5.4.06

Mérida, teatro vivo

Enero 13, 2006.
Suele, al principio y al final de cada año, hacerse un recuento de la actividad teatral, con el objeto de recabar elementos de juicio que permitan juzgar lo andado para atreverse a andar nuevos caminos. En los periódicos nacionales tales recuentos suelen circunscribirse, curiosamente, a una sola región, la Ciudad de México, como si el centro fuera la nación entera.
Yo quiero hacer un recuento a vuelo de pájaro del teatro en Mérida. Pretendo con ello invitar a que se considere nación teatral no sólo al 20 por ciento de los mexicanos, por importante que sea lo producido en la capital, porque el pulso de la República del Teatro (como inteligentemente llama la revista Paso de Gato a uno de sus secciones) es más fiable cuanto más amplio es el territorio de nuestro análisis.
Sin embargo, antes de iniciar mis notas sobre el 2005 en Mérida, me siento obligado a referirme a la muerte de un hombre de teatro que me ha dolido muy especialmente, la de Luis Armando Lamadrid.
Aunque muchos lo conocieron como activista de la liberación de las minorías y fundador junto al compañero de su vida, Xabier Lizarraga, de Guerrilla Gay, yo quiero tanto recordar cuanto dar testimonio de que Luis Armando fue un hombre de teatro y que, también desde el teatro, dedicó su vida a la defensa de los derechos no sólo de su propia minoría, sino a la lucha contra la injusticia, el silencio y la censura que se ejerce y se ha ejercido de múltiples maneras en sociedades como la nuestra.
No en balde una de las investigaciones de que más orgulloso se sentía fue la que realizó con un grupo de investigadores, bajo la dirección de Maya Ramos, y culminó con el libro Censura y teatro novohispano (1539-1822), publicado por el Citru del INBA y Escenología A. C.
Fue también director de escena, actor (yo tuve la oportunidad de dirigirlo en dos ocasiones) y maestro generoso. Su muerte en Ensenada, la ciudad que también lo vio nacer, lastima y empobrece a la República del teatro. Vaya desde aquí un abrazo para el entrañable Xabier Lizarraga.
Respecto a un recuento a primera vista del teatro en Mérida, y sin ánimo de ser exhaustivo, de hacer juicio o de entrar en polémicas inmediatas, hay datos que deben ser material de reflexión para todos, incluidas las autoridades y quienes hacen teatro en otros estados. Como sea, puedo afirmar que la escena yucateca demostró en 2005 su plena vitalidad.
Más que ganar batallas que a unos pocos importan, el reto para todos, independientes, oficiales y detentadores de apoyos, es el mismo reto del teatro actual en el mundo entero: ganar a un público que, por la televisión y el video, más que por el cine, desconoce inclusive que existe el teatro.
El proyecto independiente de El Teatrito mantuvo sus banderas, con tres obras y un encuentro de teatro íntimo. En el otro extremo, como teatro oficial, además del fundamental proyecto de ópera, entre otras puestas, el Instituto de Cultura produjo El pozo de los mil demonios, para crear un público infantil, así como Sueño de Flamboyanes con Cholo Herrera, para recuperar el teatro regional. Esta última puesta representó a Yucatán en el Cervantino. Calor de Raquel Araujo y Mestiza power de Conchi León lo representaron en la Muestra Nacional.
El foro cultural del Restaurante Amaro dio cabida a cuatro obras. Diversas agrupaciones utilizaron el espacio de “40 grados” para llevar a escena más de diez producciones. Cuatro se montaron en La Vía. Una en el Café foro El Sonido del Eco. El Centro Cultural Tiovivo, se estrenó con cuatro espectáculos. Se montaron tres obras en el Hotel Trinidad. Pablo Herrero montó La cueva de Salamanca, dentro de los festejos a Cervantes, con el Taller de Teatro Universitario de la Universidad Modelo.
Por un lamentable desencuentro, esa auténtica institución del teatro yucateco que es Paco Marín no estrenó el Calderón de Pier Paolo Pasolini en la misma fecha del aniversario de un asesinato que se recordó en el mundo entero. Calderón iniciará este enero y, con su estreno, el brazo de mar del 2005 llegará al 2006 con el memorial triste de una muerte que prefigura al fascismo renaciente.