30.3.06

De la militancia a la revolución

Enero 7, 2005.
Todo texto es militante. Si se niega a serlo porque su interés está en la conquista del mercado milita por la permanencia del sistema al cual sirve; si parece perderse por las alturas de una torre de marfil, alguna carga ideológica lleva en sí y por ella milita. Sin embargo, hay textos definitivamente revolucionarios que pretenden serlo y van en ese sentido sin ambages. Algunos corresponden a momentos de urgencia y otros son de digestión más lenta. Pero ni la urgencia ni la digestión más lenta se escogen a la hora de construir un texto de militancia revolucionaria: son dictadas por las mismas voces en situaciones diversas y con acentos propios.
Uno de los textos revolucionarios más complejos y de digestión más lenta ha sido, sin duda, Esperando a Godot de Samuel Beckett.
Sin embargo, que sea difícil no quiere decir que sea elitista. Por eso, a quienes gusta dividir el arte en términos de “popular” y “culto”, “alto” y “bajo” (hi and low), “para masas” o “para élites”, montar Esperando a Godot en Sarajevo y mientras caen las bombas, parece un contrasentido. No lo es, porque la urgencia histórica no implica el abaratamiento del arte, ni las exigencias de lo espiritual están peladas con los humillados y ofendidos.
El 18 de agosto de 1993, el periódico español El País reseñaba: “No había duda. Esperando a Godot, de Samuel Beckett, era la obra que mejor reflejaba la desesperada angustia de los habitantes de Sarajevo. Como en la famosa pieza teatral, unas gentes abandonadas y sin defensas esperan la llegada de un poderoso señor Godot que las librará de sus miserias. La escritora y ensayista norteamericana Susan Sontag, de 60 años, ha trabajado duro durante las últimas cinco semanas para estrenar una insólita versión de este clásico del siglo XX en un pequeño teatro bombardeado, con una austera escenografía y a la luz de unas velas. Sólo 80 espectadores pudieron cobijarse ayer durante el estreno en los bancos de madera habilitados como butacas para asistir a una representación protagonizada por actores de Sarajevo. No cabían más en el minúsculo teatro. La improvisada compañía, que ha ensayado en condiciones durísimas, dio ayer dos representaciones, que continuarán en los próximos días.”
El mismo diario recogía estas declaraciones de Susan Sontag: “La confusión y la despolitización, que han invadido el mundo tras el final de la guerra fría, explican mucho mejor que el miedo o las dificultades que apenas unos pocos intelectuales de Estados Unidos o de Europa nos hayamos decidido a apoyar en Sarajevo la causa de Bosnia... Opté por representar una pieza teatral en lugar de escribir un ensayo o realizar una película porque el teatro me brindaba la oportunidad de hacer algo con la gente de aquí y para la gente de aquí. Estoy orgullosa de la labor de los actores y de los técnicos de Sarajevo... Hemos ensayado a tres velas...”
Samuel Beckett había construido la obra que revolucionó el teatro de su siglo, Susan Sontag la volvía militante en medio de la urgencia de un compromiso al cual la mayoría de sus compatriotas volvían la espalda. Como la volvieron ante las brutalidades de George Bush quien obtuvo la mitad de la votación de un país que se definía como belicista y trataba de traidores a la patria a sus mejores hijos: de Sontag a Michael Moore, pasando por Noam Chomsky y todos los colores del espectro político democrático.
Y se nos ha muerto Susan Sontag cuando se abría para nosotros el 2005, en medio del horror de la guerra, la devastación causada por las furias de la naturaleza y aun del horror adolescente en una discoteca de Buenos Aires.
Además de la combatividad que su memoria exige, queda en mí una íntima certeza al imaginar Esperando a Godot en Sarajevo. El 2005 no debe de ser un año para romper, como las marchas bélicas de Bush vienen a marcarnos, sino para unirnos con quienes estando donde sea quieran cambiar los ritmos. En principio, con la izquierda norteamericana cuya existencia parece olvidar un antiimperialismo cerril que ha renacido, y con Vladimir y Estragón en su recomenzar eterno.
Personalmente sé que muero y renazco en el preciso momento de apretar esta tecla, porque muerte y vida son una cosa y la misma. Son los dos rostros de un mismo hecho. Por eso, al hablar de Susan Sontag en el 2005 me niego a hablar de un muerto. Era una ciudadana crítica y libre, una patriota auténtica de lo mejor en el país que soñara ser Estados Unidos, y por eso está viva. Vale la pena oírla mientras esperamos a que nos llegue Godot en este 2005: “incluso cuando el arte no es contestatario, las artes tienden a la oposición. La literatura es diálogo, respuesta... Un escritor es alguien que presta atención al mundo. Eso significa que intentamos comprender, asimilar, relacionarnos con la maldad de la cual son capaces los seres humanos, sin corrompernos al comprenderla y volvernos superficiales o cínicos...”