Luis Rivero, el orgullo de ser universitario
Gran músico y excelente maestro, Luis Rivero (nacido en Mérida en 1934) acompañó al teatro universitario en múltiples y gratificantes aventuras. Para sólo nombrar cuatro entre múltiples trabajos, hizo con Héctor Mendoza Reso e In memoriam, y con Luis de Tavira Santa y Martirio de Morelos. Yo tuve el privilegio de trabajar con él en mi versión de Libro de Buen Amor, con la generación 1995-1999 del CUT.
Fue un maestro de voz inolvidable. No sólo hizo cantar y respirar a los actores, sino que supo colocar la voz, ese trabajo de orfebrería que ahora se olvida con demasiada frecuencia por el influjo tanto de los micrófonos televisivos como de teorías malentendidas de la vivencia.
Mientras, invitado por el Rector de la UNAM y por Antonio Crestani, recorría las nuevas instalaciones del CUT, pensaba en el departamento de Luis Rivero y en cómo el teatro marca una parábola de la cueva original de los creadores a la novísima caja negra para la expresión creadora, siempre para renacer a la hora de entregar la estafeta recibida por una generación a la otra.
Así, simbólicamente, la muerte de Luis Rivero añadió sentido a la entrega de nuevos espacios para una casa de formación en la que él y muchos otros universitarios han dejado lo mejor de ellos mismos. Fue, pues, un hermoso mediodía de luz y sombra, de resurrección, como siempre ha sido el teatro.
Especialmente importantes las palabras del Rector De la Fuente. Mucho más que un discurso elaborado para una inauguración cualquiera, Juan Ramón de la Fuente planteó la apuesta universitaria por el arte en momentos que sólo conceden importancia a los réditos económicos, en una espiral enfermiza. Tiempos en los que el hombre no sólo engulle a sus hijos, sino que se traga a sí mismo.
En estos tiempos, la apuesta universitaria por el arte es la apuesta por una concepción de país que supere el jaloneo electorero de nuestra tan inepta como corrupta clase política. Un punto de partida para ese proyecto de país del que todo el mundo habla pero que todos los partidos supeditan a la compraventa de caciques y de votos.
En el pequeñísimo espacio de un centro dedicado a una actividad económicamente tan poco productiva como el teatro, con un nudo en la garganta por la muerte de un músico de teatro, gentil y limpio, como Luis Rivero, oír al Rector me resultó especialmente refrescante, porque, a nombre de los universitarios todos, dictó cátedra al plantear el único camino posible de salvación: los productos del espíritu y no los réditos del mercado.
Julieta Riveroll recogió sus palabras: “El nuevo edificio debe verse como un compromiso que hoy refrenda la Universidad con el teatro, y en particular con el teatro universitario; en estos tiempos donde las prioridades, según se nos dice de forma absurda tendrían que ser lucrativas o redituables en términos económicos, condición más de inmediatez que de largo plazo.”
Luis de Tavira me comentaba que palabras así lo hacían sentirse orgulloso de ser universitario.Yo comparto ese orgullo y aplaudo la cordura de este Rector en días tan bufonescos como los que vivimos.
Hace muy pocos años, la Universidad fue espacio del debate por el arte en las izquierdas de los años 60 a los 80. Un debate que fue duro e incluso agrio, tan creativo como arriesgado y casi siempre honesto. Hoy, muchos de los protagonistas de aquellos días han borrado el arte de los presupuestos de la ciudad que gobiernan. Los rojos de ayer se han diluido en el priísmo negro-amarillo que se ostenta como defensor de la gente e imprime “solecitos de esperanza” con cargo al erario público.
Entonces como ahora, hay quienes consideran el arte algo ornamental e inútil. En el mejor de los casos, lo consideran, a la manera del PRI, un instrumento que debe ser neutralizado a fuerza de comprar inteligencias. Como esa labor de corrupción priísta que duró setenta años aún no termina (y no terminará si los oportunismos perredistas y las estupideces panistas siguen desbrozando el retorno del PRI a Los Pinos) la apuesta por el humanismo y los productos del espíritu debe ser contundente.