10.6.06

Hago teatro para mis amigos desconocidos

Milenio - México, D.F. - Domingo 4 de Junio de 2006.
Galardonado con el Premio Nacional de Dramaturgia Juan Ruiz de Alarcón 2006, el director y maestro de teatro habla en entrevista con MILENIO, entre otras cosas, de la creación artística como una manera de revelación.
En 1988 fueron inauguradas las primeras Jornadas Alarconianas en Taxco, Guerrero, a propósito del autor mexicano, dramaturgo del Siglo de Oro, Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza (1580-1639). En paralelo se instituyó el Premio Nacional de Literatura Juan Ruiz de Alarcón, convocado por el INBA y el gobierno del estado de Guerrero. De 1995 a 1997 el premio no se convocó, y reapareció en 1998 como Premio Nacional de Dramaturgia Juan Ruiz de Alarcón, para reconocer la trayectoria de escritores con valiosa obra de creación dramática, en este renglón se inscribe el poeta, dramaturgo, director y maestro de teatro, José Ramón Enríquez (Ciudad de México, 1945) autor de obras como Las visiones del rey Enrique IV, La cueva de Montesinos y Tres deseos pero ningún tranvía.
Ante una vida dedicada al teatro, un premio como éste ¿cómo se recibe y qué significado personal tiene a partir de la figura de Juan Ruiz de Alarcón?
Se recibe con gusto y con gratitud, indudablemente, aunque también con un poco de resquemor porque estos premios a la trayectoria se otorgan a los viejitos. Para que se vayan, seráficos, a rumiar por lo menos algún buen recuerdo. Así lo acepto y así lo agradezco.
En cuanto a la figura de Alarcón, me ha apasionado desde siempre y ahora más. Siempre me he sentido discípulo y deudor de los Siglos de Oro. Siempre he creído que tanto las letras como el teatro en nuestra lengua se han renovado y enriquecido al volver a los Siglos de Oro. Y especialmente por Alarcón he roto lanzas. Un marginal, considerado en España como de acá, y considerado en México como de allá. Siempre lo he creído mexicano y he mantenido polémicas en este sentido y siempre he rescatado su figura jorobada e insultada prácticamente por todos. Si hasta el muy sereno Tirso de Molina lo llamó "poeta entre dos platos", ¿qué decir de la lengua viperina de Quevedo o de Lope o del mismísimo don Luis de Góngora? Tomo uno de los muchos insultos con que lo hirieron, el de "poeta entre paréntesis", para declarar mi amor y mi reverencia por esos paréntesis que fueron dos marginales, cada uno a su modo, Cervantes y Alarcón, que abrir y cerrar resultan lo mejor de nuestro teatro. Pero, no, soy injusto: ¡dejé fuera a Sor Juana..! Cervantes, Alarcón y Sor Juana, ¿qué te parece mi trinidad de victimados?
Usted insiste en la creación como una forma de revelación, una suerte de empatía con cierta manifestación de lo divino; al respecto, ¿usted encontró en el teatro esa respuesta espiritual, el develamiento que lo llevó a casi ser sacerdote jesuita?
Bueno, primero, una aclaración: no fui "casi sacerdote jesuita". Quise serlo algún día, pero me fue impedido muy pronto, a los 18 años. Mi liturgia personal, mi celebración, inclusive mi estructuración a partir de los Ejercicios espirituales de Loyola, ésos nadie podía impedirlos. Sí, la creación artística es una manera de revelación. Es más, tan sólo me considero un amanuense: Alguien dicta y yo tan sólo garabateo. Y ese Alguien dicta para mí y para los demás. Se nos revela. Y eso que me ocurre como dramaturgo, me ha ocurrido como actor y me ocurre como director de escena. Se trata, tan sólo, de escuchar esa voz y transmitirla sin traicionarla. Yo no creo que construyamos personajes: creo que nos construyen los personajes. Un gran actor es el que se deja construir dócilmente, no por un gürú sino por un personaje. Por eso es artista.
Usted llega al teatro como un hombre religioso, ¿cómo evoluciona ahí dentro? ¿Se genera algún conflicto entre el amor a Dios y la teatralidad?
No. Yo hablo con Dios en el teatro y fuera de él. Podría llegar a decir que es la única persona con la cual hablo sin ningún miedo. Los conflictos han sido, en el teatro y debajo de él, con los fariseos que se disfrazan de propietarios de la voz de Dios.
¿Dios dentro del teatro o un teatro al servicio de la revelación de Dios?
Un teatro al servicio de la revelación de Dios dentro del teatro.¿Cómo se desarrolló el conflicto entre Dios y el hombre, la carne y el espíritu, la profanación y lo sacro, en su teatro y en su vida?Yo no veo ese conflicto. Tampoco lo he vivido. En las horas peores de marginación y befa he entendido que Dios está de mi parte y que la invención de ese conflicto es el arma de quienes quieren suplantarlo. Si Dios se hace hombre, ¿cómo va a haber conflicto entre carne y espíritu? Hay conflicto entre la corona de espinas y las tiaras pontificias. Lo sagrado profanado es la profanación del más débil que se une a Cristo en la Cruz. Pero Cristo nunca es victimario: siempre está en la sacralidad de las víctimas.
Usted escribe, actúa, dirige y conoce todas las formas de la hechura teatral. ¿Por qué hacer teatro hoy, en este país, y para quiénes?
Empiezo por lo último y te confieso que no sé para quiénes. ¿Fue Flaubert quien dijo que escribía para sus amigos desconocidos? Pues para los míos hago yo teatro. Para entregarles ese ritual que yo seguramente no entiendo pero se me pide que entregue. Como el poeta, yo no elegí cantar, yo debo cantar. Y debo hacerlo en el aquí y en el ahora que me han tocado para vivir. No para explicar nada sino para transformar quizás un poco y tal vez algo. "Debemos cambiar la vida", dijo Rimbaud, y escribió sus Iluminaciones. Puede sonar mamón pero el punto de partida de cualquier iluminación, revelación, epifanía y etcétera, es la completa ignorancia inclusive de cualquier respuesta medianamente inteligente a tus preguntas.