30.3.06

Tres deseos y mucho aliento

Octubre 1, 2004.

Desde mi primera colaboración en este diario he insistido en la necesidad de la descentralización como eje de cualquier política cultural, pero sé que no resulta fácil llevar a la práctica lo que en la retórica a todos parece unificarnos. Hay, desde luego, intereses personales y de grupo que lo impiden, pero el nudo gordiano consiste en que la descentralización de la cultura depende de la descentralización económica y política del país entero. Esto es, de un nuevo pacto federal. Inclusive, pues, de una nueva Constitución.
Mientras el país llega al momento de un paso de tal envergadura, no han faltado intentos de política cultural descentralizadora. No dejo de verlos y aun de aplaudirlos, pero con precaución porque debe profundizarse mucho y evaluarse más porque ni son suficientes esos intentos, ni han tocado siquiera la forma caciquil, priísta, de manejar el poder.
Fuera de continuar los programas existentes, no sólo ha aportado poco el gobierno foxista sino que ha recortado presupuestos. Lástima, porque, para mí, el PAN sólo tenía a su favor, además del triunfo democrático y la derrota del PRI (motivos suficientes para mantener mi júbilo hasta que las estupideces de izquierdas y derechas tengan a bien regalarle la silla presidencial a Roberto Madrazo), que el responsable cultural del gobierno foxista en Guanajuato hubiera comenzado la descentralización en su estado con un programa tan inteligente y tan poco oneroso como Cervantes por Todas Partes, paralelo al Cervantino. Pero precisamente a ese colaborador mandó al exilio la vocación suicida del actual Presidente.
Se ha dicho con razón que no basta con quejarnos. Por algún sitio debemos empezar y los artistas sólo tenemos el arte para hacerlo. Es el momento, pues, de recurrir al Heráclito de mis sueños íntimos (¡tiempos felices de mi Barbie heracliteana!) para afirmar que el movimiento se demuestra andando. Así, me permito hablar de mis propios pasos por las tierras del Mayab.
De ninguna manera pretendo ponerme como ejemplo de nada puesto que, además de notorias incapacidades propias, mi presencia en Mérida obedece sólo a mi voluntad de abandonar la insufrible “región más transparente” y no a un plan descentralizador.
Por lo que sea, ya puedo ser testigo de la calidad y la honestidad de quienes hacen teatro en esta ciudad bellísima. Aquí he escrito mi última obra, Tres deseos pero ningún tranvía, y la he escrito para actores yucatecos. Con ellos la he llevado a escena. A lomo de actor, como suele decirse, sin aparato ninguno, buscando lo que una vez le oí pedir a un maestro invaluable como es el arquitecto Carlos Mijares (se refería a Fernando González Gortázar): “Modestia en todo excepto en el aliento”.
La obra está escrita a partir de Un tranvía llamado deseo que no sólo es un clásico sino también un punto de referencia para el imaginario colectivo. Parto de la discusión sobre el sexo original de Blanche Dubois que se dio hace años y en la cual intervino el propio Tennessee Williams. En sus últimos años, él aceptó que tal vez un maestro de escuela homosexual y alcohólico había sido su modelo original, pero puntualizó bien que, ya en el desarrollo de la obra, Blanche había tomado la feminidad que todos conocemos y que sería una traición montarla de otra forma. Habría que escribir otra obra, pensaba Williams.
Acepté el reto y escribí un nuevo texto en el cual aparece un maestro de escuela, Tomás, nombre auténtico del propio Tennessee. La idea es recuperar la dignidad negada a mujeres y a homosexuales. Una dignidad que al propio Williams le escamoteó ese policía que todos llevamos dentro de la propia conciencia.
Para llegar a buen puerto requería necesariamente de tres espléndidos actores. No actores cualesquiera, no “provincianos” como solemos calificarlos desde el centro de poder, sino actores de verdad, como los que aquí existen y existen en muchas otras partes de la República, aun cuando no lleven la marca de ninguna ganadería prestigiada por el glamour, ése sí pueblerino, de nuestra capital tercermundista.
Y en un espacio mágico (un salón del Restaurante Amaro, propiedad de Olga Moguel, impulsora del arte y defensora incansable de los derechos humanos) con tan sólo un reflector iniciamos nuestro viaje el sábado pasado. Fernando de Regil, Laura Zubieta y Pablo Herrero son los merecedores de todos los aplausos. Pero también soy testigo de la calidad humana y profesional de Concepción León, Pablo Herrero, Yenny Puga, Pancho Solís, Jorge Chablé, Alejandro Llanes, Salvador Mares, Laura Zubieta y Miguel Flota, quienes, tras un desafortunado accidente en el que se perdió la escenografía y uno de ellos resultó lesionado, entregaron el calderoniano Astrólogo fingido a decenas de niños que nunca habían visto teatro. Sin nada, sólo con la voluntad de los viejos juglares y, como pedía don Carlos Mijares, “modestos en todo excepto en el aliento”.