teatro Xola (hoy Julio Prieto) y dictaba cátedra magistral a jóvenes actores como nosotros y a jóvenes espectadores que la venían siguiendo de antiguo en ese proyecto truncado que fue el Teatro del Seguro en tiempos de Benito Coquet, Julio Prieto, Ignacio Retes y José Solé.
Habló de 1967 y la producción de Macbeth ya era independiente porque desde la llegada de Díaz Ordaz dejó de creerse en que el arte era un derecho de los trabajadores, razón por la cual se habían construido los teatros del Seguro en toda la República. Ahí empezó un naufragio que llega a Santiago Levy para quien la salud tampoco es un derecho y espera la mejor oportunidad para privatizar hospitales, así como ya se deshizo de medicinas, infraestructura mínima y material curativo.
Tras haber comenzado con Alvaro Custodio en Teatro Clásico de México, en realidad el retiro de la Guilmáin del más alto nivel del teatro mexicano se debió a la quiebra del proyecto del IMSS. A partir de ahí hubo sólo momentos de retorno más o menos afortunados, pero la televisión, voraz, consumió su tiempo.
Aun cuando es verdad que sólo, de entre sus hijos, Juan Ferrara y Lucía se han dedicado al teatro, su muerte me recuerda la incursión de Esther Guilmáin como la Celerina en la primera temporada de Los albañiles de Vicente Leñero, cuando yo actuaba el papel de Sergio.
Pero la muerte de la Guilmáin, para mí significa sobre todo que se extingue otra voz del exilio republicano. Y la República Española no es patrimonio de nadie. Es un momento glorioso de libertad entre dos guerras mundiales que congregó a lo mejor de todos los mundos. Por ello no debe olvidarse. Mucho menos en México que acogió a los desterrados con los brazos abiertos.
Muere Ofelia Guilmáin precisamente el mismo año en que los diputados socialistas españoles organizan un merecido y largamente esperado homenaje a Lázaro Cárdenas por su actitud ante la República y ante los exiliados. Cuando leí sobre el homenaje pensé que seguramente la invitarían para leer algo de León Felipe o de Pedro Garfias en las veladas programadas. Pero la muerte se adelantó.
Sin embargo, aún es tiempo de recordar y valorar tantos significados que no deben perderse.
Por ejemplo debe recordarse que México, gracias a Cárdenas, nunca rompió las relaciones con el gobierno legítimo español, es decir con la República. Aquí existió una embajada republicana hasta 1977 cuando la inconmensurable frivolidad de López Portillo la hizo a un lado para establecer relaciones con la monarquía y nombrar como su embajador nada menos que a Gustavo Díaz Ordaz. Debió haberse buscado una fórmula jurídica para un tan importante traslado de reconocimiento semejante a la de los catalanes con la Generalitat y el retorno de Josep Terradellas, su presidente, a suelo patrio.
Aunque todo esto suene a convocatoria de fantasmas es parte de una historia, de un herencia e inclusive de una nacionalidad que tenemos por derecho propio los hijos del exilio. Para quien le importe, existe en Europa una Asociación de descendientes del Exilio Español, y al abrir su página, www.exiliados.org, entre artículos muy interesantes puede oírse el Himno de Riego y verse la bandera roja, amarilla y morada que bordara Mariana Pineda.También es un llamado a los actuales españoles que al olvidar su historia olvidan sus valores y asumen un racismo intolerable. Eso les reprocha, en un reportaje de El País, Enric Marco, quien viviera el horror en el campo nazi de Mauthausen: “Racismo contra estas gentes que van sucias y a las que se les llama moracos, y negros de mierda, y sudacas indecentes; estas gentes a las que algunos, que se han olvidado de cómo llegaron sus abuelos aquí, se acercan y les escupen, y les dicen de todo, a veces les dan de patadas, y de cuando en cuando nos cargamos a uno. No tenemos todavía la experiencia de los nazis, pero si nos dejaran quizá la adquiriríamos”.