15.4.06

Cristo sigue crucificado

Abril 10, 2006.
Por Arturo Mendoza Mociño

Aquel que no ayuda a un débil o un pobre está crucificando a Cristo. Donde hay una injusticia, ahí está Jesús. Donde hay una víctima está Jesús. La lista de tales cruces, insiste el dramaturgo José Ramón Enríquez, sería inmensa, porque en el mundo sobran las guerras y las víctimas, la injusticia y el hambre, la explotación y el dolor.“Desde luego, en nuestra América, los más débiles y los más cercanos al corazón de Cristo son los indígenas, por eso hay una teología indígena”, explica este creador desde Mérida, Yucatán, a donde se ha ido a vivir desde hace un par de años. “La explotación de los indios forma parte de la cultura de explotación de los débiles y no son las ideas políticas de Jesús las que se crucifican, sino a Cristo mismo, y el llamado de él, el de ‘Padre, ¿por qué me has abandonado?’, se sigue oyendo y sigue ocurriendo históricamente, como históricamente sigue dándose la resurrección. Por eso tenemos esperanza los cristianos; a pesar de tantas cruces hay esperanza”. La vigencia de las ideas políticas de Jesús, considera Enríquez, se mantiene como utopía porque, en realidad, no son llevadas a la práctica en ninguna ciudad del mundo. Hay, en cambio, vidas ejemplares de cristianos cuya utopía, que la igualdad y la justicia prevalezcan entre los hombres, se mantiene a pesar de los horrores que confirman que Jesucristo es crucificado todos los días.En su poema “Supino rostro arriba” se puede apreciar que las ideas políticas de Jesús representan un más allá, una revolución o una evolución de las relaciones sociales de su época.La idea rectora, señala el escritor, es la absoluta necesidad de justicia para todos y sobre todo para el más débil. En la polis griega, el más débil, sea esclavo, siervo, mujer, niño o hijo, no merecían ayuda porque, de entrada, no eran ciudadanos. Los ciudadanos, entre los griegos, son los más fuertes, económica e intelectualmente. Esa sociedad es lo opuesto a lo que propone Jesús, una opción para los más débiles.Lo mismo acontece, en términos filosóficos y teológicos, con lo propuesto por Nietzche: un superhombre, libre de ataduras religiosas. Jesús le da voz a los siervos, a los más débiles, al más dolido. Y eso molesta al filósofo alemán, uno de los mayores detractores de las ideas políticas de Jesús, porque él sólo piensa en un superhombre y no en un supersiervo.
Cristo en MéxicoSi la mayor utopía de las ideas políticas de Cristo es la justicia y liberar al oprimido, en México y en todo el mundo tales imperativos éticos y morales se han llevado muy poco a la práctica, lamenta Enríquez.“La utopía cristiana en América ha tenido contados pero brillantes momentos: Bartolomé de las Casas, Vasco de Quiroga, los jesuitas de Paraguay, pero, más temprano que tarde, la estructura jerárquica de la iglesia católica se ha encargado de destruirla por ese aparato de destrucción brutal que se llamó inquisición”.Frente a tales hechos, lo que se ha olvidado es que la iglesia es el pueblo de Dios, el cuerpo de Cristo, todos los que creen en el legado de Jesús y otra cosa, muy diferente, es la jerarquía eclesiástica que se ha adueñado del concepto de iglesia.“Se forma parte de la iglesia por el sacramento del bautizo y va mucho más allá de su jerarquía, la iglesia no tiene la culpa, es víctima de su jerarquía. Yo no tengo nada que ver con los obispos porque yo soy gente decente, pero hay que sufrirlos, es parte de un devenir y la iglesia es historia y está en la historia y la constituimos seres humanos.“Sin embargo, el Vaticano, como estructura de poder, es absolutamente contraria a la idea de Cristo, quien no tenía dónde recostar su cabeza, pero ahora hay soldados y una moneda y una corte de prelados que se asumen como sus sucesores”.Esas contradicciones han sido cuestionadas durante siglos. Enríquez evoca una pieza de Darío Fo, llamada Misterio bufo, donde el papa Bonifacio VIII se encuentra con Jesús y éste no lo reconoce, sigue su camino, indiferente, a lo cual el prelado se enfada y le grita a Cristo: “¡Pero si yo soy tu papa!”O aquel cartón del español Máximo, donde el padre eterno se pregunta cómo es posible que con un evangelio de izquierda hay una iglesia de derecha. O el viejo chiste que reza: “Las ideas de Jesús eran tan peligrosas, pero tan peligrosas, que crearon a la iglesia para combatirlas”.“Lo que es más difícil de justificar es una iglesia que está de acuerdo con el poder y no con los pobres”, cuestiona el dramaturgo. “Que el papa se convierta en rey nada tiene que ver con Cristo. Que tenga una corte, tampoco. Cristo era un carpintero que andaba descalzo”. Los laicos, justifica Enríquez, pueden criticar más a la jerarquía católica porque son testigos de cómo ésta ha sido implacable con los obispos de izquierda, como Samuel Ruiz, que ha luchado por acabar con la desigualdad de Chiapas.“Cuando la jerarquía se inconforma con el discurso de Ruiz le manda a monseñor Raúl Vera como obispo auxiliar para que atempere sus acciones y declaraciones, pero Vera termina convencido de la causa de Ruiz y terminan enviándolo a Saltillo lejos de Chiapas. La estructura jerárquica es implacable con la disidencia, pero no contra ella misma y sus excesos. Las narcolimosnas, el apoyo al poder, eso no le da vergüenza y tampoco parece darle el no estar al servicio de un pueblo tan dolido como el mexicano. Es vergonzoso y criminal estar al servicio mezquino del poder. Pero eso no es nada nuevo. De nueva cuenta crucifican a Cristo con esa postura”.Si se buscaran paralelismos políticos contemporáneos, todos los apóstoles serían socialistas y marxista sería el cristianismo primitivo, sostiene el escritor. Y en la actualidad, la única corriente que busca la justicia social, como la deseó Jesucristo, es la Teología de la Liberación que, a su vez, ha gestado otras teologías. “Aunque fue muy perseguida, no significa que ha sido vencida”, explica. “Como dijo Unamuno a los franquistas: ‘Venceréis y no convenceréis’. El larguísimo pontificado de Karol Wojtyla fue una larga lucha contra la Teología de la Liberación en América Latina. Su sucesor, Joseph Ratzinger, la mantendrá, sin duda. Pero la Teología de la Liberación permanece a pesar de que hayan jubilado en Brasil al catalán Pedro Casaldáliga y en México a Samuel Ruiz. La teología está completamente viva en todos los ámbitos. Continúa con su lucha frontal contra la pobreza”.Por fortuna, insiste Enríquez, se ha separado del discurso marxista cerrado de sus inicios y ha abrevado en otras corrientes del pensamiento político contemporáneo.“Por eso no es extraño que la función liberadora de esta corriente, que no busca el fortalecimiento de las estructuras de poder, tenga también una teología desde la mujer o una teología ecológica, porque ambas teologías retoman largas luchas que enfocan de diferentes maneras la experiencia de Dios, la experiencia de un dios liberador”.Una teología, como la que planteó Jesús hace dos mil años, donde no haya nadie para mandar y nadie para ser dominado.

Entrevista publicada en la revista emeequis Número especial 010 y 011