30.3.06

Vencer a la inquisición

Septiembre 3, 2004.
“Experta en humanidad...” Estas palabras al inicio de un alegato de la Santa Inquisición dan, por lo menos, algo de miedo. Suenan a un eficaz conocimiento de cómo se descoyunta, se cuelga de los índices o se mantienen vivas las hogueras de leña verde. Con ellas, “experta en humanidad”, comienza el último documento del Cardenal Ratzinger, una implacable condena contra la mujer que se atreve a pensarse ser humano a la altura del hombre.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Santo Oficio o Santa Inquisición, el Inquisidor sigue siendo el mismo: el experto en definir quiénes son humanos y en descoyuntar a las que no lo son.
Confieso que, por pura mala voluntad, acepté la sugerencia de Maruja Torres en El País, y he venido confundiendo al Cardenal Ratzinger con Marylin Manson. La oscuridad en torno de sus ojos y la oscuridad en torno a cuanto tocan, además de una sonrisa de esas que dan miedo, me llevaron a una injusta apreciación. Injusta porque Masacre en Columbine, de Michael Moore, prueba ampliamente que Marylin Manson no es un hombre oscuro como el Cardenal Ratzinger sí lo es. Pido, pues, público perdón a Marylin Manson.
A la Inquisición, en cambio, no la perdono. Siglos de terror nos contemplan desde la mirada fría del Gran Inquisidor contemporáneo.
Es una de las razones por las que me entusiasmé con El pregonero de Toledo. Auto de fe al Lazarillo de Tormes, de Ilya Cazés, que se presenta en el Carro de Comedias de la UNAM, en el Centro Cultural Universitario. Por la manera en que Ilya Cazés engarza los fragmentos de la vida de ese pícaro genial dentro de un juicio inquisitorial que viene a condenarlo, no al hoguera sino al anonimato.
Parece un juego, pero es algo muy serio: un diálogo con una obra magna que cumple 450 años de haber sido publicada y un alegato, en nombre del eterno pícaro, contra la Inquisición y cuanto la rodea. “Si consideramos la implacable inflexibilidad de la Santa Inquisición”, afirma el programa de mano, “pueden sospecharse los motivos del anonimato de esta obra.”
Me entusiasmó porque llega en los momentos en que parece despejarse la incógnita del autor anónimo del Lazarillo, y su nombre parece salir del olvido. Es lo que buscar demostrar la inteligente filóloga Rosa Navarro Durán en su libro Alfonso de Valdés, autor del Lazarillo de Tormes, publicado por Gredos apenas en 2003. La posible aparición de Alfonso de Valdés como autor no quita fuerza al Auto de Fe de Ilya Cazés: 450 años en la sombra son una condena cruel, por el único delito de tener sangre judía, haber sido uno de los mayores erasmistas de la España de su tiempo y secretario de Carlos V. Estamos hablando del auténtico interlocutor del Padre Las Casas en su alegato en contra de quienes llegaron a destruir las Indias y del hermano de esa otra cumbre de la historia española y de la lengua Castellana que es Juan de Valdés.
Pero no sólo la oportunidad del tema y la inteligencia de Ilya Cazés, uno de los mejores dramaturgos de su generación, me entusiasmaron en El pregonero de Toledo, también la impecable dirección de José María Mantilla.
Se equivoca quien piensa que el carro de comedias o el teatro de calle son productos menores. Al contrario, y por ello Dario Fo es un Premio Nobel. Requieren de una factura impecable porque no los protege ni los maquilla ningún gran aparato escenográfico o musical. Con su conocimiento exacto del tono y del tempo, José María Mantilla prueba que no es una joven promesa sino una realidad perfectamente comprobable del teatro mexicano.
Pero, junto a Cazés y Mantilla, están los actores. Expuestos, desnudos ante un público que se expresa libremente, no como el de la sala que los apresa, con sólo su talento tienen que compartir la historia y mantener la atención. Lo hacen magníficamente.
Lázaro de Tormes, en la juventud y en la vejez, es interpretado con maestría por Ixchel Sánchez Balmori y Ginés Cruz. Sharon Zundel es un magnífico Ciego, como magnífica está Diana Luna en su Clérigo y también Luis Lesher en su Escudero. El pícaro viejo es custodiado y acusado por dos Estatuas, interpretadas por Copatzin Borbón y ese tan excelente como entrañable actor que es Alfredo Herrera.
Si en el 2004 son las mujeres el objeto a humillar por el Gran Inquisidor, hoy llamado Joseph Ratzinger, ayer lo fueron los judíos, así como los pobres Lázaros lo han sido siempre. Pero estamos de plácemes porque una víctima parece haber vencido la sentencia de la “experta en humanidad”.Así lo señalaba Juan Goytisolo en un texto de Babelia sobre el libro de Rosa Navarro Durán: “La conclusión a la que llega la autora después de un espléndido ejercicio de erudición, cotejo de fuentes literarias, análisis del contexto histórico de la época y un raciocinio que no excluye la imaginación necesaria a toda empresa creativa, habrá desprendido sin duda muchas hojas caducas del árbol de nuestra cultura oficial y académica”.