A la orilla de un sueño
Mayo 26, 2006.
Litoral es la historia de un exilio y es la historia de un sueño. Es, en realidad, la historia de muchos exilios y de muchos sueños. Desde luego el exilio familiar de Wajdi Mouawad, libanés nacido en Québec, y de sus propios sueños tejidos magistralmente con los de sus múltiples personajes en un mestizaje que va del Oriente de Las mil y una noches, llevadas al extremo del dolor que produce una guerra, hasta el Occidente de la leyenda artúrica, con Batman y Robin, y, aun sin buscarlo, hasta la grotesca grandeza de un Quijote que se niega a ser otra vez Alonso Quijano el bueno.
Y es el sueño que arranca del cadáver del padre y del retorno al mar con él a cuestas. Para el autor se trata de “dar, como dice Mallarmé, un nuevo sentido a las palabras de la tribu”. Para el espectador se trata de aceptar sugerencias, a veces escalofriantes y a veces enormemente dulces, que convoquen a la propia tribu, al propio exilio, al cadáver de un padre que echarse al lomo para volver al mar.
“Simplemente le hablo en voz alta”, dice el personaje central, “a lo que todo el mundo piensa en voz baja”. Pero dice también: “Soñar siempre vuelve loco” y “lo más doloroso del sueño, es que no existe”.
Litoral es también el sueño de un grupo de actores y un director (a casi todos los cuales tuve el privilegio de conocer en el arranque), dos escenógrafas (a una de las cuales conocí en el Programa de Jóvenes Creadores), una larga serie de artistas, y de un proyecto para un espacio, el que encabezó Boris Schoemann con Los endebles, hace ya varios años para La Capilla, sala coayacanense que fue a su vez un sueño de Salvador Novo.
El trabajo actoral va de lo correcto a lo impecable, pero en todos los casos resulta ejemplar por múltiples razones. Ricardo Rodríguez, Pedro Mira, Rebeca Trejo, Miguel Angel Canto, Mauricio Garmona, Alejandra Chacón, Sharon Zundel y Marcelo Galván, asumen todos los riesgos y se lanzan en busca de su litoral más lejano. Auda Caraza y Atenea Chávez crean el espacio de un insomnio habitado por todas las figuras de los sueños que encarnan.
Y todos artistas siguen a Hugo Arrevillaga, el director, porque Litoral es también la encarnación de su propio sueño como director y adaptador. A lo largo de tres años lo ha venido permitiendo aun con muchos vientos en contra, aunque con apoyos que se agradecen en el programa de mano. Muy significativamente Boris Schoemann y Luis Mario Moncada.
Quizás Litoral signifique el exilio de La Capilla, de este grupo que, aun en el CUT, llegara con Schoemann a montar Los endebles, hace ya varios años y que, desde entonces, no se ha detenido en su trabajo de alta calidad. Al parecer el programa México en Escena, que en mucho lo permitía, desaparece sin explicaciones fuera del autoritaritismo que anida en todos los partidos que se reparten los presupuestos ahí donde gobiernan.
Y, sobre todo, Litoral no debe ser el fin para los sueños teatrales en La Capilla. Ni La Capilla debe dejar de servir a las liturgias para las cuales Novo la construyera.
Trabajos como Litoral muestran que es preciso dar continuidad a programas institucionales. No se trata, como piensan seguramente los tres candidatos, de usar los escasos dineros de cultura para cooptar intelectuales en sus entreveradas siglas. Sea quien sea el triunfador, deben rescatarse los programas que han servido para impulsar sueños como el de Litoral (Coinversiones, México en Escena, Jóvenes Creadores, por lo menos) así como fortalecer a las instituciones formadoras (en este caso a la UNAM).
Quien triunfe, no llegará con olivos ceñidos a la frente. Tan sólo habrá sido el menos malo para un pueblo harto de caciques y de grillos. Quien llegue, tampoco lo hará con un programa mínimo para el arte. Al menos que considere su deber el análisis sereno de resultados y la continuidad para proyectos que han fructificado.
Mientras tanto que los artistas de Litoral sigan a la busca del sitio donde hundir a los muertos. Que escuchen y hagan oír lo que el caballero del sueño dice casi al fin de la obra: “Aunque me sumerja en las profundidades del mar, seguiré siendo tu fuerza. Nada es más fuerte que el sueño. Él nos unirá para siempre”.
Y es el sueño que arranca del cadáver del padre y del retorno al mar con él a cuestas. Para el autor se trata de “dar, como dice Mallarmé, un nuevo sentido a las palabras de la tribu”. Para el espectador se trata de aceptar sugerencias, a veces escalofriantes y a veces enormemente dulces, que convoquen a la propia tribu, al propio exilio, al cadáver de un padre que echarse al lomo para volver al mar.
“Simplemente le hablo en voz alta”, dice el personaje central, “a lo que todo el mundo piensa en voz baja”. Pero dice también: “Soñar siempre vuelve loco” y “lo más doloroso del sueño, es que no existe”.
Litoral es también el sueño de un grupo de actores y un director (a casi todos los cuales tuve el privilegio de conocer en el arranque), dos escenógrafas (a una de las cuales conocí en el Programa de Jóvenes Creadores), una larga serie de artistas, y de un proyecto para un espacio, el que encabezó Boris Schoemann con Los endebles, hace ya varios años para La Capilla, sala coayacanense que fue a su vez un sueño de Salvador Novo.
El trabajo actoral va de lo correcto a lo impecable, pero en todos los casos resulta ejemplar por múltiples razones. Ricardo Rodríguez, Pedro Mira, Rebeca Trejo, Miguel Angel Canto, Mauricio Garmona, Alejandra Chacón, Sharon Zundel y Marcelo Galván, asumen todos los riesgos y se lanzan en busca de su litoral más lejano. Auda Caraza y Atenea Chávez crean el espacio de un insomnio habitado por todas las figuras de los sueños que encarnan.
Y todos artistas siguen a Hugo Arrevillaga, el director, porque Litoral es también la encarnación de su propio sueño como director y adaptador. A lo largo de tres años lo ha venido permitiendo aun con muchos vientos en contra, aunque con apoyos que se agradecen en el programa de mano. Muy significativamente Boris Schoemann y Luis Mario Moncada.
Quizás Litoral signifique el exilio de La Capilla, de este grupo que, aun en el CUT, llegara con Schoemann a montar Los endebles, hace ya varios años y que, desde entonces, no se ha detenido en su trabajo de alta calidad. Al parecer el programa México en Escena, que en mucho lo permitía, desaparece sin explicaciones fuera del autoritaritismo que anida en todos los partidos que se reparten los presupuestos ahí donde gobiernan.
Y, sobre todo, Litoral no debe ser el fin para los sueños teatrales en La Capilla. Ni La Capilla debe dejar de servir a las liturgias para las cuales Novo la construyera.
Trabajos como Litoral muestran que es preciso dar continuidad a programas institucionales. No se trata, como piensan seguramente los tres candidatos, de usar los escasos dineros de cultura para cooptar intelectuales en sus entreveradas siglas. Sea quien sea el triunfador, deben rescatarse los programas que han servido para impulsar sueños como el de Litoral (Coinversiones, México en Escena, Jóvenes Creadores, por lo menos) así como fortalecer a las instituciones formadoras (en este caso a la UNAM).
Quien triunfe, no llegará con olivos ceñidos a la frente. Tan sólo habrá sido el menos malo para un pueblo harto de caciques y de grillos. Quien llegue, tampoco lo hará con un programa mínimo para el arte. Al menos que considere su deber el análisis sereno de resultados y la continuidad para proyectos que han fructificado.
Mientras tanto que los artistas de Litoral sigan a la busca del sitio donde hundir a los muertos. Que escuchen y hagan oír lo que el caballero del sueño dice casi al fin de la obra: “Aunque me sumerja en las profundidades del mar, seguiré siendo tu fuerza. Nada es más fuerte que el sueño. Él nos unirá para siempre”.