30.3.06

Luis Rivero, el orgullo de ser universitario

Marzo 18, 2005.
El lunes 14 de marzo en la inauguración de las nuevas instalaciones del Centro Universitario de Teatro, ocasión de especial entusiasmo para quien esto escribe, para el teatro universitario y, por lógica extensión, para todo el teatro nacional, vino a extender su sombra la triste noticia de la muerte de Luis Rivero.
Gran músico y excelente maestro, Luis Rivero (nacido en Mérida en 1934) acompañó al teatro universitario en múltiples y gratificantes aventuras. Para sólo nombrar cuatro entre múltiples trabajos, hizo con Héctor Mendoza Reso e In memoriam, y con Luis de Tavira Santa y Martirio de Morelos. Yo tuve el privilegio de trabajar con él en mi versión de Libro de Buen Amor, con la generación 1995-1999 del CUT.
Fue un maestro de voz inolvidable. No sólo hizo cantar y respirar a los actores, sino que supo colocar la voz, ese trabajo de orfebrería que ahora se olvida con demasiada frecuencia por el influjo tanto de los micrófonos televisivos como de teorías malentendidas de la vivencia.
Mientras, invitado por el Rector de la UNAM y por Antonio Crestani, recorría las nuevas instalaciones del CUT, pensaba en el departamento de Luis Rivero y en cómo el teatro marca una parábola de la cueva original de los creadores a la novísima caja negra para la expresión creadora, siempre para renacer a la hora de entregar la estafeta recibida por una generación a la otra.
Así, simbólicamente, la muerte de Luis Rivero añadió sentido a la entrega de nuevos espacios para una casa de formación en la que él y muchos otros universitarios han dejado lo mejor de ellos mismos. Fue, pues, un hermoso mediodía de luz y sombra, de resurrección, como siempre ha sido el teatro.
Especialmente importantes las palabras del Rector De la Fuente. Mucho más que un discurso elaborado para una inauguración cualquiera, Juan Ramón de la Fuente planteó la apuesta universitaria por el arte en momentos que sólo conceden importancia a los réditos económicos, en una espiral enfermiza. Tiempos en los que el hombre no sólo engulle a sus hijos, sino que se traga a sí mismo.
En estos tiempos, la apuesta universitaria por el arte es la apuesta por una concepción de país que supere el jaloneo electorero de nuestra tan inepta como corrupta clase política. Un punto de partida para ese proyecto de país del que todo el mundo habla pero que todos los partidos supeditan a la compraventa de caciques y de votos.
En el pequeñísimo espacio de un centro dedicado a una actividad económicamente tan poco productiva como el teatro, con un nudo en la garganta por la muerte de un músico de teatro, gentil y limpio, como Luis Rivero, oír al Rector me resultó especialmente refrescante, porque, a nombre de los universitarios todos, dictó cátedra al plantear el único camino posible de salvación: los productos del espíritu y no los réditos del mercado.
Julieta Riveroll recogió sus palabras: “El nuevo edificio debe verse como un compromiso que hoy refrenda la Universidad con el teatro, y en particular con el teatro universitario; en estos tiempos donde las prioridades, según se nos dice de forma absurda tendrían que ser lucrativas o redituables en términos económicos, condición más de inmediatez que de largo plazo.”
Luis de Tavira me comentaba que palabras así lo hacían sentirse orgulloso de ser universitario.Yo comparto ese orgullo y aplaudo la cordura de este Rector en días tan bufonescos como los que vivimos.
Hace muy pocos años, la Universidad fue espacio del debate por el arte en las izquierdas de los años 60 a los 80. Un debate que fue duro e incluso agrio, tan creativo como arriesgado y casi siempre honesto. Hoy, muchos de los protagonistas de aquellos días han borrado el arte de los presupuestos de la ciudad que gobiernan. Los rojos de ayer se han diluido en el priísmo negro-amarillo que se ostenta como defensor de la gente e imprime “solecitos de esperanza” con cargo al erario público.
Entonces como ahora, hay quienes consideran el arte algo ornamental e inútil. En el mejor de los casos, lo consideran, a la manera del PRI, un instrumento que debe ser neutralizado a fuerza de comprar inteligencias. Como esa labor de corrupción priísta que duró setenta años aún no termina (y no terminará si los oportunismos perredistas y las estupideces panistas siguen desbrozando el retorno del PRI a Los Pinos) la apuesta por el humanismo y los productos del espíritu debe ser contundente.
Hoy, la memoria de un artista como Luis Rivero me hace sonreír al asociarlo con el Libro de Buen Amor y con los nuevos espacios de un CUT que él también construyera. Termino con los últimos pareados de mi versión: “Allá por mil trescientos y ochenta uno años / fue compuesto este libro, para borrar engaños. Para solaz de todos, os hablé en juglaría. / Recen un padre nuestro por mí y ave maría. / Por Juan Ruiz, el ya dicho, Arcipreste de Hita, / al que su corazón de trovar non se quita”.

Teatro hacia los márgenes

Marzo 4, 2005.

Roger Bartra me envía un artículo de Sergio Correa, de la BBC alemana, que dice más de los futuros cauces del actual milenio que todos los cálculos de las instituciones públicas y privadas dedicadas a predecir el mediano y largo plazo de nuestra especie:
"La cadena alemana de televisión RTL y la productora Endemol anunciaron que desde el 1 de marzo la nueva versión de Big Brother tendrá lugar en un pueblo artificial especialmente creado para la serie, cuya duración no tendrá límite. Jardines, bosques, una piscina y hasta una iglesia conformarán el Pueblo Big Brother, en las cercanías de Colonia, que será habitado por 16 participantes dispuestos a pasar toda su vida dentro de ese sitio rigurosamente vigilados por un centenar de cámaras.
"Casamientos, divorcios, infidelidades, largos odios o amistades, nacimientos y muertes, todo podrá ser seguido en una emisión en directo de 24 horas. La cadena de televisión RTL anunció que ya tiene más de 26,000 postulantes dispuestos a dejarse encerrar de por vida en el Pueblo Big Brother".El artículo, escrito en febrero, afirmaba que la selección aún no se había cerrado, y su autor concluía diciendo: "Hasta ahora nadie parece haberse inquietado demasiado en Alemania por las consecuencias sicológicas o aún morales de este Pueblo Big Brother, que parece celebrar festivamente las peores pesadillas de George Orwell. Poco más de 20 años debió esperar la anti-utopía de Orwell para cumplir su profecía que más de 26,000 voluntarios quieren alegremente concretar. Unos 1,500 dólares por mes de sueldo para cada participante y premios anuales que pueden alcanzar casi el millón y medio de dólares serán la recompensa por participar en este inquietante experimento televisivo".Pienso en Catástrofe, la obra que Beckett dedicara a Vaclav Havel y en la cual el protagonista es manipulado bajo los reflectores hasta la saciedad, hasta el silencio total, hasta el fade out.Mientras tanto, los márgenes del mundo, que agonizan de hambre, se meten por las alcantarillas de los ricos, ya como indocumentados, ya como terroristas suicidas, ya como delincuencia organizada o desorganizada en todas las ciudades. Literalmente nos comemos los unos a los otros, entre programa y programa de Big Brother.Aquí, en Mérida, en un margen geográfico de un país tercermundista, hemos decidido hacer algo, muy poco, lo que está a nuestro alcance. Somos conscientes de que frente a los marginados de verdad quedan dos caminos, o darles de una vez un balazo en medio de la frente o ir hacia ellos. Estamos conscientes de que comemos, podemos leer, mal que bien sobrevive cada quien con su género y sus opciones sexuales, pero no queremos entrar en la casa de Big Brother para "divertir" hasta que la muerte del último televidente apague el aparato de la televisión.
Creemos que es hora de ir modestamente hacia todos los márgenes para entregar nuestra voz y hacer nuestra la suya, no por bondad sino para salvar el futuro de todos. Ignoramos cómo vean esta inversión los analistas bursátiles, pero es la única que entendemos más o menos rentable no sólo a largo plazo sino en el inmediato.
Así, hemos formado un pequeño grupo con el nombre de “Teatro hacia el Margen”. No desde el margen porque son otros los marginados y sería una burla tratar de disfrazarnos. Teatro hacia ellos. Como planteó Pablo Herrero, uno de nuestros miembros: hacemos teatro hacia el margen porque “sabemos que les debemos, algo queremos pagar y no sabemos hacer otra cosa”.
Ya montamos, en Mérida, el resultado de un diálogo mío con uno de los personajes más altos de Tennessee Williams y con la obra en la cual se desarrolla, Tres deseos pero ningún tranvía. Tras la temporada aquí y luego de tres días en que el CUT generosamente nos recibe en México (4,5 y 6 de marzo), iremos a Tijuana invitados por Daniel Serrano. De Mérida a Tijuana, márgenes del territorio nacional. Esa es la idea.
Planeamos volver a Beckett, como han hecho recientemente, con grandes resultados, Jorge Vargas, Agustín Meza y Manuel Montoro, porque esa peregrinación a las fuentes debe ser constante.
Apoyados por la Coordinación Nacional de Teatro, queremos montar en el espacio que ha abierto en Mérida el proyecto de “40 grados Sur”, la obra Aguantando al taquero de Miguel Angel Canto, dramaturgo originario de Mérida y formado en la Ciudad de México. Es su personal y entrañable versión de Esperando a Godot. Después, experimentar un nuevo diálogo de mi dramaturgia ahora con los ecos de Beckett: Del principio, el final. Por último queremos rastrear a Vladimir y Estragon, a Clov o a Lucky, y a la misma Winnie, hasta el original Patio de Monipodio.
Del cósmico patio ya he convocado a los Rinconetes y Cotadillos que ahora se pudren, e infectan con su angustia y su rabia los drenajes de ciudades que se ríen ante Big Brother.

El reto de crear públicos

Febrero 18, 2005.

El jueves 10 de febrero se graduó, en la Universidad Modelo, la primera generación de la carrera de Letras Hispánicas que ha habido en la historia de Yucatán.
Pensé mucho en si debía comentar tal noticia en mi columna hasta que decidí que al centralismo se le combate andando, como Heráclito demostraba el movimiento, y que mis solas dudas sobre si comentar o no algo tan “local” en un espacio “nacional” ya eran una muestra palpable de cuán colonizados estamos por la cortina de hierro que mantiene dentro de sí la noción de cultura en nuestro país.
Que un estado como Yucatán, el cual ha dado al país, poetas, dramaturgos, novelistas y estudiosos de la literatura de primer nivel no haya tenido nunca una carrera de letras significa que, para profundizar en estos estudios, se necesitaba emigrar a la capital de la República o a Xalapa, la ciudad-universidad más cercana a la región. En cualquier caso, con pocas posibilidades de retorno.
De tal manera, la que fuera hermosa Ciudad de los Palacios no sólo se ha convertido en el centro que dicta la cultura, sino que ha crecido hasta la pesadilla, obligada, tras dar formación, a crear fuentes de trabajo para generaciones enteras de peregrinos de otras tierras. La Ciudad-Centro es tan victimaria como víctima, en círculos viciosos que van de mayor a menor y no se rompen con discursos ni con airadas exigencias de equidad.
Justamente por eso, el sólo hecho de que ya exista la carrera de letras en Mérida me parece no sólo una forma más de luchar contra el centralismo, sino la mejor para todos. Se detiene la macrocefalia galopante y se fortalece la región con focos culturales propios que irradian, además de profesionales, consumidores de cultura. Así, se mantiene la riqueza creativa, se abren espacios para futuras generaciones y se crean críticos serios, conocedores de la voz y las necesidades propias.
Vale la pena subrayar, además, que la Universidad Modelo es un institución privada, laica (subrayo, laica), con décadas de existencia que demuestra, al acoger las letras en su oferta educativa, que desea responder a una demanda de la sociedad civil.
Pero no sólo la Universidad Modelo tiene ya la carrera de letras. También la Universidad Autónoma de Yucatán está a punto de graduar a sus propios estudiantes. Mérida crece, pues, como un centro de irradiación en el Sureste, como lo están siendo Tijuana, Monterrey y Guadalajara. Y lo son por derecho propio, no por concesión de nadie.
Crece la oferta pero al propio tiempo tiene que fortalecerse la demanda. Y este punto exige un especial esfuerzo inclusive mercadotécnico (uso una palabra que me provoca urticaria) de las instituciones tanto públicas como privadas para la creación de consumidores de cultura.
Es el caso de la Escuela Superior de Artes que ha empezado a funcionar gracias al decidido impulso de Domingo Rodríguez Semerena, director del Instituto de Cultura de Yucatán, y que cuenta con Raquel Araujo, al frente de Teatro y Danza, y con Javier Alvarez, al frente de Música, entre otros.
La pregunta es si un esfuerzo generoso está lanzando profesionales al desempleo. La respuesta es que sí, a no ser que vaya aparejado con otro esfuerzo mayor de creación de públicos.
El mundo entero ha perdido públicos. Las razones son muchas pero una es la principal: la televisión. A la par, la incapacidad de los creadores para hacer de ella un arte, como se hizo con el cine, en lugar de abandonarla a mercachifles que tratan al espectador como ellos quisieran ser tratados: menores de edad y analfabetos.
Será lento y difícil un lenguaje televisivo con formas propias, en lugar de que los actores se autoplagien y se extingan, mientras los dramaturgos y directores aprenden pavlovianamente las “fórmulas probadas”. Mientras tanto, es necesario crear públicos con campañas de promoción eficaces.
Así, el Estado no sólo debe anunciar sus producciones sino apoyar las independientes. Yo diría que sobre todo apoyar las independientes porque significan la aparición de voces que, sin ir “a la caza de la beca”, desean simplemente ser escuchadas.
La modernidad también ha dado herramientas a los creadores. Así puede verse cómo crece en internet el movimiento de apoyo y promoción entre individuos y grupos independientes. Por ejemplo, está Sebastián López con su sitio RED@ctuar y su trabajo con niños de la calle. Espléndido actor y hombre de izquierda ajeno a las justificaciones para vivir del poder mientras se gesticula en su contra, Sebastián levanta un proyecto de trabajo con el Centro de Promoción para la Infancia en Situación de Calle Matlapa, que busca abrir fuentes de trabajo a profesionales recién egresados, ponerlos en contacto con la realidad nacional y crear nuevos públicos. Si Big Brother en el futuro nos resulta aterrador, se trata, como dijo el gran poeta Rubén Reyes, director de Humanidades de la Modelo, “de tomar en serio la conquista de la palabra”.

Ofelia Guilmáin, una voz del exilio

Febrero 4, 2005.

La muerte de Ofelia Guilmáin no me significa tan sólo la pérdida de una figura fundamental de nuestro teatro sino que remueve tanto mi historia personal como la memoria de un grupo del cual soy hijo y de cuyos ideales me siento heredero. Herencia que supone no sólo riqueza en valores como la libertad y la justicia, sino la responsabilidad de continuar con esas banderas en mundo que se acerca trágicamente a situaciones que recuerdan aquéllas.
Yo me inicié en el teatro profesional justamente a la sombra de una enorme Ofelia Guilmáin. Estudiaba en Bellas Artes, lo que hoy es la ENAT, y el director de mi escuela, el entrañable José Solé, llamó a un grupo de estudiantes. Unos para actuar, Octavio Galindo y Miguel Solórzano por ejemplo; de comparsas otros, como Fernando Balzaretti, Fernando Rubio, Guillermo Gil y yo mismo. Lo mismo éramos pajes en la corte de Macbeth que pavoroso ejército de Macduff. Ofelia era una Lady Macbeth que, con José Gálvez como el “asesino del sueño”, hacía cimbrar el Teatro Xola (hoy Julio Prieto) y dictaba cátedra magistral a jóvenes actores como nosotros y a jóvenes espectadores que la venían siguiendo de antiguo en ese proyecto truncado que fue el Teatro del Seguro en tiempos de Benito Coquet, Julio Prieto, Ignacio Retes y José Solé.
Habló de 1967 y la producción de Macbeth ya era independiente porque desde la llegada de Díaz Ordaz dejó de creerse en que el arte era un derecho de los trabajadores, razón por la cual se habían construido los teatros del Seguro en toda la República. Ahí empezó un naufragio que llega a Santiago Levy para quien la salud tampoco es un derecho y espera la mejor oportunidad para privatizar hospitales, así como ya se deshizo de medicinas, infraestructura mínima y material curativo.
Tras haber comenzado con Alvaro Custodio en Teatro Clásico de México, en realidad el retiro de la Guilmáin del más alto nivel del teatro mexicano se debió a la quiebra del proyecto del IMSS. A partir de ahí hubo sólo momentos de retorno más o menos afortunados, pero la televisión, voraz, consumió su tiempo.
Aun cuando es verdad que sólo, de entre sus hijos, Juan Ferrara y Lucía se han dedicado al teatro, su muerte me recuerda la incursión de Esther Guilmáin como la Celerina en la primera temporada de Los albañiles de Vicente Leñero, cuando yo actuaba el papel de Sergio.
Pero la muerte de la Guilmáin, para mí significa sobre todo que se extingue otra voz del exilio republicano. Y la República Española no es patrimonio de nadie. Es un momento glorioso de libertad entre dos guerras mundiales que congregó a lo mejor de todos los mundos. Por ello no debe olvidarse. Mucho menos en México que acogió a los desterrados con los brazos abiertos.
Muere Ofelia Guilmáin precisamente el mismo año en que los diputados socialistas españoles organizan un merecido y largamente esperado homenaje a Lázaro Cárdenas por su actitud ante la República y ante los exiliados. Cuando leí sobre el homenaje pensé que seguramente la invitarían para leer algo de León Felipe o de Pedro Garfias en las veladas programadas. Pero la muerte se adelantó.
Sin embargo, aún es tiempo de recordar y valorar tantos significados que no deben perderse.
Por ejemplo debe recordarse que México, gracias a Cárdenas, nunca rompió las relaciones con el gobierno legítimo español, es decir con la República. Aquí existió una embajada republicana hasta 1977 cuando la inconmensurable frivolidad de López Portillo la hizo a un lado para establecer relaciones con la monarquía y nombrar como su embajador nada menos que a Gustavo Díaz Ordaz. Debió haberse buscado una fórmula jurídica para un tan importante traslado de reconocimiento semejante a la de los catalanes con la Generalitat y el retorno de Josep Terradellas, su presidente, a suelo patrio.
Aunque todo esto suene a convocatoria de fantasmas es parte de una historia, de un herencia e inclusive de una nacionalidad que tenemos por derecho propio los hijos del exilio. Para quien le importe, existe en Europa una Asociación de descendientes del Exilio Español, y al abrir su página, www.exiliados.org, entre artículos muy interesantes puede oírse el Himno de Riego y verse la bandera roja, amarilla y morada que bordara Mariana Pineda.También es un llamado a los actuales españoles que al olvidar su historia olvidan sus valores y asumen un racismo intolerable. Eso les reprocha, en un reportaje de El País, Enric Marco, quien viviera el horror en el campo nazi de Mauthausen: “Racismo contra estas gentes que van sucias y a las que se les llama moracos, y negros de mierda, y sudacas indecentes; estas gentes a las que algunos, que se han olvidado de cómo llegaron sus abuelos aquí, se acercan y les escupen, y les dicen de todo, a veces les dan de patadas, y de cuando en cuando nos cargamos a uno. No tenemos todavía la experiencia de los nazis, pero si nos dejaran quizá la adquiriríamos”.

El fascismo y el olvido

Enero 21, 2005.

Hay tres noticias, entre muchísimas otras por el estilo, que pueden parecer simplemente estúpidas, pero que siento la necesidad de comentar porque reflejan un imaginario colectivo que es el espacio tanto del teatro como de quienes lo hacemos. Demuestran, además, que hay motivos más que suficientes para esa acepción de mi “pánico” escénico que se refiere al miedo y nada tiene que ver con el dios Pan ni con su orgía estival.
La primera ha dado la vuelta al mundo: el príncipe Harry de Inglaterra vestido de nazi. Lo que se ha comentado poco es la coincidencia de su “disfraz” con los 60 años de la liberación de Auschwitz, que se cumplirán este 27 de enero.
La segunda, una noticia local de Chile, apenas ha tenido eco entre algunos grupos interesados: Jimmy Garay, dirigente del Movimiento de Integración y Liberación Homosexual se manifestó en desacuerdo con el proceso judicial contra Pinochet porque “no es humano” que se juzgue a un “caballero que no está con sus cinco sentidos funcionando”. Reconoció la brutal persecución de homosexuales durante la dictadura, pero él quiso centrarse en “la parte humana y si Pinochet mató a gente gay, es algo que los tribunales tienen que manejar”.
La tercera no es en realidad una noticia: vi aquí en Mérida la revista de unos chavos “anarquistas” que dedican su póster central (el center fold de las play mates) a su héroe Adolfo Hitler.
En los tres casos estamos hablando de lo mismos del fascismo y del olvido. O, peor, del fascismo y su trivialización por la ignorancia. O, todavía peor, de la fascinación que el fascismo ejerce cuando se disfraza de juvenil desenfado.
Así en la página electrónica de la BBC, se encuentra una impresionante serie de opiniones con un tono parecido a “¡Por Dios! ¡Déjenlo en paz, son cosas de muchachos! ¡Ni que fuera tan grave!” Los conceptos del militante gay acerca de un asesino indiscutible porque ya está viejito, olvidan que sus crímenes fueron de lesa humanidad e impidieron a muchos llegar a la vejez, además de buscar el exterminio de quienes ese “militante” dice representar. Por fin, la utilización por seudo-anarquistas (enemigos de todo Estado) precisamente del Führer de un sangriento Reich (Súper Estado) que además se quería ario puro, en un lugar tan poco ario como la península de Yucatán, parece un chiste cruel.
En realidad todo parece un chiste cruel. Bush, encabezando una cruzada contra los infieles musulmanes. Musulmanes en yihad contra infieles cristianos. Israelitas contra ismaelitas porque unos, hijos de Sara, y otros, de Agar, no se toleran en el mismo territorio de Abraham, patriarca de cristianos, musulmanes y judíos.
Al fondo del chiste cruel está la sombra siniestra del fascismo que es la ideología de la violencia. Violencia siempre contra el más débil y siempre a favor del mejor postor entre los fuertes.
Esto último no debe olvidarse. Además de ofrecer una forma de identidad a masas que han perdido el sentido, el fascismo es una violencia puesta en venta. A la ITT se vendió Pinochet. Hitler a los grandes intereses de la industria de guerra, incluida la norteamericana.
Uno de los textos fundacionales debe ser recordado en estos días y, sobre todo, en países tan proclives a ofrecer mano de obra barata para las diversas formas del fascismo. A punto de inciar la Marcha sobre Roma, Benito Mussolini, el creador de los fascios, y Duce del Estado italiano, proclamaba: “Nosotros nos damos el lujo de ser aristocráticos y democráticos, conservadores y progresistas, reaccionarios y revolucionarios, legalistas e ilegalistas, según las circunstancias de tiempo, de lugar, de ambiente en las que nos vemos obligados a vivir y actuar”.
Los fascismos son oportunismos y los oportunismos son fuente de fascismo.
Los herederos del antifranquismo español debemos mantener viva la memoria de cuanto fue y puede volver a ser el fascismo. Ofelia Guilmáin, representante ilustre del exilio, siempre se confesó rabiosamente antifranquista. A ella, al exilo y a su memoria dedicaré mi próxima columna, pero no quiero dejar de mencionarla en ésta.
Y a 60 años de la liberación de Auschwitz, cito a nuestro gran poeta, León Felipe, precisamente en su poema sobre ese campo de horror que jamás debería repetirse pero cuya sombra nos amenaza aun con nuevas formas: “Estos poetas infernales, / Dante, Blake, Rimbaud / que hablen más bajo... / que toquen más bajo... /¡Que se callen! / Hoy / cualquier habitante de la tierra / sabe mucho más del infierno / que esos tres poetas juntos. / Ya sé que Dante toca muy bien el violín... / ¡Oh, el gran virtuoso! / Pero que no pretenda ahora / con sus tercetos maravillosos / y sus endecasílabos perfectos / asustar a ese niño judío / que está ahí, desgajado de sus padres... / Y solo. / ¡Solo! / aguardando su turno / en los hornos crematorios de Auschwitz... / aquí... / rompo mi violín... y me callo.”

De la militancia a la revolución

Enero 7, 2005.
Todo texto es militante. Si se niega a serlo porque su interés está en la conquista del mercado milita por la permanencia del sistema al cual sirve; si parece perderse por las alturas de una torre de marfil, alguna carga ideológica lleva en sí y por ella milita. Sin embargo, hay textos definitivamente revolucionarios que pretenden serlo y van en ese sentido sin ambages. Algunos corresponden a momentos de urgencia y otros son de digestión más lenta. Pero ni la urgencia ni la digestión más lenta se escogen a la hora de construir un texto de militancia revolucionaria: son dictadas por las mismas voces en situaciones diversas y con acentos propios.
Uno de los textos revolucionarios más complejos y de digestión más lenta ha sido, sin duda, Esperando a Godot de Samuel Beckett.
Sin embargo, que sea difícil no quiere decir que sea elitista. Por eso, a quienes gusta dividir el arte en términos de “popular” y “culto”, “alto” y “bajo” (hi and low), “para masas” o “para élites”, montar Esperando a Godot en Sarajevo y mientras caen las bombas, parece un contrasentido. No lo es, porque la urgencia histórica no implica el abaratamiento del arte, ni las exigencias de lo espiritual están peladas con los humillados y ofendidos.
El 18 de agosto de 1993, el periódico español El País reseñaba: “No había duda. Esperando a Godot, de Samuel Beckett, era la obra que mejor reflejaba la desesperada angustia de los habitantes de Sarajevo. Como en la famosa pieza teatral, unas gentes abandonadas y sin defensas esperan la llegada de un poderoso señor Godot que las librará de sus miserias. La escritora y ensayista norteamericana Susan Sontag, de 60 años, ha trabajado duro durante las últimas cinco semanas para estrenar una insólita versión de este clásico del siglo XX en un pequeño teatro bombardeado, con una austera escenografía y a la luz de unas velas. Sólo 80 espectadores pudieron cobijarse ayer durante el estreno en los bancos de madera habilitados como butacas para asistir a una representación protagonizada por actores de Sarajevo. No cabían más en el minúsculo teatro. La improvisada compañía, que ha ensayado en condiciones durísimas, dio ayer dos representaciones, que continuarán en los próximos días.”
El mismo diario recogía estas declaraciones de Susan Sontag: “La confusión y la despolitización, que han invadido el mundo tras el final de la guerra fría, explican mucho mejor que el miedo o las dificultades que apenas unos pocos intelectuales de Estados Unidos o de Europa nos hayamos decidido a apoyar en Sarajevo la causa de Bosnia... Opté por representar una pieza teatral en lugar de escribir un ensayo o realizar una película porque el teatro me brindaba la oportunidad de hacer algo con la gente de aquí y para la gente de aquí. Estoy orgullosa de la labor de los actores y de los técnicos de Sarajevo... Hemos ensayado a tres velas...”
Samuel Beckett había construido la obra que revolucionó el teatro de su siglo, Susan Sontag la volvía militante en medio de la urgencia de un compromiso al cual la mayoría de sus compatriotas volvían la espalda. Como la volvieron ante las brutalidades de George Bush quien obtuvo la mitad de la votación de un país que se definía como belicista y trataba de traidores a la patria a sus mejores hijos: de Sontag a Michael Moore, pasando por Noam Chomsky y todos los colores del espectro político democrático.
Y se nos ha muerto Susan Sontag cuando se abría para nosotros el 2005, en medio del horror de la guerra, la devastación causada por las furias de la naturaleza y aun del horror adolescente en una discoteca de Buenos Aires.
Además de la combatividad que su memoria exige, queda en mí una íntima certeza al imaginar Esperando a Godot en Sarajevo. El 2005 no debe de ser un año para romper, como las marchas bélicas de Bush vienen a marcarnos, sino para unirnos con quienes estando donde sea quieran cambiar los ritmos. En principio, con la izquierda norteamericana cuya existencia parece olvidar un antiimperialismo cerril que ha renacido, y con Vladimir y Estragón en su recomenzar eterno.
Personalmente sé que muero y renazco en el preciso momento de apretar esta tecla, porque muerte y vida son una cosa y la misma. Son los dos rostros de un mismo hecho. Por eso, al hablar de Susan Sontag en el 2005 me niego a hablar de un muerto. Era una ciudadana crítica y libre, una patriota auténtica de lo mejor en el país que soñara ser Estados Unidos, y por eso está viva. Vale la pena oírla mientras esperamos a que nos llegue Godot en este 2005: “incluso cuando el arte no es contestatario, las artes tienden a la oposición. La literatura es diálogo, respuesta... Un escritor es alguien que presta atención al mundo. Eso significa que intentamos comprender, asimilar, relacionarnos con la maldad de la cual son capaces los seres humanos, sin corrompernos al comprenderla y volvernos superficiales o cínicos...”

Una década de imaginación

Diciembre 10, 2004.

El olor de la insuperable carne asada sonorense llegó de Coyoacán (desde la Muy Noble y Sufrida Ciudad de la Esperanza) hasta mi terraza en Mérida para hacerme sufrir la nostalgia carnívora. ¿O lo soñé..? La cochinita es la cochinita, pero la carne de res, es la carne de res.., y más como la prepara el Chobi (¿todavía puedo decirle así al muy preclaro actor del cine nacional y comentarista olímpico don Jesús Ochoa?), o como se prepara allá en Hermosillo, en la amadísima casa de los Galindo, con todo y los tacos de cabeza.
Hablo de todo esto porque, me cuentan, la conferencia sobre “El Dominó como método de concentración teatral” fue sabiamente convertida en banquetazo de carne asada y luego en torneo de dominó, que terminó, como solía terminar, con el Pachuca (el Chobi y Toño Crestani) haciendo desesperar a alguna estrella del cine nacional con pocas pulgas.
Todo en el marco del décimo aniversario de nuestra Casa del Teatro. Un sueño, el de la Casa del Teatro, que abarcaba varias facetas que más o menos todas se han venido cumpliendo. Desde el dominó como forma de encuentro hasta la voluntad de tomar por esos caminos para llevar el teatro, como Tespis, y poder afirmar, como Luis de Tavira en las páginas de este mismo diario hace unos días, “nos abrió los ojos la reacción entusiasmada de un público que descubría el teatro”.
Si ahora va a construirse un tráiler de comedias, hace casi una década el Chamaco y un mágico herrero de Xico nos construyó un carro para llevar la comedia, ese fruto del dios de la vid que muere y que renace en cuantos a él hemos sido dedicados. Hace casi una década y haciendo a Lope, los que estuvimos en Xico descubrimos miradas azoradas desde una camioneta de redilas muy especial, cuya historia se perdía en la noche de las clandestinidades.
Y Clandestino fue el Teatro que imaginó y bautizó Vicente Leñero, como otra faceta de la Casa del Teatro. Su urgencia es hoy mayor que nunca. Sigo pensando en Vicente cuando, por estas latitudes, tres actores heroicos y yo recibimos al público con sólo una mesa, dos sillas y muchísima rabia. El modelo original de Teatro Clandestino debe continuarse y reproducirse, porque tanto la urgencia como la rabia existen y también la heroicidad de la gente de teatro que se niega a entregar la primogenitura a las televisoras.
Otra de las facetas fundamentales de la Casa del Teatro es la Compañía que ha seguido conformando Luis de Tavira, ahora en Pátzcuaro, como Centro Dramático de Michoacán. Hace dos años, cuando se perdió el viejo Molino de San Cayetano, yo recordaba que Luis de Tavira no sólo es un poeta de la escena con una trayectoria única e indiscutible en nuestro teatro, sino que, en San Cayetano, “levantó un proyecto sin paralelo en la historia del teatro mexicano, que trascendió en mucho los límites de un programa académico y se proyectó hacia la conformación de una auténtica compañía teatral”.
Si entonces lamentaba yo que las autoridades culturales no entendieran la necesidad de ese tipo de compañías (existente en cualquier parte del mundo), ahora felicito al gobierno de Lázaro Cárdenas Batel por haber sabido darle cabida e impulso. Aunque no sea yo amigo de ideas dinásticas, que el Centro Dramático de Michoacán subsista en la casa del General, muestra que el cardenismo actual desea reconocerse en su propio pasado, con un proyecto cultural a largo plazo.
Al celebrar los diez años de la Casa del Teatro no debe olvidarse la faceta quizás más importante y menos analizada: el estilo de trabajo de Miguel Cárdenas, conocido por todos como el “Chamaco”.
No sólo me refiero a su entrega, cordialidad y al hecho de que sin él y sin Necha, su hermana, muy difícilmente se hubiera llegado a este aniversario. Pienso que en un ámbito cultural tan burocratizado, la inteligencia del Chamaco y su capacidad de invención para sacar adelante proyectos grandes y pequeños, tanto comunitarios como individuales, es un auténtico ejemplo.
Sin olvidar, ni por un momento, que el Estado está obligado a llevar arte al pueblo porque el arte es vida en todas sus manifestaciones, se puede también, y el Chamaco lo ha demostrado, encontrar caminos organizativos para propuestas teatrales que surjan directamente de las comunidades, con entrega y con trabajo.
Trabajo, antes que ninguna otra cosa: en un espacio cultural rebosante de voces destempladas porque “cada uno lo merece todo” (cuando no hay obviamente ningún todo para cada uno) el tiempo se pierde en grillas y se trabaja poco. Por el contrario, el Chamaco ha sido incansable en su labor durante estos diez años, y ha sabido sumar otros dos factores fundamentales y poco visitados: la imaginación y la intuición.También ha sabido prevenirnos y cuidarnos. Por eso he querido que esta entrega de Pánico Escénico vaya acompañada de una fotografía en la que el Chamaco me dice, como siempre lo ha hecho: “Fíjate por dónde pisas...”

La palabra democrática

Noviembre 26, 2004.
Cuando a la música originaria se le unió la palabra comenzó el teatro en la tradición que nos llega desde la más antigua Grecia. La palabra, la lengua, es elemento fundacional y en muchos sentidos definitorio del teatro. Por ello, toda fiesta de la palabra lo es también del arte escénico y quienes a él nos dedicamos debemos estar al tanto de cuanto a la lengua se refiere.
A pesar de que los resultados de este tipo de actos no sean inmediatos, me pareció interesante la celebración del III Congreso de la Lengua Española en Argentina y, aun para aplicarlas al hecho escénico, me resultaron rescatables estas palabras con que lo inaugurara el rey de España: “el castellano se hizo español ensanchando precisamente su mestizaje. Primero en la Península y más tarde, y de modo decisivo, al desarrollarse en América. Todos y cada uno de los contactos con otras lenguas y culturas han ido depositando en la lengua española marcas de mentalidades, costumbres y sensibilidades distintas”.
Soy republicano. Por ello no me emociona en absoluto ver a un rey borbón inaugurando ningún magno congreso sobre una lengua cuya mayoría de hablantes no es siquiera originaria de la Península. Entre la flor de lis y la idea colonial de la metrópoli, no me hacen feliz tantas manifestaciones de homenaje a ninguna corona.
Pero el rey tuvo razón al hablar de mestizaje. Tras imaginar a los juglares que recorrían los caminos haciendo circo, maroma y teatro en el romance que sería mi lengua, imagino al joven copista de origen árabe que “glosó” un pasaje de la Biblia en San Millán de la Cogolla y que, al hacerlo, marcó la fecha más antigua de un idioma escrito que ahora es de todos nosotros. Ese joven mozárabe, en la España profunda, es un reto a la “media España” que no ha dejado de ser racista, la que perdió la presidencia ante Zapatero y que ahora insulta a jugadores negros de futbol en el madrileño estadio Santiago Bernabeu.
Y vienen a mi memoria fundadores de la lengua más antiguos cuyos descendientes hoy no tienen siquiera una patria: los autores de las jarchas que, expulsados hace cinco siglos por la monarquía católica, están hoy tratando de retornar sin documentos a una tierra que fue suya o, tal vez, están siendo masacrados en Falujah. “¡Tanto amare, tanto amare; / Habib, tanto amare! / Enfermaron olios nidios, / e dolen tan male”.
A pesar de mi republicanismo no puedo menos que confesar mi simpatía por este rey de España que supo encabezar la transición a la democracia cuando todos le llamábamos Juan Carlos el Breve. Mientras tanto, los mexicanos no sabemos transitar hacia ella y todo va propiciando el retorno del PRI. Volverá, como decían que pensaba resucitar Franco, para decirnos: “No se les puede dejar solos”.
En esa desgracia pienso mientras Emilio Chuayfett, quien no ha dado la cara por Acteal, llama a la nación contra las necedades foxistas (indudables, por otra parte) con Pablo Gómez, a su lado, como acólito o amanuense. Y Manlio Fabio Beltrones, vástago de Gutiérrez Barrios, se asoma al balcón de Palacio.
Tan sólo compruebo que, hasta hoy, no hemos podido transitar hacia la democracia. Transición que consiste en desanudar la red de corrupción de eso que llaman los “poderes fácticos” y que en buen castellano significa los caciques. Esa red es el priísmo y ese priísmo, que nos continúa envolviendo, no sólo se le enreda en los pies a un Presidente proclive a caer en todas las provocaciones, sino que fortalece con el Presupuesto sus arcas hacia el triunfo en el próximo sexenio, tras ganar elecciones, vencer en impugnaciones y hasta imponer nombramientos menores.
Mientras tanto, la “izquierda”, con Dolores Padierna como la Pasionaria urbana, López Obrador como guía de las masas justicieras y René Bejarano sacrificándose en el papel de Valentín Campa, ya ha tocado fondo. Y ésa es la buena noticia: cuando se toca fondo es posible lanzarse hacia la superficie. Desde luego, con personajes más presentables.
Pero el tiempo es mínimo. Desde luego no lo hay para que las izquierdas ganen la presidencia, pero ojalá sea suficiente para ganar la democracia. Ese es también el sentido de ser de las izquierdas. El electorerismo ha hecho perder la brújula a mucha gente de bien y ha avergonzado incluso a algunos que tal vez no se lo merecían.
Cuando desde el Partido Comunista fundamos el PSUM escogimos un lema que aún hoy me parece válido: “Por la democracia y por el socialismo”. En ese orden y pensando en un socialismo mucho más en la línea de Ricardo Lagos o Rodríguez Zapatero, no en la de Hugo Chávez, y nunca (¡jamás, otra vez!) en la de Fidel Castro.
A propósito de democracia, Carlos Fuentes decía así en el III Congreso de la Lengua: “La lengua nos permite pensar y actuar fuera de los espacios cerrados de las ideologías políticas o de los gobiernos despóticos. La palabra actual del mundo hispano es democrática o no es.”

Tres deseos y mucho aliento

Octubre 1, 2004.

Desde mi primera colaboración en este diario he insistido en la necesidad de la descentralización como eje de cualquier política cultural, pero sé que no resulta fácil llevar a la práctica lo que en la retórica a todos parece unificarnos. Hay, desde luego, intereses personales y de grupo que lo impiden, pero el nudo gordiano consiste en que la descentralización de la cultura depende de la descentralización económica y política del país entero. Esto es, de un nuevo pacto federal. Inclusive, pues, de una nueva Constitución.
Mientras el país llega al momento de un paso de tal envergadura, no han faltado intentos de política cultural descentralizadora. No dejo de verlos y aun de aplaudirlos, pero con precaución porque debe profundizarse mucho y evaluarse más porque ni son suficientes esos intentos, ni han tocado siquiera la forma caciquil, priísta, de manejar el poder.
Fuera de continuar los programas existentes, no sólo ha aportado poco el gobierno foxista sino que ha recortado presupuestos. Lástima, porque, para mí, el PAN sólo tenía a su favor, además del triunfo democrático y la derrota del PRI (motivos suficientes para mantener mi júbilo hasta que las estupideces de izquierdas y derechas tengan a bien regalarle la silla presidencial a Roberto Madrazo), que el responsable cultural del gobierno foxista en Guanajuato hubiera comenzado la descentralización en su estado con un programa tan inteligente y tan poco oneroso como Cervantes por Todas Partes, paralelo al Cervantino. Pero precisamente a ese colaborador mandó al exilio la vocación suicida del actual Presidente.
Se ha dicho con razón que no basta con quejarnos. Por algún sitio debemos empezar y los artistas sólo tenemos el arte para hacerlo. Es el momento, pues, de recurrir al Heráclito de mis sueños íntimos (¡tiempos felices de mi Barbie heracliteana!) para afirmar que el movimiento se demuestra andando. Así, me permito hablar de mis propios pasos por las tierras del Mayab.
De ninguna manera pretendo ponerme como ejemplo de nada puesto que, además de notorias incapacidades propias, mi presencia en Mérida obedece sólo a mi voluntad de abandonar la insufrible “región más transparente” y no a un plan descentralizador.
Por lo que sea, ya puedo ser testigo de la calidad y la honestidad de quienes hacen teatro en esta ciudad bellísima. Aquí he escrito mi última obra, Tres deseos pero ningún tranvía, y la he escrito para actores yucatecos. Con ellos la he llevado a escena. A lomo de actor, como suele decirse, sin aparato ninguno, buscando lo que una vez le oí pedir a un maestro invaluable como es el arquitecto Carlos Mijares (se refería a Fernando González Gortázar): “Modestia en todo excepto en el aliento”.
La obra está escrita a partir de Un tranvía llamado deseo que no sólo es un clásico sino también un punto de referencia para el imaginario colectivo. Parto de la discusión sobre el sexo original de Blanche Dubois que se dio hace años y en la cual intervino el propio Tennessee Williams. En sus últimos años, él aceptó que tal vez un maestro de escuela homosexual y alcohólico había sido su modelo original, pero puntualizó bien que, ya en el desarrollo de la obra, Blanche había tomado la feminidad que todos conocemos y que sería una traición montarla de otra forma. Habría que escribir otra obra, pensaba Williams.
Acepté el reto y escribí un nuevo texto en el cual aparece un maestro de escuela, Tomás, nombre auténtico del propio Tennessee. La idea es recuperar la dignidad negada a mujeres y a homosexuales. Una dignidad que al propio Williams le escamoteó ese policía que todos llevamos dentro de la propia conciencia.
Para llegar a buen puerto requería necesariamente de tres espléndidos actores. No actores cualesquiera, no “provincianos” como solemos calificarlos desde el centro de poder, sino actores de verdad, como los que aquí existen y existen en muchas otras partes de la República, aun cuando no lleven la marca de ninguna ganadería prestigiada por el glamour, ése sí pueblerino, de nuestra capital tercermundista.
Y en un espacio mágico (un salón del Restaurante Amaro, propiedad de Olga Moguel, impulsora del arte y defensora incansable de los derechos humanos) con tan sólo un reflector iniciamos nuestro viaje el sábado pasado. Fernando de Regil, Laura Zubieta y Pablo Herrero son los merecedores de todos los aplausos. Pero también soy testigo de la calidad humana y profesional de Concepción León, Pablo Herrero, Yenny Puga, Pancho Solís, Jorge Chablé, Alejandro Llanes, Salvador Mares, Laura Zubieta y Miguel Flota, quienes, tras un desafortunado accidente en el que se perdió la escenografía y uno de ellos resultó lesionado, entregaron el calderoniano Astrólogo fingido a decenas de niños que nunca habían visto teatro. Sin nada, sólo con la voluntad de los viejos juglares y, como pedía don Carlos Mijares, “modestos en todo excepto en el aliento”.

Los sueños agridulces de Celestino

Septiembre 17, 2004.

Hace 40 años, Reinaldo Arenas signó y fechó Celestino antes del alba, uno de los momentos más entrañables y luminosos de las letras en nuestra lengua. Aun cuando otras novelas suyas se recuerden con mayor frecuencia al escuchar su nombre, esta primera piedra no es sólo una joya de la narrativa barroca sino un texto fundador al que debería acudirse con mucha mayor frecuencia.
Un año después de haber sido escrita, Celestino antes del alba obtuvo la primera mención en el Concurso Nacional de Novela. Presidía el jurado Alejo Carpentier y, en palabras del propio Reinaldo, “la edición cubana se agotó en una semana pero nunca más fue autorizada allí una nueva publicación”. Seguramente porque, como continúa informando Arenas, “la novela es una defensa de la libertad y de la imaginación en un mundo conminado por la barbarie, la persecución y la ignorancia”.
Sería suficiente motivo para escribir sobre Celestino antes del alba el que nombres como el de Reinaldo o Virgilio Piñeira o Lezama Lima me vinieran a la cabeza en estos tiempos de nueva reaccionarismo de la izquierda cuando, al no tener capacidad ni ganas de reflexionar, se acude a lo más caduco como puede ser el cadáver viviente de Fidel Castro, para entonar loas cuando debían estructurarse programas. Cuantas veces ha hecho esto la izquierda (y han sido muchas) ha justificado la tiranía o, cuando menos, ha canonizado la demagogia.
Arenas profetizó al Castro de hoy cuarenta años antes, persiguiendo a Celestino que escribía poemas en los troncos de árboles que él, obsesivamente se encargaba de cortar. Fidel Castro o Juan Pablo II, que al final de cuentas es lo mismo, y por eso se han abrazado tan fervientemente, como en su pequeñísima proporción se abrazan Andrés Manuel y Norberto Rivera y ahora también Miguel Alemán, el cachorrito de la Revolución.
Todo eso es la reacción, mientras la acción va por otros cauces. No la entendemos. Ni siquiera la conocemos. Celestino escribe en hojas que ya han sido cortadas.
No es fácil porque, como dice Reinaldo en Celestino:
“Las tías agarran al abuelo y a la abuela y los sacuden contra la mesa. Pero entonces el abuelo se escapa de sus brazos y corre hasta el sitio donde se encuentra el hacha, tirada en el suelo en el suelo. El abuelo empieza a darle hachazos al aire, amedrentando a las tías y riendo a carcajadas.
“ABUELO: ¡Creen que es fácil sacarme los ojos y matarme! Pues no: soy un bicho muy viejo para que me cojan de sorpresa. ¡Pienso vivir cien años! Y es posible que más... ¡Nadie escapará de mí en esta casa! ¡Ya tengo de nuevo el hacha en mi poder! Podría abrirles la cabeza a todas, como si fueran jícaras de coco. Pero no: tienen que servirme. Tienen que obedecerme y morirse cuando yo lo ordene (A la abuela que también tiembla junto a las tías.) Tráeme acá ese pájaro para probar el hacha.
“Tú te adelantas con el cuchillo en alto y uno de los duendes se te pone delante para protegerte: de ese modo te oculta de los vivos.”
Pájaro. Mariquita. Joto. Reinaldo lograba ocultarse por esas fechas pero Celestino no. Celestino moría y nunca sabremos de sus poemas en los troncos de los árboles muertos. Por eso Reinaldo le escribe:
“Entra Celestino, el cual ha de ser invisible. Tú caminas hasta él y, echándole un brazo por encima, le dices:
“TU: Perdóname que no te haya podido salvar. Perdóname, pero cuando le iba a clavar el cuchillo en la cara, me miró y me sonrió...
“CORO DE LOS PRIMOS MUERTOS: Me miró y me sonrió. A mí que nunca nadie me ha sonreído...”
Para un autor tan barroco como Arenas, no existían fronteras entre los géneros. Y no me refiero a las divisiones y subdivisiones en géneros teatrales que nos legara Usigli e hiciera canónicas (contra su propia voluntad) Luisa Josefina Hernández. Me refiero a los géneros de verdad: la épica la lírica y la dramática. Celestino antes del alba es narrativa (épica, por tanto) pero es un poema (se mueve cómodamente en los terrenos de la lírica) e inclusive contiene una importante obra de teatro dentro suyo (dramática).
Al igual que el Ulises de Joyce, contiene teatro. Y no se trata de una obra menor. Las varias páginas teatrales de Celestino ofrecen un coral extraordinariamente bello y durísimo. Un grito de dolor de los que viven condenado por los condenados de este mundo. Marginados por los marginados.
No hay mucho que decir. Reinaldo lo dijo todo. Sólo queda leerlo. Leerlo y paladear sus sueños agridulces:“¡Pobre Celestino..! Escribiendo. Escribiendo. Y cuando no queda ni una hoja de maguey por enmarañar. Ni el lomo de una yagua. Ni la libreta de anotaciones del abuelo: Celestino comienza a escribir entonces en los troncos de las matas. ‘¡Eso es mariconería!’, dijo mi madre cuando se enteró de la escribidera de Celestino. Y ésa fue la primera vez que se tiró al pozo. ‘Antes de tener un hijo así, prefiero la muerte’. Y el agua del pozo subió de nivel.”

Vencer a la inquisición

Septiembre 3, 2004.
“Experta en humanidad...” Estas palabras al inicio de un alegato de la Santa Inquisición dan, por lo menos, algo de miedo. Suenan a un eficaz conocimiento de cómo se descoyunta, se cuelga de los índices o se mantienen vivas las hogueras de leña verde. Con ellas, “experta en humanidad”, comienza el último documento del Cardenal Ratzinger, una implacable condena contra la mujer que se atreve a pensarse ser humano a la altura del hombre.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Santo Oficio o Santa Inquisición, el Inquisidor sigue siendo el mismo: el experto en definir quiénes son humanos y en descoyuntar a las que no lo son.
Confieso que, por pura mala voluntad, acepté la sugerencia de Maruja Torres en El País, y he venido confundiendo al Cardenal Ratzinger con Marylin Manson. La oscuridad en torno de sus ojos y la oscuridad en torno a cuanto tocan, además de una sonrisa de esas que dan miedo, me llevaron a una injusta apreciación. Injusta porque Masacre en Columbine, de Michael Moore, prueba ampliamente que Marylin Manson no es un hombre oscuro como el Cardenal Ratzinger sí lo es. Pido, pues, público perdón a Marylin Manson.
A la Inquisición, en cambio, no la perdono. Siglos de terror nos contemplan desde la mirada fría del Gran Inquisidor contemporáneo.
Es una de las razones por las que me entusiasmé con El pregonero de Toledo. Auto de fe al Lazarillo de Tormes, de Ilya Cazés, que se presenta en el Carro de Comedias de la UNAM, en el Centro Cultural Universitario. Por la manera en que Ilya Cazés engarza los fragmentos de la vida de ese pícaro genial dentro de un juicio inquisitorial que viene a condenarlo, no al hoguera sino al anonimato.
Parece un juego, pero es algo muy serio: un diálogo con una obra magna que cumple 450 años de haber sido publicada y un alegato, en nombre del eterno pícaro, contra la Inquisición y cuanto la rodea. “Si consideramos la implacable inflexibilidad de la Santa Inquisición”, afirma el programa de mano, “pueden sospecharse los motivos del anonimato de esta obra.”
Me entusiasmó porque llega en los momentos en que parece despejarse la incógnita del autor anónimo del Lazarillo, y su nombre parece salir del olvido. Es lo que buscar demostrar la inteligente filóloga Rosa Navarro Durán en su libro Alfonso de Valdés, autor del Lazarillo de Tormes, publicado por Gredos apenas en 2003. La posible aparición de Alfonso de Valdés como autor no quita fuerza al Auto de Fe de Ilya Cazés: 450 años en la sombra son una condena cruel, por el único delito de tener sangre judía, haber sido uno de los mayores erasmistas de la España de su tiempo y secretario de Carlos V. Estamos hablando del auténtico interlocutor del Padre Las Casas en su alegato en contra de quienes llegaron a destruir las Indias y del hermano de esa otra cumbre de la historia española y de la lengua Castellana que es Juan de Valdés.
Pero no sólo la oportunidad del tema y la inteligencia de Ilya Cazés, uno de los mejores dramaturgos de su generación, me entusiasmaron en El pregonero de Toledo, también la impecable dirección de José María Mantilla.
Se equivoca quien piensa que el carro de comedias o el teatro de calle son productos menores. Al contrario, y por ello Dario Fo es un Premio Nobel. Requieren de una factura impecable porque no los protege ni los maquilla ningún gran aparato escenográfico o musical. Con su conocimiento exacto del tono y del tempo, José María Mantilla prueba que no es una joven promesa sino una realidad perfectamente comprobable del teatro mexicano.
Pero, junto a Cazés y Mantilla, están los actores. Expuestos, desnudos ante un público que se expresa libremente, no como el de la sala que los apresa, con sólo su talento tienen que compartir la historia y mantener la atención. Lo hacen magníficamente.
Lázaro de Tormes, en la juventud y en la vejez, es interpretado con maestría por Ixchel Sánchez Balmori y Ginés Cruz. Sharon Zundel es un magnífico Ciego, como magnífica está Diana Luna en su Clérigo y también Luis Lesher en su Escudero. El pícaro viejo es custodiado y acusado por dos Estatuas, interpretadas por Copatzin Borbón y ese tan excelente como entrañable actor que es Alfredo Herrera.
Si en el 2004 son las mujeres el objeto a humillar por el Gran Inquisidor, hoy llamado Joseph Ratzinger, ayer lo fueron los judíos, así como los pobres Lázaros lo han sido siempre. Pero estamos de plácemes porque una víctima parece haber vencido la sentencia de la “experta en humanidad”.Así lo señalaba Juan Goytisolo en un texto de Babelia sobre el libro de Rosa Navarro Durán: “La conclusión a la que llega la autora después de un espléndido ejercicio de erudición, cotejo de fuentes literarias, análisis del contexto histórico de la época y un raciocinio que no excluye la imaginación necesaria a toda empresa creativa, habrá desprendido sin duda muchas hojas caducas del árbol de nuestra cultura oficial y académica”.

29.3.06

Recuperar la compasión

Agosto 20, 2004.

Estoy convencido de que nunca, en ningún aspecto de la vida sobre la tierra, un encuentro es casual. En la vida humana, los encuentros conforman las líneas del único diálogo posible con una voluntad a la que llamo Dios, aunque pueda ser llamada como sea. Y sólo en ese diálogo puede hablarse de historia. Nada es casual, ni encuentros ni reencuentros, ni siquiera desencuentros, porque la libertad reside en mis respuestas.
Por esta certeza siempre he cuidado cada encuentro, pero mucho más desde la caída de todas las certezas compartidas.
Terminó el Segundo Milenio y yo, entre muchos otros, lo despedí como al milenio cruel: en mi segunda mitad de siglo XX se lanzó la bomba atómica (hace 59 años mientras esto escribo) y la guerra dejó de ser solamente brutal para volverse helada, irreprochable y, en el peor sentido de la palabra, sádica. Se abrió el siglo XXI del Tercer Milenio y muchos pensamos que ya no era posible superar aquello, pero la caída de las Torres Gemelas vino a enloquecernos con mayor violencia.
Y me encuentro con un diálogo que parece escrito hoy: “Al principio parecía que iba a ser suficiente con un centenar de muertos; pero luego se vio que ni siquiera con millones sería suficiente y hoy ya no podemos ni contarlos: tantos hay por aquí, por allá, por todas partes..”
Es un diálogo de Marat que escribe en su tina (“¿Y qué es una tina llena de sangre en comparación con toda la que tiene que correr aún?”). Es Marat protagonizado por un paranoico en la puesta en escena del Marques de Sade de su asesinato a manos de Charlotte Corday (biznieta de Corneille, comme il faut) en el manicomio de Charenton. Un diálogo del invencible texto de Peter Weiss (Marat/Sade) escrito hace hoy cuarenta años.
Y ante la sugerencia de una obra estudiantil reviso Marat/Sade, como suelo encontrarme con los vivos y los muertos, para oírlos hablar en mi propio aquí y en mi propio ahora. Marat-Sade me increpa y nos increpa a todos inclusive más que hace cuarenta años porque Weiss fue un profeta.
Veo en las noticias cómo se reproducen nuevos actos de terrorismo islámico y vuelvo la mirada al diálogo de Marat: “Lo que sucede aquí nadie puede pararlo. Estos hombres han sufrido demasiado antes de esta venganza. Ustedes sólo ven esta venganza sin pensar que ustedes mismos los han llevado a ella. Ustedes lloran hoy, con un sobresalto de justicia, la sangre derramada.” Y pienso también en la violencia de nuestra capital tercermundista de la cual soy un tránsfuga.
Llega entonces el Marqués de Sade a definir, desde cuarenta años antes, lo que hoy es mi 2004: “Aquello era una fiesta que hace palidecer a todas las fiestas actuales. Condenamos sin ninguna pasión. Ya no hay bellas muertes individuales ofrecidas en espectáculo. Sólo queda una rutina mortal, anónima, por la que pueden ser pasados pueblos enteros con un cálculo frío, hasta el día, por fin, en que toda la vida sea asesinada. La compasión, Marat, es patrimonio de los privilegiados.”
Participo en el diálogo y me niego a aceptar. No estoy de acuerdo con el divino Marqués ni con Peter Weiss: no hay compasión en Bush, ni en Sharon, ni siquiera en Bin Laden, ni en la estupidez que nos gobierna sea del PRI, del PAN o el PRD, y ellos son los privilegiados. La compasión no es un privilegio, es un dolor que nos hace falta en la boca del estómago. Compartir el pathos del otro, sea quien sea. Revivir en la propia carne su agonía.
Esa compasión nos hace falta a todos: la perdimos hace 59 años (mi edad) en Hiroshima y llegamos sin ella a la vuelta del milenio.
Voz, teatralmente desdoblada en otras voces, Peter Weiss, quien murió en 1982, vino desde su texto de 1984 a enfrentarme con la lívida frialdad ante la muerte del Marqués de Sade, en un extremo, y con la justificación de la violencia revolucionaria de Marat, en el otro. Las condiciones de este encuentro de voces con la mía es mucho más cercanas hoy que hace cuarenta años, cuanto se venía gestando la explosión del 68 que me estructuró moralmente junto a muchos otros de mi generación.
Si en aquel entonces lloré y aposté por Jean-Paul Marat, el revolucionario radical, el Cristo desangrado en su bañera, hoy me estremezco como Charlotte Corday porque me encuentro equidistante de formulaciones de aristócratas cínicos y fríos o de ultras que recuperan violencias totalitarias. Como Charlotte Corday, con el puñal en mis manos, metáfora de las propias e insalvables culpabilidades de los testigos-cómplices, hago mío este texto de Weiss: “¿Qué ciudad es ésta? ¿Qué calles son éstas? ¿Quién ha imaginado todo esto para enriquecerse con ello? He visto a comerciantes por todas las esquinas vendiendo guillotinitas de cuchillas cortantes, chiquititas, y muñecas llenas de un líquido muy rojo que les brota del cuello cuando las decapitan. ¿Qué niños son esos que juegan a esos juegos? ¿Y que niño pronuncia las sentencias?”

Espacios de libertad

Agosto 6, 2004.

La clínica abortiva de Pro Vida continúa dócilmente una tradición fundamental de la jerarquía eclesiástica: la doble moral. No hay nada de que escandalizarse, lo sabemos desde hace siglos. Ni qué decir de las tangas que llevan a la organización ultraderechista a los sótanos del mundo renacentista, aunque con la vulgaridad propia de Serrano Limón y sus patrones del gobierno panista y la curia episcopal.
Baste recordar que cuando el papa Paulo VI publicó la encíclica Humanae vitae (haciendo caso omiso de las opiniones de su propia comisión para cuestiones morales, constituida por teólogos, sacerdotes y laicos), la opinión pública mundial se enteró de que el Vaticano tenía intereses económicos en los laboratorios de píldoras anticonceptivas.
Otra perla de una misma corona para las dos cabezas de esa institución secular formada tanto por un pueblo que sufre en la cruz, como su fundador, como por un aparato burocrático que predica lo que nunca hace.
Exactamente igual que los fariseos, a quienes por idénticas razones, Jesús llamó "sepulcros blanqueados que limpian por de fuera la taza y el plato mientras por dentro están llenos de inmundicia", y de fraudes con tangas, clínicas abortivas clandestinas en sus hojas de internet y el cinismo de un Serrano Limón explicando ante las cámaras lo inexplicable.
Aunque indignante no deja de ser divertido el tangagate.
Por otra parte, el verle los calzones sucios a los censores permite un paso adelante en la lucha contra la censura. Y, en tiempos de retrocesos de todo tipo, esta lucha resulta fundamental.
Precisamente cuando se señala que ya no existen izquierdas ni derechas, las posturas frente a la censura resultan definitorias: la derecha es inquisitorial, la izquierda es libertaria. Aunque la derecha se disfrace de progresista (como lo hizo el priísmo en muchísimos momentos) o los totalitarismos se disfracen de izquierdistas (como ocurrió en la Unión Soviética y ocurre en Cuba o China) la censura demuestra que son reaccionarios. Siempre la reacción será censora.
Y en sentido contrario, la sociedad busca abrirse espacios para la opinión libre y el erotismo. Por ejemplo, la pornografía en sus diversas modalidades ha existido siempre, pero a los pobres les ha sido vedada y, cuando se permite su acceso es a subproductos de ínfima calidad. Así, puede pensarse lo que se quiera sobre la pornografía pero el hecho de que exista la posibilidad de que se acuda democráticamente a ella es un logro de una sociedad que abre espacios de libertad.
Ojalá que lo acontecido en la Ciudad de México llegue a otros rincones del país. Por ejemplo el Festival Erótico de la Magdalena Mixhuca, desgraciadamente de calidad bastante baja por lo general, aunque con presencias notables como la librería especializada en sexualidad El Armario Abierto. Y, sobre todo, el festival Arte del Cine Erótico que se llevará cabo en la Plaza del Angel de la Zona Rosa del 3 de septiembre al 16 de diciembre de este año. La misma Plaza del Angel en la que el Cabaretito ha sufrido los embates de la censura homófoba y perredista.
No en contra del erotismo pero sí al margen suyo, un espectáculo como Las marionetas del pene es también un espacio ganado de libertad.
En la Sala Shakespeare, dos actores capaces de manipular sus genitales hasta extremos poco recomendables para el común de los mortales, trivializan lo que al hombre le cuelga no sólo entre las piernas sino en medio del subconsciente, el yo y el superyó. No hay erotismo alguno en sus desnudos. No hay pornografía, a pesar de que por más de una hora se tocan, se alargan, se retuercen el el pene, el escroto y los testículos (son, sobre todo, las marionetas del escroto y los testículos) para formar con ellos papirolas desde una hamburguesa hasta la Torre Eiffel, desde un ojo que nos mira hasta un pelícano o una ardillita que despierta la ternura del respetable: ¡Ay, mira, una ardillita..!
Es verdad que Carlos Pascual pudo haber hecho un espectáculo mucho más rico escénicamente hablando quizás tan sólo con tener a los cinco actores al mismo tiempo en lugar de cambiarlos cada función, pero salva el ritmo la presencia de una actriz tan brillante, tan hermosa y tan dúctil como Silvia Carusillo que rompe cualquier estereotipo. Así, los genitales masculinos relativizados nos llevan de la sonrisa a la carcajada, pasando por algunos sofocos ante figuritas de origami que por lo menos a quien esto escribe le dolerían ¡muchísimo!
Muchas horas de psicoanálisis podrían haberse ahorrado muchos hombres y muchas toneladas de viagra les hubieran resultado inútiles si oyeran con más frecuencia, en referencia al órgano sacrosanto de la masculinidad, puntal de luchas seculares, lanza histórica con la cual se suele violar cuanto en el camino se atraviesa, aunque sea para los efectos de un espectáculo como las papirolas genitales, que "¡pene duro no sirve..!"

El legado de Chéjov

Julio 23, 2004.

Treplev y Trigorin son uno y el mismo que se desdobla. Ambos personajes de La gaviota de Antón Chéjov son reflejos de un mismo rostro en el espejo. Y es el rostro de Chéjov y es también el mío cuando me acerco al autor ruso que cumple precisamente hoy cien años de muerto (escribo estas notas hoy, 15 de julio, aunque deban publicarse hasta el 23). Fiel a mi composición de lugar, lo veo frente a mí, mal interpretado por casi todos, inclusive por él mismo, deseoso de enrolarse para ir a la guerra, aunque sabe que se muere. Y oiga esas últimas palabras: “Me muero”.
Las dijo tras haber definido algo tan sencillo como “hace mucho que no bebo Champagne”, aunque hay quien dice que dijo: “No pongas hielo en un corazón vacío”. Como sea, fue simple la superficie de su muerte porque muy profundas debieron ser las corrientes subterráneas. Así lo veo y así lo oigo.
Las interpretaciones de su muerte pueden ser muchas. Inclusive la fecha: 2 de julio según el antiguo calendario ruso, 15 de julio de 1904 según nuestro calendario. Hoy para mí. No en el balneario alemán de Badenweiler, sino aquí, en Mérida, conmigo de testigo.
Y aquí vuelvo a La gaviota. Trigorin, el escritor seguro de sí mismo que guarda cuanto ve para narrarlo, y Treplev, el joven poeta que sólo se ve a sí mismo como el último humano tras la hecatombe que profetiza, son la propia vigilia y son el sueño. Pero nunca he sabido cuál de los dos es cuál. Así, el balazo que se da el más joven (el cual corta mi ilusión de espectador ante la escena) también condena al segundo a la soledad y al pasmo. ¿Por ello Chéjov llevaba un dije en su reloj que sentenciaba: “Para el solitario, el mundo entero es un desierto”..? ¿Eso vale lo mismo para un monje que para un abandonado, para un ahogado por la bilis negra o para un tuberculoso de larguísima agonía..?
Treplev y Trigorin, idénticos, distintos, los dos a su manera habrán de matar a La gaviota sólo por hacer algo, por no aburrirse. ¿Porque no basta la poesía ni el trabajo del artista para llenar la vida y hay resquicios que sólo se satisfacen al asesinar a las gaviotas, o al pegarse un tiro fuera de escena..? ¿Y si lo meto a escena para oírlo decir: “No pongas hielo en un corazón vacío”..?
La verdad es que yo he acudido a Chéjov mucho más de lo que a partir de mis textos pudiera pensarse y he conversado muchísimo con él, siempre en la soledad de los desiertos, fuera de las lecturas del canon que se pretende stanislavskiano. Y debo confesar que le debo mucho. Como Treplev y como Trigorin (tanto él como yo a veces en un rol y a veces en el otro) le debo mucho.
Y, lo mismo que en el caso de Stansilavski, siempre he creído que una manera elemental de pagar mi deuda con Chéjov es defenderlo de quienes se dicen sus discípulos. Chéjov no podía tener discípulos porque para crear sistemas es necesario partir de alguna mínima certeza, y él dudaba. A mí, hombre de Iglesia y hombre de Partido, constantemente entre unos y otros dogmas, me hace mucho bien el Chéjov apartidista que apostó por la profunda bondad del ser humano: siempre mejor cuanto menos heroico.
Tolstoiano que soy a pesar de todo, me hace bien compartir profundamente estas palabras suyas: “La moral de Tolstoi ya no me conmueve. En el fondo de mi corazón no me es simpática. Por mis venas corre sangre campesina. ¡Que no me vengan a mí con virtudes de mujiks! Desde muy joven he creído en el progreso. Reflexiones objetivas y mi sentido de justicia me dicen que en la electricidad y en el vapor hay más amor por el hombre que en la castidad, el ayuno y el rechazo de la carne.”
Así, comparto su pregunta sobre la función del intelectual. En un inicio de siglo tan radicalmente distinto del suyo y tan igual, como una de esas contradicciones chejovianas, ¿nos queda acomodarnos y “criticar” al poder en abstracto, sin perder lugar en la cola para el reparto de chambas? ¿Disfrazarnos de “genios radicales” para repetir mal lo ya hecho, y obtener las ventajas del ansia popular por canonizar “genios radicales”?
Mientras veo al progreso morderse la cola, recuerdo que cuando el zar prohibió el ingreso de Gorki a la Academia, Chéjov enfrentó con su renuncia al propio zar. Ahí se jugó la vida y ésa fue su postura política: jugarse la vida sin mesianismos ni aspavientos ni intensidades fraudulentas.
A pesar del pesimismo aparente, Chéjov nunca perdió la esperanza y por ello es un maestro de la compasión, en su sentido más dionisiaco que es también el más cristiano: vivir la pasión del otro. Se entregó a las corrientes subterráneas de la otredad y vivió su pathos. Y en esa compasión está la función esencial de los intelectuales.
Cuando cruzó un país helado para compartir la situación infrahumana de los presos, denunció esa vida infrahumana y nos legó en La isla de Sajalín el motor de su esperanza: “¡Qué buena gente hay por aquí! ¡Dios mío, cuánta gente buena hay en Rusia!”

Por una izquierda con programa

Julio 9, 2004.

No perdamos la memoria y, sobre todo, no perdamos el tiempo. La alternativa cultural de la izquierda (que debe presentarse unida a una alternativa política y económica) no la va a obsequiar ningún líder carismático. Dejemos el carisma a los publicistas y pongámonos a debatir seriamente. Sería una lástima que los tiempos tan cortos hacia el cambio de sexenio fueran perdidos por la inteligencia de izquierda en una “madre de todas las batallas” a favor de nada.
Desde luego, estoy en contra de que a López Obrador se le juegue sucio para quitarle derechos ciudadanos. Es una injusticia y es una estupidez. También es estúpido e injusto que desde Los Pinos se promueva la campaña de Marta Sahagún hacia la presidencia. No es democracia lo uno ni lo otro. Ambos deben tener plenos derechos, pero, a un tiempo, deben estar en igualdad de oportunidades, no arrinconados ni apoyados respectivamente por un poder que sólo corresponde al pueblo y que sólo debe hablar en las urnas.
Arrinconar y despojar al adversario y apoyar con la fuerza del Estado al elegido (o elegida) son maniobras que deben desaparecer de nuestra historia. Pero la denuncia no debe convertirse en otra maniobra, también de corte priista, para inventar mártires o fortalecer intrigas.
Cualquier análisis debe rebasar lo trivial porque, en el fondo de todo, lo que se juega es el retorno victorioso del PRI. Muy silencioso, agazapado y bien disfrazado se encuentra el PRI mientras sus formas se comprueban como las únicas posibles y entiende, como Santa Anna, que sólo es cuestión de esperar el llamado del pueblo.
Lo que hagan la derecha, la señora Sahagún y sus amigos debe ser bien analizado, pero en este espacio sea desea participar en un proyecto de izquierda (sea lo que sea ese proyecto) que modifique la política cultural lamentable que instauró el priismo y que han seguido tanto el PAN como López Obrador.
Me parece importante partir de que ni AMLO ni su política han sido de izquierda. Ambos vienen del PRI y se les nota. Por ello su actitud ante la transparencia ha sido de lo más abiertamente antidemocrática, lo mismo que su relación con sus operadores políticos, como René Bejarano, y aun con la prensa. Parecen haber sido sus modelos Carlos Madrazo, el mejor, y la “simpatía” de López Mateos.
Tampoco ha privilegiado a los pobres. Los segundos pisos son una obra para ricos y las limosnas a los viejitos no rebasan el asistencialismo de las señoras pías, así como su discurso en defensa de los “valores perdidos” de la “familia como base de la sociedad” lo comparte con Norberto Rivera o de él lo ha aprendido.
No le molesta tanto la ultraderecha y sí, en cambio, suele pactar con ella, como en el caso de la Ley de Sociedades de Convivencia. Y así se denunció en la Marcha del Orgullo Gay (cuya asistencia fue minimizada por el gobierno del DF), que ni de lejos puede pensarse como parte de un complot del Yunque.
¡Y no inflemos al Yunque! Si en su juventud sólo dieron para crímenes de agazapados y su momento estelar fue arrojarle tinta roja a don Sergio Méndez Arceo, hoy, ya jirones de viejitos deleznables, no son capaces de mover a medio millón de personas. El patrono histórico de la ultraderecha ha sido la Iglesia conservadora y con ella ha pactado López Obrador.
¿Y qué decir de otros ámbitos del arte y la cultura..?
Hace un rato que obedecí los consejos de López Obrador, me tomé una tila y lo di por muerto. Fue precisamente cuando envió a Bejarano a la Asamblea como engañabobos, y cuando comprendí que, con todo y las correspondientes defenestraciones, los gobiernos de Cárdenas y de Rosario Robles fueron mucho más avanzados que el suyo (lo cual tampoco es decir demasiado).
La relación del intelectual y del artista con el Ogro Filantrópico, cimiento de la política cultural priista, caciquil por principio, no se ha superado. Se promueven grupos de poder, capillas, comunidades y demás figuras trasladadas de un estilo centralista capaz de cambiar de partido pero no de abandonar el presupuesto.
Mucho hay que hacer de cara a un programa mínimo de izquierda. Y cualquiera que sea debe pasar por la equidad de presupuestos y oportunidades entre el centro y la provincia. No perdamos dos años en demostrar la pureza López Obrador. El proyecto de izquierda y una alternativa cultural de cualquier índole están por construirse al margen de los panegíricos a su persona.
Seguramente llegará a comprobarse que la embajadora de España, el movimiento gay, Arafat y Sharon, el Yunque y George Bush encabezan un complot contra él, contra Castro y contra el ex golpista Hugo Chávez. Todo puede ocurrir en las conferencias de prensa tempraneras. Pero, a este propósito, recordemos que Lenin escribió un libro hasta hace unos años célebre: El izquierdismo como enfermedad infantil del comunismo. Hoy podría parafrasearse: La teoría del complot como ridiculez terminal del populismo.

El centralismo, la otra Conquista

Junio 25, 2004.
La realidad de las políticas culturales no está en los devaneos retóricos de quienes se disputan presupuestos sino en el México de verdad. El México que subsiste a pesar de todo y es capaz de transformar una lata vacía en una manifestación estética de estudiantes que apenas saben leer y escribir. La realidad está en los lugares recónditos donde los maestros de educación artística tienen pasta de mártires e imaginación de magos.
Pude palpar de cerca cómo se sobrevive en el I Congreso Peninsular (Campeche, Yucatán y Quintana Roo) de Educación Artística que, con el nombre de “El arte de enseñar el arte”, se llevó a cabo en el Centro Estatal de Bellas Artes, dirigido por la profesora María Luisa Cardín, en la ciudad de Mérida.
Esta iniciativa debería encontrar formas más constantes que permitan a los maestros oír a un pedagogo como Omar Chanona, cuya conferencia magistral me pareció especialmente pertinente. Escuela, formación y educación no son lo mismo, explicó Chanona, y sí, por el contrario, pueden rechazarse. Yo diría que, en una gran cantidad de ocasiones, se rechazan, y los maestros acabamos por apagar el brillo en los ojos de nuestros jóvenes en lugar de alimentarlo.
Como expositor hablé de la confusión demasiado extendida entre entrenar y educar. Sin embargo, mi breve participación fue más una enseñanza para mí de lo que existe, de lo que falta y de los caminos que suele tomar la discusión para perderse en el centro del país entre malabares de poder y de prestigio.
Los maestros de educación artística se definieron como el último eslabón en esa desprestigiada carrera de la pedagogía. Para sus clases apenas consiguen las canchas deportivas y deben trabajar bajo el rayo del sol sin más elementos que desperdicios y basura, imaginación, aguante y esperanza. Esperanza en que algún día el centralismo deje de asfixiar a la “provincia” y que el arte se entienda como lo que es e históricamente ha sido, el único punto de encuentro enriquecedor para ambos bandos de ese genocidio al que llamamos conquista. Las técnicas occidentales y la imaginación indígena produjeron la insuperable maravilla del barroco americano.
Hoy la conquista se llama centralismo, y asfixia también las formas del arte que ayer respetara. Como modus operandi que oxigenó al PRI durante décadas, tejió también en torno a la política cultural sus redes de poder. Y, aunque el PRI haya perdido las elecciones, mientras se apresta a ganarlas de nuevo, ha logrado que tanto las izquierdas como las derechas se vuelvan priístas. No deja de ser lógico, es herencia de formas autoritarias que se remontan al mundo prehispánico como expresión de un mundo dominado por tlatoanis, y que han sido refrendadas en la historia por caciques, encomenderos, dictadores, presidentes, y demás mandarines que se sueñan encaramados en La Silla y Las Sillitas desde las cuales se reparten presupuestos.
El centralismo es una camisa de fuerza que reprime cuanto escapa al control de los funcionarios (in)cómodamente situados en el centro de ese erial en el que hemos convertido el país. Porque implica la certeza de que la “provincia” es una suerte de vacío al que en el fondo no se confía llenar sino sólo adornar de cara a la justificación de un presupuesto.
Y vuelvo a un tema que conozco en carne propia, el Programa de Teatro Escolar. Ya lo tocaba yo hace dos semanas y mostraba gentilmente mi extrañeza ante la forma de elegir repertorio. Hoy no sólo refrendo mi incomprensión ante la exclusión de los clásicos en nuestra lengua sino que quiero manifestar mi indignación ante los vetos a los contemporáneos. Mientras se proponen dos obras de Héctor Mendoza (que es un director extraordinario pero un autor malísimo) se impide que se monte a Emilio Carballido. Así, porque en alguna Sillita del Centro se decidió, ¡los jóvenes de todo el país deben asistir a la adaptación de una autora argentina al Canek de Abreu Gómez, pero no a una obra de Emilio Carballido o de Sergio Magaña o de Vicente Leñero, por decir unos cuantos..!
Y, sin importar los ritmos de producción que pueda haber en los estados, no sólo los directores (como fue en un principio) sino también los actores deben peregrinar al Centro para ser entrenados durante tres semanas por algunos maestros indiscutibles (quienes podrían aprovechar el Programa de Creadores a los Estados para comunicar sus conocimientos) y, otra vez, por muchos maestros discutibles. Y escribí “entrenados” porque es lo único que medio se alcanza a hacer con los actores en tres semanas. En realidad sólo se logra confundirlos para que lleguen a sus lugares tras oír campanas sin saber dónde.
Lo que se consigue indudablemente es interrumpir los procesos regionales, como en su momento señalara Sergio Galindo desde Sonora, y esos procesos también se levantan con pasta de mártires e imaginación de magos.

No nos queda tan lejano el Siglo de Oro

Junio 11, 2004.
No nos queda tan lejano el Siglo de Oro como muchos de nuestros manuales lo hacen parecer. Al contrario. Está mucho más cerca de nosotros que una buena parte de la producción teatral contemporánea que como llega se va, sin pena ni gloria, sin huella y sin sustento.
El teatro de los Siglos de Oro (ese que se abre en España con el judaizante Fernando de Rojas y su Celestina para cerrarse en México con El divino Narciso y su Loa de nuestra subversiva monja Sor Juana Inés de la Cruz) no es un lujo para exquisitos ni un aburrido requisito para estudiantes de secundaria. Es un hecho vivo, es un discurso que, a través de los siglos, ha resonado para divertir, para criticar y para conmover en esos espacios del alma colectiva que tanto interesaron, por ejemplo, a Jung.
No creo que a los jóvenes de hoy sólo les interese un presente inmediato sin raíces, que nace y muere en el aparato televisor. No creo tampoco que nuestra alternativa en los escenarios a ese mundo de imágenes acríticas sea tan sólo una emoción inmediata, perfecta y directamente reconocible. En demasiados casos una emoción teatral de este tipo sólo repite el folletín telenovelesco, aunque sin sus recursos, o chapotea en lo ridículo al fallar en su intento de llegar a lo sublime.
Discrepo, pues, de esa opinión sostenida inclusive por maestros respetables que manda el teatro del Siglo de Oro al polvo de los museos. Creo que debemos recuperar la respiración (fundamento del teatro al marcar el ritmo del texto, la dirección, la actuación, la música y la escenografía) en nuestra propia lengua, para salvarnos de las deficiencias rítmicas tan comunes en nuestro escenarios, en mucho debidas al monosílabo inglés de imposible traducción.
Pero, sobre todo, creo que es indispensable reconocernos en esas ambigüedades y contradicciones de los Siglos de Oro, justamente para intentar un teatro verdaderamente innovador, sea en nuestra lengua o sea en cualquier otra occidental, como lo entendieron en su momento Racine y Molière, Goethe y Schiller, por señalar solamente cuatro autores de tan sólo dos países y dos concepciones diversas tanto estéticas cuanto políticas.
Uno de los grandes poetas norteamericanos del siglo XX, Thomas Merton, ofrece una imagen clara y simple para demostrar cómo se debe acudir a la propia historia para manejarse o, al menos, para entenderse, en el futuro. En un coche, propone Merton, sólo se puede ir sin peligro cuando la imagen en el espejo retrovisor es tan clara y nítida como la imagen al frente. Sin esta conexión constante entre pasado y futuro, el conductor se estrella.
Así de simple: en la realidad y en la ficción, el ser humano se estrella cuando vive en una inmediatez desenraizada.
Me alegra, pues, encontrar ecos de la picaresca en el II Encuentro de Jóvenes Cabareteros Generación XXX que se inicia este mismo viernes en el Teatro Bar El Hábito, un espacio mucho más cercano a las burlas veras de Lope de Rueda y de su discípulo Miguel de Cervantes que a los psicoanálisis azotados del Actors’s Studio. El encuentro lo abren Las Reinas Chulas (Ana Francis Mor, Nora Huerta, Marisol Gasé y Cecilia Sotres) con El Código Shakespeare. Es lógico que una generación educada casi por completo en inglés (entre Macbeth y MacDonalds hay poca diferencia para el oído) acuda a Shakespeare (que bien podría confundirse con algún burger pack), pero podría haber acudido a los Siglos de Oro para dar “respuesta a enigmas de todo tipo: desde el futuro de una persona hasta el destino del País”, como declararon a Reforma.
La cercanía con su historia la ha entendido perfectamente el teatro italiano y ahí está Dario Fo. Ahí está también su Manual mínimo del actor.
Estoy cierto de que, para construir el teatro del Siglo XXI, deberemos trabajar en clave de Fo. Llevamos demasiado tiempo haciéndolo en clave de Freud.
Cervantes, en Pedro de Urdemalas, dice a los actores (llamados entonces farsantes), verdades aún válidas envueltas en el juego maravilloso de su lenguaje: “Sí todos los requisitos / que un farsante ha de tener / para serlo, que han de ser / tan raros como infinitos. / De gran memoria, primero; / segundo de suelta lengua / y que no padezca mengua / de galas es lo tercero. / Buen talle no le perdono, / si es que ha de hacer los galanes; / no afectado en ademanes, / ni ha de recitar con tono, / con descuido cuidadoso, / grave, anciano, joven presto, / enamorado compuesto, / con rabia si está celoso. / Ha de recitar de modo, / con tanta industria y cordura, / que se vuelva en la figura / que hace de todo en todo. / A los versos ha de dar / valor con su lengua experta, / y a la fábula que es muerta / ha de hacer resucitar. / Ha de sacar con espanto / las lágrimas de la risa, / y hacer que vuelvan con prisa / otra vez al triste llanto. / Ha de hacer que aquel semblante / que él mostrare, todo oyente / lo muestre y ser excelente / si hace aquesto el recitante.”

28.3.06

Por el teatro escolar

Mayo 28, 2004.


Los defensores de los nazis (que, en México, fueron muchísimos) negaban en su momento crímenes que, al fin de la guerra, se conocieron en toda la inmensidad de su horror. Hoy, por más que las situaciones sean distintas, se está cometiendo un genocidio contra el Islam, y las fotos de las torturas apenas son la punta de un iceberg sin defensa posible. Que en el Islam haya terroristas no justifica el crimen masivo de Bush y de Sharon ni el maltrato constante de la culta Europa a los emigrados.
Ese inmenso horror se suma a otros con los cuales convivimos diariamente. Tiempos de elegir: nos damos por vencidos o continuamos respirando para transmitir el ritmo de esa respiración que nos fue heredada. Yo elijo un legado absolutamente actual que conforma lo más auténtico de nuestra ritmo vital.
Por ejemplo, el Calderón de la Barca de El astrólogo fingido. En una de sus comedias menos conocidas, escrita hace 373 años, Calderón nos explica cómo hacer una industria de la mentira en una sociedad tan ávida de que la engañen hoy como entonces. Hoy, con toda la fuerza de los mass media, entonces con técnicas más simples: “como trompeta pulida / mi vozarrón ha de ser”. Para el caso es lo mismo: la creación de fingimientos, de héroes y villanos, de mártires y verdugos. Siempre de superficialidades que apartan de lo esencial.
Mientras veo cómo se divierten los muchachos de secundaria (para los cuales he montado la obra en Mérida) con las majaderías de Don Pedro, pienso en lo que estamos haciendo para el 2006: astrólogos fingidos en lugar de programas políticos y culturales en una patria que se nos desbarata ante el único juicio de los mass media que definen “lo importante”.
“Haz unos pases así”, dice Calderón, para elevar hasta La Silla a quien maneje mejor la máquina publicitaria. Así llegó Fox al poder y así quieren llevar unos a López Obrador, mientras que otros quieren así impedirle la llegada. Pues tú a “todos responder / una vez sí y otra no. / Pues ¿qué astrólogo atinó?”
Calderón se burla de sí mismo y se burla de nosotros: astrólogos fingidos, demócratas de último momento, acomodaticios y convenencieros, que aparentamos virtudes, castos y honrados de puertas afuera. Se ríe Don Pedro, me río yo y, sobre todo, se ríen los chavos de secundaria: “¡Así que éste es el honor / que tan caro nos vendía! / ¡Cuántas con honor de día / y de noche con amor / habrá! Con puerta clavada, / pañuelo, Beatriz, zaguán, / jardín, ventana y Don Juan, / la (fulana) fuera honrada!”
Y el genio de la lengua, resonando, eficaz en el reencuentro con la propia raíz, en tiempos televisivos de Big Brother y de teatro siempre traducido. Sí, 373 años después, la riqueza, la malicia, la invención, el ingenio y el manejo del lenguaje continúan fascinando a muchachos cuyas miradas aún brillan.
Al fin de cada función, cuando digo a los muchachos quién fue Calderón, siento que cumplo, ahora sí y aquí sí, con mi sentido pleno de ser teatral.
“Este Don Pedro nació hace 404 años y es tan joven como ustedes”, les digo, y me creen porque lo sienten. Porque Don Pedro está ahí, riéndose con nosotros de la misma sociedad que lo victimó como a nosotros nos victima.
Si algún programa es importante, para la descentralización y la promoción del teatro entre nuevas generaciones, es este de Teatro Escolar. Cuando me invitaron a participar así lo entendí y así lo he oficiado: como la auténtica misión.
Así quisiera que se siguiera tomando. Por ello quiero manifestar mi estupor ante el repertorio obligatorio para los participantes de este año. No hay un solo clásico castellano y los únicos de otra lengua son Ben Jonson (con faltas de ortografía en el documento que llegó a mis manos), Molière y Goldoni. Y Ben Jonson a partir de una adaptación de Mauricio Jiménez, cuyo trabajo he aplaudido siempre, incluido el Volpone que viajó felizmente a Italia. Pero lo más débil de esa puesta era precisamente la adaptación. ¿Por qué han de conocer estudiantes de secundaria a Ben Jonson y su maravilloso Volpone en lo que sólo fue una dramaturgia colectiva para una correcta puesta en escena?
Pongo sólo un ejemplo, pero me preocupa casi todo el repertorio. Ojalá una de las primeras acciones de Ignacio Escárcega, a quien doy la bienvenida a lugar tan complejo, sea la de revisar y justificar pedagógicamente lo que, mucho me temo, a veces suena a ocurrencias entre cuates para llenar la papeleta de algo sin mayor importancia. Aplaudí la recuperación de Teatro Escolar desde tiempos de Mario Espinosa y creo que valdría la pena revisarlo y evaluarlo al día de hoy. Podría comenzarse con los textos propuestos. Muchos son impecables, otros de inclusión incomprensible y hay enormes ausencias. Me gustaría discutirlo con la mejor voluntad en este mismo espacio porque, a pesar de su pobre presupuesto, ese Programa es algo real, más allá de una retórica que, como en el Astrólogo, sólo es fingimiento.

Teatro foxista

Mayo 14, 2004.


Es una lástima que los críticos no comenten las puestas en escena de las escuelas de teatro. Sería una manera de tomarle el pulso desde sus orígenes al fenómeno teatral. Y vale la pena recordar que momentos axiales del teatro mexicano se han dado en ese tipo de puestas. Por ejemplo, Cementerio de automóviles que lanzó a un director como Julio Castillo o In memoriam a toda una generación de actrices.
Casi siempre la inasistencia de la crítica se justifica por no considerar profesionales a los jóvenes actores. Lo cual es difícil de sostener si se comprueban los años, las hambres y los programas académicos de las escuelas. Fernando de Ita, siempre una excepción, escribió hace unos días, y sin concesiones, sobre la puesta en escena de Martín Zapata en la Facultad de Teatro de la Universidad Veracruzana.
Los jóvenes actores que han terminado sus estudios en el Centro Universitario de Teatro montaron, bajo la dirección de Sergio Galindo, recio artista sonorense, El camino rojo a Sabaiba de Oscar Liera. La temporada en México ha sido un éxito, como suelen serlo en el Foro del CUT desde hace unos años, y, ahora, la compañía ha cruzado el país para presentarse en Hermosillo y comenzar, apadrinados por un actor excelente que un día hizo el viaje para luchar contra el desprecio por cuanto huele a “provincia”. Ese actor es Jesús Ochoa.
Quiero consignar los nombres de estos profesionales: Sebastián López, Ammel Rodrigo, Santa Cecilia, Luz Vallmen, Carlos Cruz, Pablo Laffitte, Alicia Lara, Juan Carlos Cuéllar, Raymundo Elizondo y Natyeli Flores.
Y, mientras hay quien sueña con transformar y ser transformado por el teatro, el más reciente acto de la puesta en escena foxista me recuerda a mí, en la secundaria, cuando me obligaban a jugar futbol.
Me ponían frente a la portería, vacía, con la pelota inmóvil, simplemente para que le diera una patada, ¡una!, y con ese gol cumpliera la materia de Deportes. Pues, imposible. La pelota salía para la izquierda, para la derecha, para atrás o me resbalaba con ella, rompiéndome invariablemente los anteojos.
La dramaturgia de los capítulos sobre los videos de Ahumada y sobre el enfriamiento de relaciones con Castro no sé si fue de un solo autor o creación colectiva. Tal vez la idea partió de algún genio, tipo Fernández de Cevallos (que, de pasadita, quería mandar a la lona a Creel), el cual vio demasiada televisión del Canal Sony, y luego muchos metieron mano. El problema es que, al final de cuentas, los villanos ya son los héroes gracias al gobierno foxista.
Que el camarada Ponce se haya llevado muchísimo dinero de las arcas de una ciudad endeudadísima, y que ni su jefe, ni la contralora de su jefe, deban responder por ello, se ha olvidado a todos. Gracias a la manera de manejar un caso clarísimo, Fox ha puesto a un país entero, sollozante, clamando a gritos por desagraviar al Jefe de Gobierno. ¡Y seis años serán poco tiempo para desagraviarlo suficientemente de tanta inmundicia!
Nadie piensa que si una vez le fallo su mirada de rayos X a AMLO es muy probable que, en muchas otras áreas, le haya fallado también. O que le vuelva a fallar en el futuro, porque el innombrable Lex Luthor siempre estará ahí. O que él es más socio de Lex Luthor de lo que la dramaturgia foxista permite siquiera suponer.
Y el otro mártir es Fidel, el Comandante Fidel. El sí un héroe, conductor de masas. Le queda un títere de quinto nivel, porque con Arnoldo Ochoa fusiló a los ya preparados, y los otros están más viejos que Fidel mismo. Pues ese títere se ha vuelto héroe de la prensa y la sociedad mexicana. Ya se estudian sus discursos como ejemplos de impecable retórica. Todo gracias a la puesta en escena foxista.
Y la pelota estaba ahí. Era sólo cuestión de tirar a una portería que, para ser justos con Creel y Derbez, esta vez no estaba vacía como en mis años de secundaria.
Por lo pronto, ya se reparte, en forma de estampitas, la imagen de Fidel y en el reverso, con mil años de indulgencia revolucionaria, la oración del Che en su carta de despedida cuando se fue a Bolivia. Fidel dice que el Che le dejó esa carta. Hay que creerlo, porque a Fidel todo se le debe creer. Fidel no miente como miente el que dijera aquello de “cenas y te vas”, pecado muchísimo más grave que fusilar balseros. Pues, en un acto de contrición que ya quisiera cualquier santo de cualquier Iglesia, dice Fidel que escribió el Che a Fidel: “Mi única falta de alguna gravedad es no haber confiado más en ti desde los primeros momentos de la Sierra Maestra y no haber comprendido con suficiente celeridad tus cualidades de conductor y de revolucionario”. Yo soy un irredento. Además de que no quiero desagraviar al Súper Peje durante seis años, no confío en Fidel, no comprendo (ni con celeridad ni con pachorra) sus cualidades ni lo considero conductor ni revolucionario. A pesar de los esfuerzos de la puesta en escena foxista: simplemente no creo.

Retes, un ser íntegro

Abril 30, 2004.

Era mi maestro y me duele su muerte, al mismo tiempo que envidio su capacidad para ser íntegro durante los 86 años de su vida.
Pero Ignacio Retes no fue tan sólo un hombre íntegro: fue una figura fundamental en el teatro mexicano. Junto con Seki Sano tradujo por primera vez al castellano a Stanislavski. Y recordemos que Seki Sano, formado en las disciplinas del teatro japonés y sobre todo del kabuki, fue a trabajar con Stanislavski y Meyerhold a la Unión Soviética, para luego venir a México como perseguido político por sus ideas socialistas. Aquí, Ignacio Retes, también hombre de izquierda con un largo historial de colaboración con los sindicatos que, entonces, no eran charros, fue actor de Seki Sano, asistente de dirección y colaborador suyo.
Retes, pues, recibió las enseñanzas de Stanislavski de un discípulo directo. También recibió por la misma vía a Meyerhold y compartió su voluntad de construir una sociedad justa que fue el motor de la Revolución de Octubre.
La mayoría de nuestros otros maestros oyeron hablar de Stanislavski en los Estados Unidos, por donde el director ruso pasó rápidamente dictando conferencias que impresionaron vivamente a un cierto sector del teatro norteamericano. Ese Stanislavski nos llegó pasado por las aguas norteamericanas, deslumbradas también por el psicoanálisis, aunque tampoco de primera mano freudiana. Y los norteamericanos bautizaron, con su voluntad puritana, esquemática y utilitaria al pensamiento de Stanislavski, amalgamado con su versión superficial del psicoanálisis, como Método. Así Stanislavski se convirtió en El Método.
Retes recibió a Stanislavski y a Meyerhold en la vertiente más politizada porque Seki Sano fue un militante de izquierda mientras que Lee Strasberg y Elia Kazan, los grandes maestros del Actor’s Studio, fuente inagotable de nuestros hollywoodenses suspiros (de Dean y Brando a De Niro y Pacino), no tuvieron lo que se pueda llamar una gran congruencia política. La vida de Strasberg es discutible y la de Kazan es lamentable (un traidor que vendió a sus amigos durante el macartismo). Ambos supieron siempre acomodarse muy bien junto al poder, con todo y su retórica exacerbada e intensa que es la delicia de Woody Allen cuando de ellos se burla.
Las posiciones políticas de la Revolución de Octubre, vivas en Meyerhold, y el estudio compasivo del alma humana ansiado por Stanislavski nos llegaron con Seki Sano y acaban de morir con el último de sus representantes: Ignacio Retes.
Ese Retes fue mi maestro. Aunque nunca lo tuve en un salón de clases, gracias a su hijo Gabriel (para mí, un hermano) pude asistir a sus ensayos y en los ensayos de los grandes maestros se aprende mucho más que en los salones de clase. Y, como el teatro se contagia, me contagié de teatro. Habló de los años 60 cuando todavía funcionaba una de las acciones más importantes que se han hecho por la cultura teatral en México (luego, fuera de definir cada quien que su propia existencia es la acción más importante para la cultura teatral en México, pocos han sido los proyectos de alcances nacionales). El Teatro del Seguro llevado a cabo por Retes y Julio Prieto contenía una idea toral: la cultura es un derecho de los trabajadores, como lo es la salud. Hoy, claro, esto suena en chino porque ya nos están convenciendo de que ni siquiera la salud es un derecho de los trabajadores: el único derecho de los trabajadores es la manutención de sus charros sindicales y el lomo presto para ser explotado por sus patronos.
Ese sueño de Retes fue un proyecto de izquierda que se ha venido olvidando como la izquierda se ha venido olvidando de sí misma. Con Retes, también, muere la idea de integridad en el luchador.
Hoy, cuando la política se desintegra, porque en la supuesta izquierda sólo se trata de mantenerse arriba en las encuestas y agandallarse los puestos para llevar a cabo política de derecha con retórica populista, eso de ser íntegro no sólo suena a superado sino que estorba al pragmatismo realmente existente. ¿Para qué sirve mantener posiciones ideológicas y verticalidad moral cuando lo importante es aprender del priismo a ganar votos?
Retes fue maestro del CUT y contagió de teatro a las generaciones de quienes podían ser sus nietos. Al verlo entre muchachos yo no sabía quién era más joven, si los veinteañeros o el viejo Retes que reía y brincaba más que cualquiera de ellos.
Coincidimos en muchas cosas y chocamos en muchas otras. Discutimos y nos reímos porque Retes heredó la ironía del alma rusa (como Tolstoi la definiera) y, como yo, desconfió de las intensidades que no saben reír.
Creo en la otra vida y lo escucho aquí, junto a mí, socarrón: “Entienda, José Ramón, no hay otra vida, yo ya estoy muerto”. “¿Quién me habla entonces maestro?” “Yo, pero estoy muerto.” “Pues, oquéi, maestro, no pasa nada, sigamos hablando así, porque yo disfruto al platicar con los muertos...”