30.3.06

La palabra democrática

Noviembre 26, 2004.
Cuando a la música originaria se le unió la palabra comenzó el teatro en la tradición que nos llega desde la más antigua Grecia. La palabra, la lengua, es elemento fundacional y en muchos sentidos definitorio del teatro. Por ello, toda fiesta de la palabra lo es también del arte escénico y quienes a él nos dedicamos debemos estar al tanto de cuanto a la lengua se refiere.
A pesar de que los resultados de este tipo de actos no sean inmediatos, me pareció interesante la celebración del III Congreso de la Lengua Española en Argentina y, aun para aplicarlas al hecho escénico, me resultaron rescatables estas palabras con que lo inaugurara el rey de España: “el castellano se hizo español ensanchando precisamente su mestizaje. Primero en la Península y más tarde, y de modo decisivo, al desarrollarse en América. Todos y cada uno de los contactos con otras lenguas y culturas han ido depositando en la lengua española marcas de mentalidades, costumbres y sensibilidades distintas”.
Soy republicano. Por ello no me emociona en absoluto ver a un rey borbón inaugurando ningún magno congreso sobre una lengua cuya mayoría de hablantes no es siquiera originaria de la Península. Entre la flor de lis y la idea colonial de la metrópoli, no me hacen feliz tantas manifestaciones de homenaje a ninguna corona.
Pero el rey tuvo razón al hablar de mestizaje. Tras imaginar a los juglares que recorrían los caminos haciendo circo, maroma y teatro en el romance que sería mi lengua, imagino al joven copista de origen árabe que “glosó” un pasaje de la Biblia en San Millán de la Cogolla y que, al hacerlo, marcó la fecha más antigua de un idioma escrito que ahora es de todos nosotros. Ese joven mozárabe, en la España profunda, es un reto a la “media España” que no ha dejado de ser racista, la que perdió la presidencia ante Zapatero y que ahora insulta a jugadores negros de futbol en el madrileño estadio Santiago Bernabeu.
Y vienen a mi memoria fundadores de la lengua más antiguos cuyos descendientes hoy no tienen siquiera una patria: los autores de las jarchas que, expulsados hace cinco siglos por la monarquía católica, están hoy tratando de retornar sin documentos a una tierra que fue suya o, tal vez, están siendo masacrados en Falujah. “¡Tanto amare, tanto amare; / Habib, tanto amare! / Enfermaron olios nidios, / e dolen tan male”.
A pesar de mi republicanismo no puedo menos que confesar mi simpatía por este rey de España que supo encabezar la transición a la democracia cuando todos le llamábamos Juan Carlos el Breve. Mientras tanto, los mexicanos no sabemos transitar hacia ella y todo va propiciando el retorno del PRI. Volverá, como decían que pensaba resucitar Franco, para decirnos: “No se les puede dejar solos”.
En esa desgracia pienso mientras Emilio Chuayfett, quien no ha dado la cara por Acteal, llama a la nación contra las necedades foxistas (indudables, por otra parte) con Pablo Gómez, a su lado, como acólito o amanuense. Y Manlio Fabio Beltrones, vástago de Gutiérrez Barrios, se asoma al balcón de Palacio.
Tan sólo compruebo que, hasta hoy, no hemos podido transitar hacia la democracia. Transición que consiste en desanudar la red de corrupción de eso que llaman los “poderes fácticos” y que en buen castellano significa los caciques. Esa red es el priísmo y ese priísmo, que nos continúa envolviendo, no sólo se le enreda en los pies a un Presidente proclive a caer en todas las provocaciones, sino que fortalece con el Presupuesto sus arcas hacia el triunfo en el próximo sexenio, tras ganar elecciones, vencer en impugnaciones y hasta imponer nombramientos menores.
Mientras tanto, la “izquierda”, con Dolores Padierna como la Pasionaria urbana, López Obrador como guía de las masas justicieras y René Bejarano sacrificándose en el papel de Valentín Campa, ya ha tocado fondo. Y ésa es la buena noticia: cuando se toca fondo es posible lanzarse hacia la superficie. Desde luego, con personajes más presentables.
Pero el tiempo es mínimo. Desde luego no lo hay para que las izquierdas ganen la presidencia, pero ojalá sea suficiente para ganar la democracia. Ese es también el sentido de ser de las izquierdas. El electorerismo ha hecho perder la brújula a mucha gente de bien y ha avergonzado incluso a algunos que tal vez no se lo merecían.
Cuando desde el Partido Comunista fundamos el PSUM escogimos un lema que aún hoy me parece válido: “Por la democracia y por el socialismo”. En ese orden y pensando en un socialismo mucho más en la línea de Ricardo Lagos o Rodríguez Zapatero, no en la de Hugo Chávez, y nunca (¡jamás, otra vez!) en la de Fidel Castro.
A propósito de democracia, Carlos Fuentes decía así en el III Congreso de la Lengua: “La lengua nos permite pensar y actuar fuera de los espacios cerrados de las ideologías políticas o de los gobiernos despóticos. La palabra actual del mundo hispano es democrática o no es.”