5.4.06

Doloroso homenaje a Pasolini

Febrero 19, 2006.

El Calderón de Pier Paolo Paosolini no ha perdido en nada su vigor luego de 30 años de haber sido escrito, poco antes de la muerte del poeta y cineasta. Una de las pocas obras teatrales de Pasolini, pretende homenajear a España a partir de su dramaturgo mayor, don Pedro Calderón de la Barca, y desde su obra magna, La vida es sueño.
La idea del dormir y el despertar hasta perder la noción clara de cuándo se duerme y cuándo se está en vela, la lleva Pasolini a la España del franquismo a fines de los 60, e invierte los géneros de los personajes para que Rosaura sea Segismundo y Segismundo se vuelva un aristócrata desclasado que luchó por la República.
Rosaura despierta en distintos e irreconocibles ámbitos, ya como hija de franquistas, ya como prostituta, etc., y la angustia de realidad y sueño confundidos la martiriza tanto como la imposibilidad de una revolución por la justicia que, en los últimos años de Pasolini ya parecía imposible, como hasta hoy nos lo sigue pareciendo.
Cuando Pasolini escribía Calderón, había pasado apenas un lustro de aquel axial 1968. Hoy, casi 40 años después, todas las coordenadas parecen cuando menos modificadas. Y no siempre para bien.
Desde la macroeconomía y el aumento de los derechos humanos, parecería que estamos cada día mejor, pero el hambre de Africa (continente al cual se volvía cada vez más Pasolini en sus últimos tiempos), la esclavitud infantil y femenina creciente, y el imparable desarraigo de comunidades enteras en busca de algo para llevarse a la boca, con el consiguiente aumento de la violencia urbana, prueban que vamos a peor.
No son motivo para sonreír el integrismo de Bush (justifica inclusive la tortura en su guerra santa), ni la correspondiente exacerbación del integrismo musulmán, la xenobia cada día mayor en la Europa que desearía haber aprendido sus lecciones, la inquisición de Benedicto XVI cada minuto más intolerante, así como tampoco la confusión en América Latina de las posturas de izquierda con la vacua retórica populista y el culto a la personalidad por demasiadas décadas de Castro, ahora reciclado por su clon, coronel golpista venezolano.
Inclusive el Calderón de Pasolini resulta vigente por una ironía de la historia: el candidato del PAN a la presidencia de México se apellida precisamente Calderón y se reviste con el neofranquismo español. Sus declaraciones sobre la píldora del día siguiente, anunci de retrocedso respecto de Fox, y sus posturas acerca del matrimonio entre hombres (nadie en México lo ha pedido: aquí se lucha por las uniones de convivencia) están alimentadas por el discurso fascistoide del Cardenal madrileño Rouco. Calderón se viste la camisa falangista de Carlos María Abascal, de pura y rancia estirpe sinarquista. Nunca tan certero ha estado Carlos Monsiváis como en su discurso por el Premio Nacional (y vaya que casi siempre ha acertado una gloria al fin justamente tan laureada como Carlos Monsiváis).
Pero a la vigencia de su Calderón se suma el trigésimo aniversario del asesinato de Pasolini en la playa de Ostia. Un asesinato por homofobia, se mire como se mire. Y todo ello lo ha querido montar en escena ese gran director que es Paco Marín, en el Teatro Peón Contreras, el gran teatro de Mérida. Ignoro si alguien más en México ha recordado el asesinato de Pasolini y su calidad profética tan vigente hoy en día, pero Paco Marín lo ha hecho con excelencia y maestría como gran figura del teatro yucateco.
Elena Larrea hace una Rosaura impecable e implacable. Soberbio, el monólogo sobre La Internacional, cortado por el cinismo pragmático del burgués que fría y magníficamente encarna Tanicho, lastima en lo profundo a quienes un día soñamos con un mundo justo. El joven Edipo doliente de Pasolini (en la versión de Marín, Martirologio, también el propio poeta masacrado) lo interpreta espléndidamente Pablo Herrero. El propio Paco decide actuar un Segismundo roto que parte de su torre, cruza la escena y vive tanto el presente como trágicamente el mismísimo futuro.
Cada actor en su lugar, el video de Laura Sánchez y Jorge Carlos Cortazar. Doloroso homenaje a la grandeza de Pier Paolo Pasolini.