29.3.06

Espacios de libertad

Agosto 6, 2004.

La clínica abortiva de Pro Vida continúa dócilmente una tradición fundamental de la jerarquía eclesiástica: la doble moral. No hay nada de que escandalizarse, lo sabemos desde hace siglos. Ni qué decir de las tangas que llevan a la organización ultraderechista a los sótanos del mundo renacentista, aunque con la vulgaridad propia de Serrano Limón y sus patrones del gobierno panista y la curia episcopal.
Baste recordar que cuando el papa Paulo VI publicó la encíclica Humanae vitae (haciendo caso omiso de las opiniones de su propia comisión para cuestiones morales, constituida por teólogos, sacerdotes y laicos), la opinión pública mundial se enteró de que el Vaticano tenía intereses económicos en los laboratorios de píldoras anticonceptivas.
Otra perla de una misma corona para las dos cabezas de esa institución secular formada tanto por un pueblo que sufre en la cruz, como su fundador, como por un aparato burocrático que predica lo que nunca hace.
Exactamente igual que los fariseos, a quienes por idénticas razones, Jesús llamó "sepulcros blanqueados que limpian por de fuera la taza y el plato mientras por dentro están llenos de inmundicia", y de fraudes con tangas, clínicas abortivas clandestinas en sus hojas de internet y el cinismo de un Serrano Limón explicando ante las cámaras lo inexplicable.
Aunque indignante no deja de ser divertido el tangagate.
Por otra parte, el verle los calzones sucios a los censores permite un paso adelante en la lucha contra la censura. Y, en tiempos de retrocesos de todo tipo, esta lucha resulta fundamental.
Precisamente cuando se señala que ya no existen izquierdas ni derechas, las posturas frente a la censura resultan definitorias: la derecha es inquisitorial, la izquierda es libertaria. Aunque la derecha se disfrace de progresista (como lo hizo el priísmo en muchísimos momentos) o los totalitarismos se disfracen de izquierdistas (como ocurrió en la Unión Soviética y ocurre en Cuba o China) la censura demuestra que son reaccionarios. Siempre la reacción será censora.
Y en sentido contrario, la sociedad busca abrirse espacios para la opinión libre y el erotismo. Por ejemplo, la pornografía en sus diversas modalidades ha existido siempre, pero a los pobres les ha sido vedada y, cuando se permite su acceso es a subproductos de ínfima calidad. Así, puede pensarse lo que se quiera sobre la pornografía pero el hecho de que exista la posibilidad de que se acuda democráticamente a ella es un logro de una sociedad que abre espacios de libertad.
Ojalá que lo acontecido en la Ciudad de México llegue a otros rincones del país. Por ejemplo el Festival Erótico de la Magdalena Mixhuca, desgraciadamente de calidad bastante baja por lo general, aunque con presencias notables como la librería especializada en sexualidad El Armario Abierto. Y, sobre todo, el festival Arte del Cine Erótico que se llevará cabo en la Plaza del Angel de la Zona Rosa del 3 de septiembre al 16 de diciembre de este año. La misma Plaza del Angel en la que el Cabaretito ha sufrido los embates de la censura homófoba y perredista.
No en contra del erotismo pero sí al margen suyo, un espectáculo como Las marionetas del pene es también un espacio ganado de libertad.
En la Sala Shakespeare, dos actores capaces de manipular sus genitales hasta extremos poco recomendables para el común de los mortales, trivializan lo que al hombre le cuelga no sólo entre las piernas sino en medio del subconsciente, el yo y el superyó. No hay erotismo alguno en sus desnudos. No hay pornografía, a pesar de que por más de una hora se tocan, se alargan, se retuercen el el pene, el escroto y los testículos (son, sobre todo, las marionetas del escroto y los testículos) para formar con ellos papirolas desde una hamburguesa hasta la Torre Eiffel, desde un ojo que nos mira hasta un pelícano o una ardillita que despierta la ternura del respetable: ¡Ay, mira, una ardillita..!
Es verdad que Carlos Pascual pudo haber hecho un espectáculo mucho más rico escénicamente hablando quizás tan sólo con tener a los cinco actores al mismo tiempo en lugar de cambiarlos cada función, pero salva el ritmo la presencia de una actriz tan brillante, tan hermosa y tan dúctil como Silvia Carusillo que rompe cualquier estereotipo. Así, los genitales masculinos relativizados nos llevan de la sonrisa a la carcajada, pasando por algunos sofocos ante figuritas de origami que por lo menos a quien esto escribe le dolerían ¡muchísimo!
Muchas horas de psicoanálisis podrían haberse ahorrado muchos hombres y muchas toneladas de viagra les hubieran resultado inútiles si oyeran con más frecuencia, en referencia al órgano sacrosanto de la masculinidad, puntal de luchas seculares, lanza histórica con la cual se suele violar cuanto en el camino se atraviesa, aunque sea para los efectos de un espectáculo como las papirolas genitales, que "¡pene duro no sirve..!"