27.4.06

Los artistas y su reto político

Junio 29, 2005.

El PRI no ha dejado de gobernarnos. Esa es la conclusión dolorosa a la cual llego tras volver la mirada a la izquierda, a la derecha y al centro. Inclusive a la ultraizquierda y a la ultraderecha. No digo el ultracentro porque suena excesivo, aunque bien podríamos definir a buena parte de nuestros “actores” sociales como priístas disfrazados de sagaz ultracentro.
El PRI no es un partido sino una estructura caciquil, corrupta y corruptora, capaz de reagruparse en torno a las siglas que mejor convengan en un momento dado, como fuera capaz de agruparse en torno a la ocurrencia “teórica” del presidente en turno durante setenta años. Tanto el priísmo como el mismo PRI y todos sus adláteres constituyen una columna vertebrada que sabe caravanear hacia donde los aires pidan, a la espera del hueso mayor, y sabe golpear posteriormente con una frialdad idéntica a su cinismo.
Reflexiono sobre todo esto como hombre de teatro, porque creo imprescindible reflexionar desde la escena y para la escena. En los últimos días en el sitio de internet www.redactuar.com.mx, se ha.com. iniciado una interesante polémica sobre la pertinencia de que el artista reflexione e inclusive participe en política. Tras algunas posturas en contra, se ha concluido mayoritariamente que no sólo es pertinente sino imprescindible. No podría entenderse nuestra profesión si se le desgajara del entorno en el que se encuentra. Así que las participaciones en ese sitio web seguramente serán cada vez más ricas.
En este orden de ideas, el mismo día en que escribo estas notas se desarrolla en la Ciudad de México un encuentro convocado por la Revista Paso de Gato, el CITRU y la Casa del Teatro precisamente sobre “Teatro y Cambios Políticos”. El encuentro cuenta con la presencia de figuras de nuestra escena como Luis de Tavira, Mauricio Jiménez, Germán Castillo, Ángel Norzagaray y Gabriel Pascal. Como moderador está Fernando de Ita. Coincido plenamente con la idea motriz: "No es una cuestión ociosa, puesto que el teatro, arte de la comunidad, del grupo social que lo produce, es una práctica indisociable de las transformaciones ideológicas y económicas que expresan al hombre contemporáneo".
A reserva de que conozca los resultados del Encuentro y siga cuanto aparezca en www.redactuar.com.mx, creo que es mi deber iniciar mi participación en torno al tema. Y mi premisa de partida es la frase con que he abierto esta entrega: el PRI no ha dejado de gobernarnos.
Primero, Fox no pudo desmontar el aparato caciquil priísta y, después, ha decidido utilizarlo o, en su caso, mal copiarlo. La historia juzgará si fue por ingenuidad, por codicia o por simple tontería, pero así han actuado también los gobernantes del PAN en la mayor parte del territorio nacional. También la historia señalará excepciones.
Por ahora, queda claro que la credibilidad de Santiago Creel está por los suelos: radicaba en su voluntad democrática y en ese valor que los simpatizantes panistas solían llamar “decencia”. Con la manera de manipular el “desafuero”, los manejos desde Gobernación del aparato de poder para su precampaña y, para despedirse del gobierno, las concesiones de casinos al monopolio televisivo, han acabado con cualquier vestigio de “voluntad democrática” o de mínima “decencia”.
Al PRD muchos mexicanos hemos dado nuestro voto con paciencia y esperanza. Pero ya se empieza a pensar dos veces. Yo desde hace un buen tiempo di por muerto para las causas democráticas a López Obrador, pero veo y oigo cómo otros se preguntan si de verdad ha gobernado “primero para los pobres” o para los automovilistas, si para el Cardenal Rivera o para el laicismo, si para el ex salinismo al cual quiere entregar la Ciudad en la persona de Ebrard, o inclusive para el propio PRD al que entregó en manos de Leonel Cota quien hace unos cuantos años, como diputado, gritaba “¡Zedillo, Zedillo!” tras votar por el incremento del IVA.
El fenómeno de mercado llamado Peje se irá desinflando para sus seguidores de izquierda en cuanto su máximo vocero, Vicente Fox, aprenda a cerrar la boca. Entonces sólo le quedará el espacio que gane a la manera del priísmo tradicional. Por eso lo flanquean Socorro Díaz y Manuel Camacho.
A simple vista, no fueron priístas, por ejemplo, las renuncias de dos personajes diametralmente opuestos como Calderón y Castañeda. Así nos produzca náuseas cualquiera de los dos o los dos a un tiempo, jugaron en un nuevo estilo para quienes llegan a secretarías de Estado. Pronto sabremos si el juego se mantiene, si sirvió para algo o sólo fue una anécdota a la manera de aquel Pedro Rendón tan olvidado. Lo mismo digo de Patricia Mercado como candidata independiente.
Los artistas, ¿qué debemos hacer ante el Ogro Filantrópico (como bien definiera Paz al gobierno) mientras aletea sobre nosotros el inmortal apotegma de César Garizurieta: “Vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”..?

15.4.06

¡Viva la República!

Abril 14, 2006.
Hace poco tiempo lamentaba en este espacio la muerte de esa enorme actriz que fue Ofelia Guilmáin. Pero los muertos nunca se van del todo, se quedan en lo que escriben para darnos la oportunidad de hablar con ellos y cumplir con la visión de Quevedo: “leer es hablar con los muertos”.
En una convergencia de fechas para la memoria, de las que llaman casualidades pero yo entiendo parte de un discurso mayor, he tenido la oportunidad de leer en estos días El retablo rojo, que Carlos Pascual escribiera a partir de conversaciones con Ofelia Guilmáin (Editorial Océano, 2006).
Mera casualidad o fragmento de un discurso inexplicable también es que el destino de esta nota sea publicarse precisamente el viernes 14 de abril, setenta y cinco años después de la proclamación de la República Española. Una fecha fundamental en la vida de la Guilmáin, que tiñe, con la consecuente guerra civil y sus batallas como guerrillera teatral, de color rojo a las páginas de su Retablo. Como las tiñe de color morado la bandera de la República.
Es una fecha fundamental también para mi propia vida. Quince años antes de que yo naciera, se proclamó una República Española que sería vencida por la barbarie fascista, pero que continúa erguida y limpia hasta hoy delante de la historia. Como hijo de un exilio que trajo a mi padre y trajo a Ofelia Guilmáin hasta esta tierra de generoso asilo, esta es también mi fiesta y me congratulo de estarla celebrando en compañía de una actriz a la que admiré tanto y de la que tanto aprendí: hace casi cuarenta años estaba yo con ella sobre el escenario, jovencísimo comparsa, en el Macbeth que montó el director de la escuela, mi maestro Solé, en el Teatro Xola.
En “Mariana Pineda vivió en mi casa”, capítulo dedicado a su madre y a la proclamación de la República, narra lo siguiente:
“Fue abrupto el final de mi infancia. Mi vida no se fue decantando suavemente hacia la adolescencia y hacia la juventud. Una noche me fui a dormir siendo niña y al día siguiente me levanté siendo mujer. Todo fue tan rápido, tan intempestivo. Y mi infancia, mi paraíso perdido terminó, no con el inicio de la guerra civil sino con la proclamación de la Segunda República española, en 1931...
“--Bordo esto --me dijo mi madre sacando de entre el delantal lo que antes había escondido--: es la bandera de tu nueva patria --y me mostró un largo lienzo con tres franjas de colores: rojo, amarillo y morado.
“El día que Manuel Azaña ondeaba triunfante la bandera republicana, ondeaba la bandera que mi madre, durante las madrugadas, había bordado a escondidas de todos. A partir de entonces en el Ateneo de Madrid, a mi mamá la llamaban ‘la Mariana Pineda’.”
El retablo rojo comienza, sin embargo, con recuerdos de años más tarde:
“Era la huida final. El año, 1939. El lugar, Figueras, en el norte de España. Sí, ahora lo veo con más claridad. Por orden del Ministerio de Instrucción Pública, algunos miembros de las compañía del Teatro de Guerrillas, junto con otros tantos milicianos y no pocos civiles, estábamos siendo evacuados ante la ofensiva de los franquistas.”
Iba a cruzar sola la frontera rumbo al campo de concentración. Sus dos hermanos quedaban en el Frente de Madrid y aún no sabía que morirían, y su madre ya estaba en Francia. Ofelia llegaría a México para hacer una carrera brillante, sin olvidar nunca España, ni la República, ni la guerra. En sus memorias intercala la historia de aquí con la historia de allá, de aquellos años juveniles, de guerra, y de esperanza en la justicia republicana que naciera un 14 de abril de hace ya 75 años. Aquí no dejaría de ser guerrillera del teatro y nunca perdió su color republicano. En un párrafo lo confiesa:
“Yo, en el teatro, siempre he pedido que mi vestuario sea de color morado. Todas mis reinas, mis heroínas, mis villanas, mis locas y mis alcahuetas, todas, han vestido de morado pues así llevo por el escenario el color de la República española...”
Lanzaba siempre desde su escena, aunque fuera en silencio, el grito que hoy, a 75 años de proclamada, muchas de nuestras gargantas están lanzando: ¡Viva la República!

Cristo sigue crucificado

Abril 10, 2006.
Por Arturo Mendoza Mociño

Aquel que no ayuda a un débil o un pobre está crucificando a Cristo. Donde hay una injusticia, ahí está Jesús. Donde hay una víctima está Jesús. La lista de tales cruces, insiste el dramaturgo José Ramón Enríquez, sería inmensa, porque en el mundo sobran las guerras y las víctimas, la injusticia y el hambre, la explotación y el dolor.“Desde luego, en nuestra América, los más débiles y los más cercanos al corazón de Cristo son los indígenas, por eso hay una teología indígena”, explica este creador desde Mérida, Yucatán, a donde se ha ido a vivir desde hace un par de años. “La explotación de los indios forma parte de la cultura de explotación de los débiles y no son las ideas políticas de Jesús las que se crucifican, sino a Cristo mismo, y el llamado de él, el de ‘Padre, ¿por qué me has abandonado?’, se sigue oyendo y sigue ocurriendo históricamente, como históricamente sigue dándose la resurrección. Por eso tenemos esperanza los cristianos; a pesar de tantas cruces hay esperanza”. La vigencia de las ideas políticas de Jesús, considera Enríquez, se mantiene como utopía porque, en realidad, no son llevadas a la práctica en ninguna ciudad del mundo. Hay, en cambio, vidas ejemplares de cristianos cuya utopía, que la igualdad y la justicia prevalezcan entre los hombres, se mantiene a pesar de los horrores que confirman que Jesucristo es crucificado todos los días.En su poema “Supino rostro arriba” se puede apreciar que las ideas políticas de Jesús representan un más allá, una revolución o una evolución de las relaciones sociales de su época.La idea rectora, señala el escritor, es la absoluta necesidad de justicia para todos y sobre todo para el más débil. En la polis griega, el más débil, sea esclavo, siervo, mujer, niño o hijo, no merecían ayuda porque, de entrada, no eran ciudadanos. Los ciudadanos, entre los griegos, son los más fuertes, económica e intelectualmente. Esa sociedad es lo opuesto a lo que propone Jesús, una opción para los más débiles.Lo mismo acontece, en términos filosóficos y teológicos, con lo propuesto por Nietzche: un superhombre, libre de ataduras religiosas. Jesús le da voz a los siervos, a los más débiles, al más dolido. Y eso molesta al filósofo alemán, uno de los mayores detractores de las ideas políticas de Jesús, porque él sólo piensa en un superhombre y no en un supersiervo.
Cristo en MéxicoSi la mayor utopía de las ideas políticas de Cristo es la justicia y liberar al oprimido, en México y en todo el mundo tales imperativos éticos y morales se han llevado muy poco a la práctica, lamenta Enríquez.“La utopía cristiana en América ha tenido contados pero brillantes momentos: Bartolomé de las Casas, Vasco de Quiroga, los jesuitas de Paraguay, pero, más temprano que tarde, la estructura jerárquica de la iglesia católica se ha encargado de destruirla por ese aparato de destrucción brutal que se llamó inquisición”.Frente a tales hechos, lo que se ha olvidado es que la iglesia es el pueblo de Dios, el cuerpo de Cristo, todos los que creen en el legado de Jesús y otra cosa, muy diferente, es la jerarquía eclesiástica que se ha adueñado del concepto de iglesia.“Se forma parte de la iglesia por el sacramento del bautizo y va mucho más allá de su jerarquía, la iglesia no tiene la culpa, es víctima de su jerarquía. Yo no tengo nada que ver con los obispos porque yo soy gente decente, pero hay que sufrirlos, es parte de un devenir y la iglesia es historia y está en la historia y la constituimos seres humanos.“Sin embargo, el Vaticano, como estructura de poder, es absolutamente contraria a la idea de Cristo, quien no tenía dónde recostar su cabeza, pero ahora hay soldados y una moneda y una corte de prelados que se asumen como sus sucesores”.Esas contradicciones han sido cuestionadas durante siglos. Enríquez evoca una pieza de Darío Fo, llamada Misterio bufo, donde el papa Bonifacio VIII se encuentra con Jesús y éste no lo reconoce, sigue su camino, indiferente, a lo cual el prelado se enfada y le grita a Cristo: “¡Pero si yo soy tu papa!”O aquel cartón del español Máximo, donde el padre eterno se pregunta cómo es posible que con un evangelio de izquierda hay una iglesia de derecha. O el viejo chiste que reza: “Las ideas de Jesús eran tan peligrosas, pero tan peligrosas, que crearon a la iglesia para combatirlas”.“Lo que es más difícil de justificar es una iglesia que está de acuerdo con el poder y no con los pobres”, cuestiona el dramaturgo. “Que el papa se convierta en rey nada tiene que ver con Cristo. Que tenga una corte, tampoco. Cristo era un carpintero que andaba descalzo”. Los laicos, justifica Enríquez, pueden criticar más a la jerarquía católica porque son testigos de cómo ésta ha sido implacable con los obispos de izquierda, como Samuel Ruiz, que ha luchado por acabar con la desigualdad de Chiapas.“Cuando la jerarquía se inconforma con el discurso de Ruiz le manda a monseñor Raúl Vera como obispo auxiliar para que atempere sus acciones y declaraciones, pero Vera termina convencido de la causa de Ruiz y terminan enviándolo a Saltillo lejos de Chiapas. La estructura jerárquica es implacable con la disidencia, pero no contra ella misma y sus excesos. Las narcolimosnas, el apoyo al poder, eso no le da vergüenza y tampoco parece darle el no estar al servicio de un pueblo tan dolido como el mexicano. Es vergonzoso y criminal estar al servicio mezquino del poder. Pero eso no es nada nuevo. De nueva cuenta crucifican a Cristo con esa postura”.Si se buscaran paralelismos políticos contemporáneos, todos los apóstoles serían socialistas y marxista sería el cristianismo primitivo, sostiene el escritor. Y en la actualidad, la única corriente que busca la justicia social, como la deseó Jesucristo, es la Teología de la Liberación que, a su vez, ha gestado otras teologías. “Aunque fue muy perseguida, no significa que ha sido vencida”, explica. “Como dijo Unamuno a los franquistas: ‘Venceréis y no convenceréis’. El larguísimo pontificado de Karol Wojtyla fue una larga lucha contra la Teología de la Liberación en América Latina. Su sucesor, Joseph Ratzinger, la mantendrá, sin duda. Pero la Teología de la Liberación permanece a pesar de que hayan jubilado en Brasil al catalán Pedro Casaldáliga y en México a Samuel Ruiz. La teología está completamente viva en todos los ámbitos. Continúa con su lucha frontal contra la pobreza”.Por fortuna, insiste Enríquez, se ha separado del discurso marxista cerrado de sus inicios y ha abrevado en otras corrientes del pensamiento político contemporáneo.“Por eso no es extraño que la función liberadora de esta corriente, que no busca el fortalecimiento de las estructuras de poder, tenga también una teología desde la mujer o una teología ecológica, porque ambas teologías retoman largas luchas que enfocan de diferentes maneras la experiencia de Dios, la experiencia de un dios liberador”.Una teología, como la que planteó Jesús hace dos mil años, donde no haya nadie para mandar y nadie para ser dominado.

Entrevista publicada en la revista emeequis Número especial 010 y 011

5.4.06

Un voto para Fo

Marzo 31, 2006.

Cuando se lanzó nuestro juglar Darío Fo, a sus ochenta años, para Alcalde de Milán, otro grande, José Saramago, le escribió entusiasta: "Querido Darío, si hubieras nacido en mi país, votaría por ti para presidente de la República”. A mí me pasa lo mismo: conforme se acerca el Gran Día más añoro el nombre de un juglar como él en nuestras boletas.
No votaría por él para que ganara porque no creo que un artista sirva como gobernante. Sí, en cambio, es imprescindible como conciencia crítica. La visión radical de un juglar como Fo debería estar en la mesa del debate nacional. Y esto significa que creo en los debates aunque perjudiquen a quienes han intentado no responder a nada nunca, para no comprometerse.
Por eso cada vez me convenzo más de poner el nombre de Darío Fo en la boleta para, con ello, anular mi voto y expresar a toda la clase política mexicana el asco y la indiferencia. Aquí en Yucatán “fo” significa asco, y también el asco debe expresarse. La indiferencia porque los políticos no son diferentes entre sí: son y han sido intercambiables.
Hace unas semanas el candidato del PRD decía que el priísmo es una enfermedad y que esa enfermedad se cura con el tiempo. Estoy de acuerdo en lo primero, es una enfermedad, pero no se cura con el tiempo. Como me comentó un brillante analista: el priísmo es una enfermedad que ya hizo metástasis. Nuestra clase política esta incurablemente enferma de priísmo y es hora de la eutanasia. Hay que impedir que el país se nos muera con ella, por eso creo en el voto (¡un voto anulado es un voto!) y en las urnas. Por lo mismo, rechazo las proclamas suicidas o las nostalgias totalitarias.
Ningún “voto útil” beneficia al país, porque no hay diferencia entre sus “benefactores”. Un voto anulado no lastima al país, porque precisamente el país es el gran marginado de la rebatinga electorera. Ya es hora de dar su justo valor a la abstención y al voto anulado. Es tiempo de que tanto el ganador como la clase política toda carguen con el peso de una voluntad mayoritaria de eutanasia que así habrá de expresarse.
Poner el nombre de Fo para anular el voto sería una manera simbólica de pedir lo que ya es urgente: una reforma electoral que ponga, de una u otra manera, freno al despilfarro que sólo enriquece a las televisoras y que resulta tan cruel en un país pobre; que garantice la auténtica representatividad y no el brincoteo de una a otra sigla de grillos y vivales; que exija las propuestas, en vez de hacer una virtud política del escamoteo en las respuestas.
Darío Fo basó su campaña en estas palabras: “No soy un moderado”. No. Fo es un radical y un radical es lo que aquí se necesita para denunciar y desarmar el entramado de complicidades caciquiles que hoy por hoy es la política en México, y en pos de las cuales va por igual un candidato tras del otro. Es preciso enfrentar con audacia e inteligencia a los poderes fácticos que fueron creando y sosteniendo complicidades, desde que el general Calles decidió equilibrar a los caciques en lo que luego sería el PRI y cuyas formas de sobrevivencia laten incluso en los discursos más aparentemente ultras.
Es preciso el entierro definitivo de un inacabable estar en “campaña”. Este país necesita escuchar y expresar razones, no consignas fabricadas por asesores de “imagen”. Y también necesita la carcajada de los juglares, como Fo, que han estado siempre distantes del poder, a diferencia de los bufones que hacían reír al príncipe y confundían al pueblo.
En el tratado de teatro medieval que constituye su Misterio bufo, Darío Fo define al juglar de aquellos tiempos: “El juglar que se presentaba en la plaza descubría al pueblo su condición de ‘cornudo y encima apaleado’. Era alguien que, en la Edad Media, pertenecía al pueblo, nacía del pueblo y del pueblo tomaba la rabia, para devolvérsela de nuevo al pueblo filtrada a través de lo grotesco, de la ‘razón’, para que el pueblo tomara conciencia”.
Cuántas bufonadas y cuán pocas juglarías entre tantos millones de pesos tirados en las campañas frente a un pueblo hambriento, “cornudo y encima apaleado”.

Un maestro indiscutible y de muchas geografías

Marzo 9, 2006.
En este oficio del teatro el magisterio se adquiere encima de los escenarios, y es ahí donde se demuestra la maestría o donde se prueba lo contrario. En los escenarios demostró Ludwik Margules que fue maestro indiscutible. Aunque soy demasiado viejo para haberlo tenido en ningún aula, lo considero con todo derecho mi maestro porque ese magisterio indiscutible, ganado y comprobado en el escenario, nos abarca a todos.
También hay jerarquías en este oficio que es imposible inventar y que no se adquieren ni a capricho ni por decretos. De éstas era la jerarquía de Margules y, así como su magisterio, también la reconozco y, sobre todo, la agradezco. Sin importar las posibles diferencias, conceptuales, pedagógicas, aun estéticas, el reconocimiento a la jerarquía de Ludwik Margules también resulta indiscutible.
Pero ni la jerarquía ni el magisterio tendrían sentido alguno si no fueran ejemplares o, dicho en los términos de Antonin Artaud, si no se contagiaran. El magisterio de Margules, su altura jerárquica, su capacidad de guerrear hasta el último aliento nos ha contagiado a muchos hacedores de teatro, de varias y aun encontradas maneras. Es seguro que continuará el contagio porque le fue la vida en ello. Muchas veces angustiosa, otras veces alegremente, pero siempre dejó en el teatro la vida entera.
Y, en la partida de un oficiante del teatro de indiscutible jerarquía y a quien todos podemos llamar maestro con toda justicia y por motivos diversos, el recuento debe suceder al tiempo necesario para el duelo. Habrá mucho que hacer colectiva y personalmente en este sentido, porque Ludwik nos deja mucho que analizar a todos.
Entre otras cosas grandes nos deja esa fuerza de quien sobrevivió una guerra, conoció el stalinismo y masticó “el duro pan del exilio”. Inclusive vivió entrañablemente cerca del exilio español republicano, aun sin ser el suyo, y también por eso lo reconozco en esta hora triste en que ya quedan pocos testigos de una gesta cuyas notas se pierden entre los gemidos de nuevos refugiados forzados a abandonar el íntimo sueño, y entre los estallidos de las bombas en las nuevas guerras.
Lo he dicho en múltiples ocasiones pero vale repetirlo: yo no creo en la muerte. Creo que maestros como Ludwik se quedan con nosotros, en la memoria, en la energía, en la ira, pero también en las presencias cotidianas y también en los silencios. Por eso creo también que, aunque todo parezca derrumbarse, el teatro va a seguir con ese oficio suyo que le viene de muy lejos. Creo firmemente que nosotros, como en el teatro kabuki, es bajo el escenario donde enterramos a nuestros muertos para que nos llenen de la vida que no han perdido.
Al fin de cuentas nuestro oficio del teatro debería ser concebido como la danza de nuestros rarámuris que sostiene al mundo. Ellos danzan, dicen los rarámuris, para que el mundo no se derrumbe, aunque nosotros los blancos no lo sepamos.
Si ya hablé del contagio que planteara Artaud, evocar de Polonia al Japón del Kabuki y hasta la Tarahumara es una buena forma para referirme a un artista de muchas geografías. Es una justa manera de pronunciar el adiós que nos sirve para el tiempo del duelo al maestro que continúa siendo Ludwik Margules.

Amén o sólo irme

Enero 11, 2006.

Buscaba la pureza de un sonido
arrítmico tal vez
con la mirada fija en los tonos de un gris
azul
casi de vidrio
y tropecé contigo Dios mendigo
agonizante
imprevisto
estorboso

Triste Dios
clavado desde siempre al fondo de un banquete
con tus ojos llorosos
con lo que queda libre de tus dedos
tratando de dar ritmo a cada transeúnte

Muérete de una vez
o retorna a tu trono
a lanzarnos los rayos y centellas
que lanzabas ayer
útiles por comprensibles

¿Qué balbuceas entre los dientes rotos?

En el último siglo
fue la “muerte de Dios” una idea conveniente
y resultó más fácil acechar el futuro
recordar nuestras bombas
o los rostros ajenos del presente
los muñones
su miedo
y el “silencio de Dios” como culpable

Pero tenerte aquí
y tropezar contigo a cada paso
dentro de cada imagen
apestoso
sangrante
cuando se busca la infinita pureza de algún punto
en el fondo del cosmos
escuchar tus gemidos nos molesta

Nos acusas y acosas e importunas

Nos irrita
saber cómo te pudres en cada madriguera
y pides con tus ojos la clemencia
o una lanza eficaz que sea lanza final
mientras musitas algo
en la inmensa soledad que tú tampoco entiendes

Solo
solo
agredido
eres un Dios que habla a sus verdugos
y eso saca de quicio

¿Comprendes que molestas?

Mientras busco tu imagen en el cosmos
lejana
conveniente
me escupes la pregunta que pensé hacías al Padre:
¿por qué me abandonaste?

Y me entiendo Caín y te veo como Abel
y te vuelvo a golpear y no te mueres


Dios de este milenio
nada tienes que hacer en nuestras fiestas
ni tampoco en mi caza del azul infinito

Ya no me pidas algo
cuando no alcanzo a oír
porque espero encontrar el sonido imposible
de tan puro en mi sueño

Yo no te quiero ver
ni escuchar
ni lo intento

Mientras boqueas colgado de una cruz que ya cansa
¿debo decir “Amén” o sólo irme?

Doloroso homenaje a Pasolini

Febrero 19, 2006.

El Calderón de Pier Paolo Paosolini no ha perdido en nada su vigor luego de 30 años de haber sido escrito, poco antes de la muerte del poeta y cineasta. Una de las pocas obras teatrales de Pasolini, pretende homenajear a España a partir de su dramaturgo mayor, don Pedro Calderón de la Barca, y desde su obra magna, La vida es sueño.
La idea del dormir y el despertar hasta perder la noción clara de cuándo se duerme y cuándo se está en vela, la lleva Pasolini a la España del franquismo a fines de los 60, e invierte los géneros de los personajes para que Rosaura sea Segismundo y Segismundo se vuelva un aristócrata desclasado que luchó por la República.
Rosaura despierta en distintos e irreconocibles ámbitos, ya como hija de franquistas, ya como prostituta, etc., y la angustia de realidad y sueño confundidos la martiriza tanto como la imposibilidad de una revolución por la justicia que, en los últimos años de Pasolini ya parecía imposible, como hasta hoy nos lo sigue pareciendo.
Cuando Pasolini escribía Calderón, había pasado apenas un lustro de aquel axial 1968. Hoy, casi 40 años después, todas las coordenadas parecen cuando menos modificadas. Y no siempre para bien.
Desde la macroeconomía y el aumento de los derechos humanos, parecería que estamos cada día mejor, pero el hambre de Africa (continente al cual se volvía cada vez más Pasolini en sus últimos tiempos), la esclavitud infantil y femenina creciente, y el imparable desarraigo de comunidades enteras en busca de algo para llevarse a la boca, con el consiguiente aumento de la violencia urbana, prueban que vamos a peor.
No son motivo para sonreír el integrismo de Bush (justifica inclusive la tortura en su guerra santa), ni la correspondiente exacerbación del integrismo musulmán, la xenobia cada día mayor en la Europa que desearía haber aprendido sus lecciones, la inquisición de Benedicto XVI cada minuto más intolerante, así como tampoco la confusión en América Latina de las posturas de izquierda con la vacua retórica populista y el culto a la personalidad por demasiadas décadas de Castro, ahora reciclado por su clon, coronel golpista venezolano.
Inclusive el Calderón de Pasolini resulta vigente por una ironía de la historia: el candidato del PAN a la presidencia de México se apellida precisamente Calderón y se reviste con el neofranquismo español. Sus declaraciones sobre la píldora del día siguiente, anunci de retrocedso respecto de Fox, y sus posturas acerca del matrimonio entre hombres (nadie en México lo ha pedido: aquí se lucha por las uniones de convivencia) están alimentadas por el discurso fascistoide del Cardenal madrileño Rouco. Calderón se viste la camisa falangista de Carlos María Abascal, de pura y rancia estirpe sinarquista. Nunca tan certero ha estado Carlos Monsiváis como en su discurso por el Premio Nacional (y vaya que casi siempre ha acertado una gloria al fin justamente tan laureada como Carlos Monsiváis).
Pero a la vigencia de su Calderón se suma el trigésimo aniversario del asesinato de Pasolini en la playa de Ostia. Un asesinato por homofobia, se mire como se mire. Y todo ello lo ha querido montar en escena ese gran director que es Paco Marín, en el Teatro Peón Contreras, el gran teatro de Mérida. Ignoro si alguien más en México ha recordado el asesinato de Pasolini y su calidad profética tan vigente hoy en día, pero Paco Marín lo ha hecho con excelencia y maestría como gran figura del teatro yucateco.
Elena Larrea hace una Rosaura impecable e implacable. Soberbio, el monólogo sobre La Internacional, cortado por el cinismo pragmático del burgués que fría y magníficamente encarna Tanicho, lastima en lo profundo a quienes un día soñamos con un mundo justo. El joven Edipo doliente de Pasolini (en la versión de Marín, Martirologio, también el propio poeta masacrado) lo interpreta espléndidamente Pablo Herrero. El propio Paco decide actuar un Segismundo roto que parte de su torre, cruza la escena y vive tanto el presente como trágicamente el mismísimo futuro.
Cada actor en su lugar, el video de Laura Sánchez y Jorge Carlos Cortazar. Doloroso homenaje a la grandeza de Pier Paolo Pasolini.

Mérida, teatro vivo

Enero 13, 2006.
Suele, al principio y al final de cada año, hacerse un recuento de la actividad teatral, con el objeto de recabar elementos de juicio que permitan juzgar lo andado para atreverse a andar nuevos caminos. En los periódicos nacionales tales recuentos suelen circunscribirse, curiosamente, a una sola región, la Ciudad de México, como si el centro fuera la nación entera.
Yo quiero hacer un recuento a vuelo de pájaro del teatro en Mérida. Pretendo con ello invitar a que se considere nación teatral no sólo al 20 por ciento de los mexicanos, por importante que sea lo producido en la capital, porque el pulso de la República del Teatro (como inteligentemente llama la revista Paso de Gato a uno de sus secciones) es más fiable cuanto más amplio es el territorio de nuestro análisis.
Sin embargo, antes de iniciar mis notas sobre el 2005 en Mérida, me siento obligado a referirme a la muerte de un hombre de teatro que me ha dolido muy especialmente, la de Luis Armando Lamadrid.
Aunque muchos lo conocieron como activista de la liberación de las minorías y fundador junto al compañero de su vida, Xabier Lizarraga, de Guerrilla Gay, yo quiero tanto recordar cuanto dar testimonio de que Luis Armando fue un hombre de teatro y que, también desde el teatro, dedicó su vida a la defensa de los derechos no sólo de su propia minoría, sino a la lucha contra la injusticia, el silencio y la censura que se ejerce y se ha ejercido de múltiples maneras en sociedades como la nuestra.
No en balde una de las investigaciones de que más orgulloso se sentía fue la que realizó con un grupo de investigadores, bajo la dirección de Maya Ramos, y culminó con el libro Censura y teatro novohispano (1539-1822), publicado por el Citru del INBA y Escenología A. C.
Fue también director de escena, actor (yo tuve la oportunidad de dirigirlo en dos ocasiones) y maestro generoso. Su muerte en Ensenada, la ciudad que también lo vio nacer, lastima y empobrece a la República del teatro. Vaya desde aquí un abrazo para el entrañable Xabier Lizarraga.
Respecto a un recuento a primera vista del teatro en Mérida, y sin ánimo de ser exhaustivo, de hacer juicio o de entrar en polémicas inmediatas, hay datos que deben ser material de reflexión para todos, incluidas las autoridades y quienes hacen teatro en otros estados. Como sea, puedo afirmar que la escena yucateca demostró en 2005 su plena vitalidad.
Más que ganar batallas que a unos pocos importan, el reto para todos, independientes, oficiales y detentadores de apoyos, es el mismo reto del teatro actual en el mundo entero: ganar a un público que, por la televisión y el video, más que por el cine, desconoce inclusive que existe el teatro.
El proyecto independiente de El Teatrito mantuvo sus banderas, con tres obras y un encuentro de teatro íntimo. En el otro extremo, como teatro oficial, además del fundamental proyecto de ópera, entre otras puestas, el Instituto de Cultura produjo El pozo de los mil demonios, para crear un público infantil, así como Sueño de Flamboyanes con Cholo Herrera, para recuperar el teatro regional. Esta última puesta representó a Yucatán en el Cervantino. Calor de Raquel Araujo y Mestiza power de Conchi León lo representaron en la Muestra Nacional.
El foro cultural del Restaurante Amaro dio cabida a cuatro obras. Diversas agrupaciones utilizaron el espacio de “40 grados” para llevar a escena más de diez producciones. Cuatro se montaron en La Vía. Una en el Café foro El Sonido del Eco. El Centro Cultural Tiovivo, se estrenó con cuatro espectáculos. Se montaron tres obras en el Hotel Trinidad. Pablo Herrero montó La cueva de Salamanca, dentro de los festejos a Cervantes, con el Taller de Teatro Universitario de la Universidad Modelo.
Por un lamentable desencuentro, esa auténtica institución del teatro yucateco que es Paco Marín no estrenó el Calderón de Pier Paolo Pasolini en la misma fecha del aniversario de un asesinato que se recordó en el mundo entero. Calderón iniciará este enero y, con su estreno, el brazo de mar del 2005 llegará al 2006 con el memorial triste de una muerte que prefigura al fascismo renaciente.

Las carcajadas de Beckett

Diciembre 30, 2005.

Termina mi año teatral del 2005 con un extraño, aunque no inesperado, encuentro de edades, latitudes, lenguas, germanías, paradojas y angustias: un autor ya glorificado, Miguel de Cervantes, un autor reconocido con el Nobel, Samuel Beckett, y un autor de reciente acceso a los escenarios, Miguel Angel Canto.
Aquí en Mérida, donde a la belleza de los atardeceres se une a un clima en el cual basta una chamarra para burlar la “heladez” de la madrugada, mientras el país se congela, por el puente de Guadalupe-Reyes suspendimos las funciones de Del principio, el final, dramaturgia mía en diálogo con textos de Beckett. Por los últimos días de diciembre, el Taller de Teatro Universitario de la Universidad Modelo ofreció su última función de La Cueva de Salamanca, de Cervantes, a los asistentes al Parque de las Américas, en versión mía dirigida por Pablo Herrero. Y hasta el último día del año planeamos continuar con nuestros ensayos de Aguantando al taquero, de Miguel Angel Canto, para estrenar en marzo del 2006. Todo dentro de las actividades de Teatro Hacia el Margen, apoyadas la primera y la última por México en Escena, del INBA, y el Instituto de Cultura de Yucatán.
Pertenezco al grupo de quienes piensan que lo único absurdo en el “teatro del absurdo” es llamarlo así. Beckett se reía al oír la palabra aplicada a su obra. Y si Cervantes no hubiera muerto 300 años antes es probable que hubiera recibido el mismo apelativo. Después de todo, no sólo Don Quijote sino una parte importante de sus personajes, así como el tono mismo de sus obras, rompen los moldes de un realismo defendido contra “diverso”. El miedo a la diversidad también tiene su lugar entre los críticos y los filólogos.
Pero tanto Cervantes como Beckett sabían bien lo que decían y sabían desde dónde hablaban. Nada era absurdo. Y ése es el reto que dejan a lectores o espectadores, porque ambos se ríen de nuestra doble incapacidad: la de leer (descifrar, penetrar y dejarse penetrar por la obra hasta la transformación y el parto) y nuestra incapacidad total para saber desde dónde estamos leyendo.
Cuando exigimos que todo esté claro y que no haya ambigüedad en el manejo de los símbolos, por complejos que éstos sean, o, dicho en la jerga teatral, que un conflicto real y ubicable sea el disparador de toda obra, tan sólo exigimos que el Sol siga girando en torno de la Tierra. Entonces las carcajadas cervantinas y beckettianas se dejan escuchar. Aunque sean carcajadas amargas, que suenan a las campanadas de medianoche de otro pícaro, el inmenso Falstaff, hijo de otra pluma inasible.
Miguel Angel Canto apenas tiene 30 años, pero le ha tocado vivir un mundo en crisis, sin salidas posibles, en guerra mundial contra los moros y todavía entregado a la acuciosa tarea de exterminar indios luego de explotarlos. Las enormes riquezas de la nación son virtuales pero su enorme miseria es tangible y dolorosa. Pienso que por ello, los personajes de Canto resultan herederos de la picaresca cervantina aun cuando continúen anonadamiento y ensimismamiento beckettianos.
Es interesante comprobar cómo Aguantando al taquero desde el título quiere ser una relectura de Beckett y cómo, precisamente por ello, sus personajes, el Perro y el Chancho, resultan víctimas a la manera del Siglo de Oro. ¿Un juego especular en la mirada de un autor muy joven mexicano para encontrar los parentescos entre Vladimir y Estragón? ¿Y por qué no si estamos ante el mismo árbol genealógico que pasa por Cristo, el siervo doliente y anonadado, y llega al pobre Abel que no tuvo tiempo para entender nada, tras detenerse en la espantosa eternidad de Sísifo, imagen real del hombre contemporáneo.
Extraña convocatoria de fantasmagorías para cerrar mi año teatral: un círculo de Fin de partida (“el principio está en el final y sin embargo uno continúa”) y que viene de Eliot (“in my beginning is my end”). A empezar de nuevo en el 2006.
Mientras, a todos nos sitúa la frase de un personaje de Miguel Angel Canto: en este mundo que vivimos, sea al principio, sea al final, “no siempre hay quien atienda pero siempre hay quien cobre”.

México: ¿pueblo de Dios?

Diciembre 18, 2005.
Uno de los grupos sociales que tratará de vender a más alto precio su apoyo en la subasta electoral del 2006 será la Iglesia católica. Así, seremos testigos de cómo valoran este apoyo cuáles políticos, y, tal vez, de cómo se inicia una nueva época de equilibrios sociales, la del nuevo milenio. La pregunta para la Iglesia es si refrenda la fuerza que ha venido manteniendo desde Constantino, impuesta a sangre y fuego en el Nuevo Mundo, o bien ha llegado el momento de que el negocio político y económico de sus cúpulas comience su crepúsculo.
Mientras ello ocurre en México, Benedicto XVI ha decidido cerrar las puertas para que la cúpula eclesial se juegue el todo por el todo en el mundo entero. Enemigo del término, tomado de San Pablo, de “Cuerpo de Cristo”, que se aplica a los bautizados, él prefiere el de “Pueblo de Dios”. Un pueblo al que no acompañan sino dirigen pastores que conforman una élite hermética, con la impunidad garantizada a pesar de las evidencias, como hoy demuestran los escándalos de Marcial Maciel y de otros curas paidófilos. De este hermetismo históricamente sólo han escapado en algo las órdenes religiosas.
Algo de este encierro benedictino trae a la memoria los últimos días en su bunker del Führer de ese Reich al que Ratzinger sirviera jovencísimo, precisamente en una edad en la que todo se marca a fuego en las memoria.
Aquí, durante el sexenio foxista, asistimos a un fenómeno por lo menos inesperado. El gobierno acusado de ultraderechista enfrentó a la Iglesia en campos antes impensables; mientras el gobierno de una izquierda proclamada como la más juarista hizo lo contrario. El PAN no censuró y el PRD del DF, sí. Divorciado, Fox se casó con una divorciada y enfrentó el escándalo armado al unísono por las izquierdas y las derechas al tener la osadía de besarla en la Plaza de San Pedro. Frenk no detuvo la píldora del día siguiente. Creel no censuró El crimen del padre Amaro ni La última tentación de Cristo, enlatada ésta por un PRI leal observante de los tratados que concluyeron la Guerra Cristera. AMLO saboteó la Ley de Convivencia y sacó de su programa la ampliación nacional de las causales de aborto ganadas por Rosario Robles, así como ha venido guardando silencio frente a las posibilidades de la eutanasia; pero invitó al Cardenal a inaugurar los segundos pisos con Elena Poniatowska (cuando Rosario Ibarra se negó a estar con el jerarca).
Habrá que dar a leer ese clásico que es Jorge Ibargüengoitia o, al menos, pasar en las escuelas La ley de Herodes, realizada por Luis Estrada, para que nuestros jóvenes tengan elementos de juicio a la hora de acercarse a las urnas, aunque sea a anular sus boletas. En ese San Pedro de los Sahuayos que es también el México de hoy, queda claro el papel jugado por la élite eclesial mexicana luego de los arreglos del conflicto cristero. Ha tenido el implacable y melifluo rostro de Guillermo Gil, como Señor Cura, al cobrar un “pesito” por cada “pecadito”, o entregar al matadero al médico panista por un “carrito como el que trae usted Licenciado”.
También queda clara en Ibargüengoitia la manera en que se va construyendo la retórica de los políticos: desde la demagogia de un mesiánico López Obrador, que apuesta por los métodos de Bejarano y Ebrard; hasta las garantías doctrinarias de un Calderón, que negocia con la jefa del mayor corporativo sindical de América Latina. De Madrazo ni qué decir: La ley de Herodes es su única propuesta de gobierno.
Pero la manipulación de ignorancia y supersticiones que Ibargüengoitia con tanta claridad refleja es tan sólo una parte del poder espiritual que una cúpula eclesial minoritaria mantiene sobre el resto mayoritario de la Iglesia. La otra parte resulta más difícil de entender para quien no la vive. Se refiere a la vida sacramental y a la sucesión apostólica, sobre todo en la Eucaristía. Es lo apostólico en lo católica romano.
El negar la Eucaristía a quienes no caben en las definiciones de los jerarcas, ha sido causa de tragedias íntimas que sólo quien las vive podría explicar. Para negar una antropología medieval y no evangélica, se necesita valor y el manejo de conceptos que no conocen las mayorías teológicamente empobrecidas por sus pastores.
La consigna de Juan Pablo II de ir hacia atrás del Concilio Vaticano II (que cumple cuarenta años de haber terminado) es mayor con Benedicto XVI. Más poquita cosa, y por lo tanto más peligroso que su antecesor, se ha lanzado contra los franciscanos de Asís, como aquél lo hiciera contra los jesuitas, y amenaza con negar la comunión a políticos que voten contra lo que cree aceptable.
Sin demasiadas exageraciones, estamos ante un caso de simonía: se vende el sacramento a quien lo pague con su incondicionalidad y la renuncia a su propia conciencia.
Pero, aun antes del Vaticano II hubo tiempos en que la Iglesia mexicana podía mostrar a sus humanistas. Nombres como el padre Garibay, los padres Méndez Plancarte, el padre Ponce, entre otros, están en los anales de nuestras letras. Aun este humanismo, en la línea de Clavijero o de Claudel, resulta sospechoso a la actual jerarquía que a prefiere no saber leer ni escribir para evitar tentaciones: primo de los Méndez Plancarte y doctor en Historia, fue don Sergio Méndez Arceo.
Que al ver y oír a sus jerarcas el cristiano de a pie se pregunte si creen en Dios, es un problema antiguo. Viene de los acuerdos con Constantino, en el Siglo III, cuando el signo del crucificado se convirtió en herramienta para crucificar. El emperador,, quien por cierto nunca se convirtió (se convirtieron los obispos, pero no viceversa), lo vio claramente: “Con este signo vencerás”. Y con ese signo se ha vencido por la espada: la cruz del Humillado como espada para humillar.
Son demasiados cientos de años como para tocarlos más que de paso al hablar del papel político de la Iglesia mexicana en el 2006. Sólo sirvan para recordarlos e inclusive explicarnos por ellos el vestuario eclesial tan a la moda del Imperio Romano.
Con toda esa parafernalia, y olvidando los acuerdos posteriores a la Cristiada, se ha venido beatificando y aun canonizando a militantes de aquella guerra. Algunos, como el Padre Pro, no tuvieron que ver con el conflicto armado, otros, como Anacleto González Flores, fueron sus líderes. Toda la carne está pues en el asador y lo que se cocina huele a amenaza. La jerarquía eclesiástica mexicana. con el aval de Benedicto XVI está dispuesta a volver a lanzar una cristiada si los políticos no pagan “pesitos” por sus “pecaditos”.
La pregunta radica en si podrán levantar otra vez a las masas. ¿Tendrán la misma fueza en un México nuevo o sólo blofean?
Un grupo cada vez mayor de grupos e individuos (católicos, apostólicos y que no pretenden romper con la sede romana) cuestionan frontalmente a las cúpulas eclesiales. Con mayor o menor cantidad de argumentos teológicos y diversos niveles de cultura sobre historia de la Iglesia, les echan en cara decisiones que tan sólo buscan un poder político insostenible desde el punto de vista del Crucificado.
Como un retorno al erasmismo de hace quinientos años, estos católicos nos hacemos la misma pregunta que Máximo, el caricaturista de El País, ante la multitudinaria manifestación de homofobia encabezada por el Cardenal Primado de España. En el dibujo se pregunta Dios mismo: “No comprendo cómo con un Evangelio de izquierdas nos ha salido una Iglesia de derechas”.
Pero, también como hace cinco siglos, crece la Reforma contra Roma, ahora tambiuén en México. Las despectivamente llamadas “sectas” ganan adeptos en la mejor lid, por los más evangélicos métodos, desde el ejemplo hasta una lectura congruente entre la vida y la obra.
Crecen, por su parte, tanto el agnosticismo como el simple desinterés de los jóvenes por fórmulas que huelen a la humedad de los desvanes.
Pero algo crece también y es difícil medir su importancia en la realpolitik eclesial. Se trata de una relación con el narco, piadosamente llamada de narcolimosnas. Hasta dónde, desde cuándo y cómo se contabiliza esa relación en votos que ofrecer a los partidos, son preguntas fundamentales para poder medir el valor auténtico de los obispos en la subasta electoral. Mientras tanto, ellos mantienen sus precios al tope y los candidatos compran según sus cálculos, como ya se ha venido haciendo en el mejor estilo del esperpento: contra la censura, los mochos; y como antes los mochos, un supuesto izquierdista.

Los gesticuladores

Diciembre 16, 2005.

El gran valor de Rodolfo Usigli radica en que fue capaz de pensar en público. No sólo de pensar el país, con todo el peligro que ello suponía en momentos convulsos, sino de pensarse a sí mismo en el país, con el peligro quizás mayor de acertar y equivocarse a la vista de todos y desnudo.
Desnudo se muestra el Viejo Dramaturgo de una de sus últimas obras, Los viejos, ante el Joven Dramaturgo que le dice sin piedad: “Haga usted lo que quiera. La desnudez de los viejos me parece como un disfraz obsceno, pero allá usted”. Y el Viejo asiente: “A nadie le agrada desnudarse ante un público que no se interesa, pero no hago un acto de strip tease. He gastado mi vida con prodigalidad y estoy casi arruinado: el ayuno, la cuaresma... Pero ahora quiero más, más que nunca. (El joven dramaturgo ríe brutalmente.) No se trata ya sólo del teatro, aunque el teatro sea para mí la razón de mi sangre y mi vida”.
A fines de los 60 yo tenía alrededor de los 25 años y, aunque nunca lo conocí personalmente, me siento increpado por ese “diálogo imprevisto”. Y sobre todo ahora, que puedo hablar sin el maquillaje con que pedía la transformación en viejo al Joven Dramaturgo de su obra.
Sería, pues, una falta de respeto al teatro, a México y a mi historia personal, visitar a Usigli en su centenario sin tomarlo profundamente en serio. Al menos tan en serio como él mismo se tomó. Tan en serio como yo lo he tomado siempre. De nada valdría mi panegírico hueco sobre “el ciudadano del teatro”.
Hoy, me veo obligado a aceptar su profunda sabiduría como conocedor del alma nacional. Nadie entendió a este país de gesticuladores como él. Y sólo por haber creado ese categoría válida hasta hoy, “el gesticulador”, merece pasar a la historia.
Sin embargo, sostengo mi amargura y mis críticas de entonces. Y “no se trata ya sólo del teatro”, aunque su teoría de los géneros me parezca fatal para los creadores, hoy la considero útil para los filólogos (útil para el taxidermista, pero no para el animal en movimiento). En alguna ocasión, con otras palabras, le oí decir lo mismo a Luisa Josefina Hernández.
Nada de eso importa demasiado en su centenario. Aunque siga pensando lo mismo acerca de la ideología de El gesticulador, a Usigli le dolió México sobre todas las cosas, y su profundo dolor por México le sobrevive y nos interpela. Su indignación como nunca es válida.
Le dolimos los jóvenes y nuestros desprecios, como a nosotros nos dolieron los suyos. Pero así es la historia: nos la jugamos todos y todos fuimos lastimados por los gesticuladores. Sin embargo en algo ha cambiado mi juicio lapidario: sigo pensando que defendió a los asesinos de los míos pero pienso ahora que fue engañado por sus gesticulaciones.
Su última obra fue una diatriba contra los jóvenes, en la cual disfrazaba los acontecimientos del 68 tras La vida es sueño. Dedicada en septiembre del 71 a quien es ahora un viejo cínico que se regocija en su impunidad, Luis Echeverría, “por razones que la razón y el corazón conocen”, ¡Buenos días, señor Presidente! termina con una frase en labios del ex presidente Félix: “¿No mataron ellos mismos a sus hermanos, tan jóvenes?”
Desnudos y viejos, hoy, debemos hablar de qué fue de nosotros, los sobrevivientes. ¿También gesticulamos? ¿Qué debemos hacer, qué debemos callar, creer o no creer en cuál consigna..?
Está también la desnudez constante de Sergio Magaña. Fue él, nos recuerda José Emilio Pacheco, a quien se refiere Usigli como el que “no tan joven ya, sale del teatro a medio tercer acto dando fuertes taconazos”. Pienso que Magaña desencantado de su maestro por Jano es una muchacha debe entrar en mi encuentro de Los viejos.
Frente a un país de gesticuladores, el encontronazo de dos titanes del teatro mexicano tiene mucho que decirnos, tanto como la mirada de ambos hacia un futuro que ya somos nosotros. Ellos beben hasta la ebriedad (yo no puedo acompañarlos porque vivo el aquí y ahora de mi sobriedad de viejo) y en el choque de sus copas están el teatro y México: efímeros siempre y siempre a reinventarse.

La explosión del Tercer Mundo

Noviembre 18, 2005.

Lo que ocurre en los suburbios de París, otras ciudades de Francia y que ya se ha extendido a varios países europeos, es una cuestión de alcantarillas. El Tercer Mundo emerge por las alcantarillas del Primero en estallidos cada vez más violentos. Es un fenómeno físico que tras quinientos años de conquistas y saqueos se volverá imparable si el Primer Mundo no se detiene a reflexionar y a reinventar, si no la historia, al menos eso que llamamos la economía global.
La globalización, contradiciendo su nombre, reforzó las fronteras, pero ya nadie puede evitar que, aun cuando sea por ósmosis, los desheredados de la tierra se metan en las mismas venas de las grandes potencias. Ya no hay forma de mantenerlos confinados en espacios previamente saqueados hasta lo inconcebible.
Esos fenómenos del subdesarrollo que se veían, si acaso, con misericordia o, en la mayor parte de los casos, con absoluta desinterés, ya entraron sin ser invitados y sin pedir permiso. Y esto no podrá resolverse con la mano dura al estilo Giulani (por más que por ella haya apostado hasta la “izquierda” de López Obrador), ni con las patrullas ciudadanas “cazando” indocumentados en la frontera sur de los Estados Unidos, ni con la inmediata deportación de la “escoria” que crece en banlieus como quiere la derecha francesa (hoy feliz porque espera la subida de sus bonos electorales), ni los skean heads, ni el resurgimiento de todos los fascismos.
Desde luego es también un problema de racismo. Pero ese el mismo racismo que aquí se ha aplicado contra el indio, y que ha llevado el genocidio hasta la extinción de etnias enteras. El mismo de los yankees contra los niggers. Pero ya no es sólo un problema que la confinación dentro de los márgenes del analfabetismo y la vergüenza pueda controlar. Esto se ha convertido también en lucha de clases como dijeran los anarquistas, los socialdemócratas y los comunistas tras la masacre de la Comuna de París. Siempre París, la ciudad que ilumina incluso los desastres.
Pero, con todo y su componente racista, no es un choque de civilizaciones como quisiera Huntington. Un choque de civilizaciones que justifique la Cruzada de Bush contra un Islam que ataca. Los imanes en Francia han lanzado una fatwa contra la violencia, pero los jóvenes desempleados de los suburbios no les hacen caso, aunque sean musulmanes. En un artículo de Walter Laqueur, publicado en La Vanguardia de Barcelona, leí en estos días: “el mensaje de la elite musulmana no ha alcanzado el núcleo de la gente joven; acaso, más probablemente, lo que pasa es que nunca les ha importado menos lo que pueda pensar gente como abogados y empresarios... Como dijo el padre de un joven alborotador en un barrio periférico de París, "cuando le rogué a mi hijo que no se uniera a los revoltosos, me amenazó con un cuchillo".”
Y la violencia contra la violencia no detendrá nada, aun cuando siguiéramos la irónica salida de Swift que yo me atreví a utilizar en Matar chavitos, una obra que me dolió muchísimo escribir por que la ironía suele morder.
Tenemos la profecía del último Nobel, Harold Pinter, en su Tiempo de fiesta. Desde mi lectura de la obra, lo mejor de Occidente se llamaba Jimmy y algún día, muy próximo, comenzará a decirse: “Tuve un nombre, me llamaba Jimmy. La gente me llamaba Jimmy. Ese era mi nombre. A veces oigo cosas. Luego hay silencio. Cuando todo está en silencio escucho mi corazón. Cuando llegan los ruidos terribles no oigo nada... Luego regresa el silencio. Escucho el latir de un corazón... Probablemente sea el latido del corazón de otra persona. ¿Qué soy yo?”
Del otro lado, en su obra quizás más entrañable, La noche justo antes de los bosques (1977), ese poeta maldito que fue Bernard-Marie Koltès nos habla de la rabia de un oprimido que empieza a tener “ideas” en su cotidiana pesadilla. “Mi idea de un sindicato internacional, y entonces todo será nuestro, los cafés, la calle, las pinches viejas, los niños ricos y sus armas, la tierra entera y también el cielo, y entonces les tocará disfrutar a las ratas, compañero, habrá llegado nuestro turno, y a mí, el ejecutor, me habrá llegado la hora de agarrarme a golpes y buscaré por todas partes, dónde están ahora aquellos que me vomitaban encima”.
En mis tiempos decíamos con Rimbaud: “debemos cambiar la vida”. Hoy me dicen que eso suena anticuado, cursi y, sobre todo, ineficaz. Tienen razón en lo último: hay que traducir el poema en un cambio de relaciones económicas (desde las deudas históricas, que son las olvidadas, hasta las deudas artificiales, que son las que desangran). Pero no hay otra salida. Debemos cambiar la vida para vernos como hermanos y no como explotadores. O esperar pacientemente a que se metan en nuestras casas para matarnos y destruirlo todo, sin importar que estemos pertrechados hasta los dientes. Sea en París, sea en Berlín, sea en la Ciudad de México, o sea incluso en Mérida.

Gobierno de caciques

Noviembre 4, 2005.
La visita de Felipe Calderón a Elba Esther Gordillo, al día siguiente de su victoria, sólo se entiende en quien va a la búsqueda del voto duro del sindicato más grande de América Latina, el de los maestros. Caza de voto caciquil, deporte electorero. El neo panista presidente Fox y su señora Martha deben (o deberían) andar a la busca de caciques que les cuiden las espaldas en su bastante lamentable retirada. Las tribus de dinosaurios que han pactado con Roberto Madrazo son las de los caciques de siempre que garantizan el voto duro priísta. Y el Tucom desaparece en cuanto no garantiza ventaja alguna para ningún cacique. Si algo garantizara, renacería.
Que el PAN busque votos caciquiles de los cuales carece o proceda a organizarlos por medio del sucio pero eficaz sistema de compra-venta en los lugares que gobierna, es lógico puesto que los caciques le han convenido siempre a los partidos de las derechas. Que el PRI se nutra de ellos no es sólo cuestión de conveniencia sino de supervivencia: el PRI es sólo un pacto de caciques tipo aquel con el cual Capone y Dillinger se repartieron Chicago o Stalin se instaló en el Kremlin, a la manera como el General Calles organizó su Partido. Eso ha sido el PRI durante 70 años y sólo eso puede ser.
Lo lamentable es que una supuesta izquierda que ha usufructuado el registro, los edificios y hasta la memoria de luchas y dolores históricos, juegue en las mismas ligas del blanquiazul y del tricolor. Con el PAN en la Liga de la Decencia, con el PRI en la del voto duro.
Pero a la caza de caciques priístas enojados que pongan sus votos duros en la mesa de AMLO (no de Las Vegas como fuera costumbre de algún colaborador íntimo) van Manuel Camacho Solís, Socorro Díaz y muchos otros priístas ya desde antes enojados. Al mismo tiempo, impone a su delfín para que mueva la estructura caciquil de una ciudad que Ebrard (con Camacho) organizara desde el salinato y cuyo voto duro han acabado de amarrar los nuevos caciques perredistas comandados por Bejarano.
El propio López Obrador pacta con los caciques de la Iglesia: nada de sociedades de convivencia, silencio en cuanto a la píldora del día siguiente, orden tajante de que la Asamblea frene la discusión sobre muerte asistida. Para la prensa, sus silencios de media hora que dan pie al chiste evasivo para terminar con el plural mayestático, “nosotros siempre hemos dicho”, y salida por la tangente.
De esto último ha dejado constancia indignada y contundente Sergio Alan Villarreal, director de Notigay, en una carta dirigida a AMLO el 22 de octubre del 2005 y en la cual cita una entrevista hecha por El Universal: “Yo me reservo por ahora. Política es tiempo, dijo el ex jefe de Gobierno cuando El Universal le pidió su opinión. El precandidato perredista prefirió no hacer comentarios sobre estos asuntos, pero sí opinó del triunfo que obtuvieron el lunes, en el beisbol, los Cardenales de San Luis, sobre los Astros de Houston. Es decir”, le increpa Villarreal, “para usted es más importante fijar su postura sobre un triunfo deportivo en otro país que hacerlo respecto a los derechos de parejas homosexuales, estigmatizadas hasta el cansancio. Le importan a usted un comino los principios del PRD.”
Política no es tiempo para AMLO, sino cabezas entregadas para la compre-venta al Cardenal Rivera; y no le importan un comino los principios, sino que nunca los ha compartido porque nunca ha sido de izquierda más que en el discurso mañanero.
Total: gobiernan los caciques. Nada ha cambiado y nada cambiará en el plazo de una campaña electoral increíblemente costosa. Este país lo manejan los caciques y los caciques organizan su fuerza cada cual a su manera: unos, repartiendo dinero; otros, repartiendo golpes; y, los más, repartiendo dinero y golpes por igual en sus reinos respectivos. Esos reinos del “voto duro”, casi siempre rural, al que no alcanzan las encuestas.
¿Qué debe hacer un simple mexicano que ha luchado siempre contra la cultura caciquil y ve que el PRI va a retornar al poder, aunque sea con otro color partidista y con otras siglas? No sé, yo renuncio a ese plural mayestático tan poco republicano que tanto me molesta. Además no soy un simple mexicano, sino un ciudadano gay que ve crecer la homofobia en todos los partidos con posibilidad de triunfo.
Yo, si no encuentro en las boletas alguna opción de izquierda que me represente, anularé mi voto. Iré a votar, para que no se me cuente en el ejército del lamentable abstencionismo, pero anularé mi voto para que se cuente como eso, anulado, lo cual es una posición política.
Finalmente está viva la memoria de la recientemente fallecida Rose Parks quien con un gesto de negra indignada inició hace 50 años un movimiento de derechos humanos que no ha terminado aún. No pretendo que mi gesto inicie nada, pero sólo tengo eso, mi dignidad. Y no, no cederé mi asiento a ningún “blanco” que me la niegue.

Mestiza power

Julio 15, 2005.

No es nada nuevo hablar de que ser mujer e indígena es ser marginal entre los más marginados. Sin embargo, por mucho que se hable del tópico, muy poco se escuchan las voces auténticas de las mujeres indígenas. Hablamos de los otros pero no queremos escucharlos. Son tiempos de una guerra paradójica: mientras más tiempo ocupa en los medios la defensa de los derechos humanos, se pisotean con mayor violencia en el mundo de carne y hueso.
Así, cada vez se vuelve más urgente escuchar las voces auténticas de los marginados, sin retóricas bien o mal intencionadas, sin cinismos policiacos, sin amarillismo de quien comercia con el dolor. Mestiza power, un espectáculo teatral de Conchi León que se está presentando en Mérida, nos permite escuchar esas voces y nos toca en lo más profundo de nosotros mismos: ese algo de carne que aún subsiste en las vísceras de piedra que nos vienen conformando a fuerza del discurso humanitario.
En Yucatán resulta tan vergonzoso el solo sustantivo “indio” con el cual insultamos en el resto del país, que se utiliza “mestizo” para el mundo indígena. Hablar de las mestizas es equivalente a hablar de las marías en la Ciudad de México, o de las indias, o de las inditas cuando hacemos paternales los insultos. Así que Mestiza power correspondería a “indita power” en otros rumbos. Y la contradicción de los términos es parte esencial de su mensaje.
A partir de una serie de entrevistas con vendedoras ambulantes de Mérida y en torno a una de ellas (“vestida de hipil con chancletas y lentes Ray Ban que vende fruta”) Conchi León estructuró su espectáculo. Así responde a la pregunta de ¿por qué el español y el inglés en el título de Mestiza power?: “Porque esa mujer de los Ray Ban tiene esa mezcla: hipil bordado a mano y Ray Ban.., se sienta en un huacal, ¿la han visto?, ¿no?, hoy la verán y escucharán su voz, que coincide con la voz de otras mestizas y la voz de nuestro pueblo”.
Los “indios”, como los “jotos”, las mujeres “babosas que están buenísimas” y la propia esposa que “además de babosa es espantosa”, han sido víctimas seculares de la burla en los chistes caseros y en los teatros de revistas. Así, la primera reacción ante la mestiza de los Ray Ban es la carcajada. Después viene una voz que provoca más risas: “¿Y qué, son nuevos tus lentes? ¿Nueva moda entre las mestizas?” Y responde Soco, la mestiza: “¡Nooo..! Ayer me operaron mi ojo, no debo salir, pero si no vendo no como. Sabes qué pasa, me dio un sillazo mi marido en mi cara. Cuando sentí el golpe, ¡bom!, caí al piso y dije yastá , allá quedé. Pero nada, no morí, nada más me salió la catarata. Me operó el doctor y, mientras, traigo mi lente. Ni modo. Que más.”
Y ahí comienza, también espléndidamente actuado por Conchi León, el monólogo de Soco. A través de Conchi, Soco se explica. A mí me corresponde tan sólo abrir los dos puntos para trasladar a mis lectores la última parte de su testimonio:
“Yo tengo 54 años ya no voy a buscar hombre, ya toy vieja, toy cansada. Yo, pa que me moleste un hombre, ¡noo! Mejor voy a vender. Si busqué lo comí, si no lo busqué no comí. Bueno su marido de mi hermana sí me dijo, vente conmigo, yo te saco a vivir. Pero le dije ¡no! por mi hijo, mi x’tupito (modo de llamar al hijo mas pequeño de la familia) . Es que tengo que ver que lo curen por que toma bastante.¡Está enfermo de su alcoholición! Si encuentro quién lo cure a él…ya curado entonces, que se case, yo le doy un terrenito y así ya puedo hacer lo que yo quiera por que él ya no va a estar en mi poder. Por que mientras mi hijo este en mi poder es mi deber de madre darle lo que quiera. Porque el chiquito no te pidió venir al mundo. Tú abriste las piernas y aquí está. A él lo tengo bien, que quiere esto que quiere lo otro... se lo doy. Si yo vengo a vender en Mérida para comprarle a mi hijo lo que él quiera, hasta me lo quito de la boca pa dárselo. A veces ni eso hay. ¿Y cómo? ¿Dónde lo voy a agarrar? ¿Lo voy a robar? Ta jodido, ahorita todo ta jodido...”
Las otras dos mestizas, una sirvienta y una curandera, son magníficamente interpretadas por Asunción Haas y Laura Zubieta, respectivamente. Con escenografía de Manuel Araiza y musicalización de ese maestro del teatro yucateco que es Wilberth Herrera, se presenta este Mestiza power en el espacio de Escena 40 Grados (www.escena40grados.net) que, manejado por Raquel Araujo y Oscar Urrutia, busca ampliar el número de espectadores de teatro en Mérida.Los espectáculos de la Ciudad de México son ampliamente conocidos en toda la República, gracias a la cobertura de los medios nacionales centralizados. Ojalá que en todo el país se conociera también un espectáculo como este del que dice Conchi León: “En 1973 conocí a una Mestiza Mayera de Dzitás, mi abuela, madre de otra mestiza a quien llamó Cenobia, mi madre. A mis hermanas, para ellas y para las hermosas mujeres mestizas dedico este espectáculo”.

Margules, el combatiente

Junio 17, 2005.

Una característica del genio radica en que se siente obligado a cumplir con una misión. No escoge cumplirla: debe hacerlo. Por lo tanto, no trabaja: lucha. No se gana la vida: la arriesga hasta el máximo. No importa que ignore el sentido último de su lucha o, inclusive, que dude de un sentido en su lucha: es sólo un combatiente.
En este sentido, puedo afirmar sin duda que Ludwik Margules es un genio, y que en el teatro mexicano no abundan los guerreros de su clase.
Aunque suele usarse la palabra “genio” como un elogio más o menos cordial, yo quiero emplearla en estas notas (a propósito de sus Memorias, recogidas de conversaciones con Rodolfo Obregón) como una categoría estética que nos refiere al frenesí del poseído por la divinidad, que describiera Platón. Ese poseído al que, tras describirlo con tanto conocimiento de causa, el mismo Platón expulsara de su República porque el genio siempre resulta incómodo.
Yo suelo usar poco el concepto porque me satisface altamente el de trabajador del arte, en el sentido del hombre que ha recibido el regalo de objetivarse en su propia creación y la misión de transformar la realidad con los distintos rostros de la belleza. Quien todavía recuerde a Marx escuchará algún eco de sus Tesis sobre Feuerbach en mi definición anterior, sólo que yo juego con los contrarios, entre la metafísica de una fe que transforma la realidad más allá de los límites del sueño y la obligación insalvable de un compromiso transformador con la realidad concreta.
Así, el frenesí del creador poseído por la voz de sus divinidades, no sólo me resulta válido sino enormemente luminoso. Como se quiera llamar, genio o trabajador, el artista tiene una misión: es un combatiente. Y eso es Ludwik Margules.
A veces, entre técnicas, métodos, disciplinas, talleres y una serie de academicismos con los que saturamos a los jóvenes creadores del teatro, olvidamos una verdad fundamental: no basta para el artista con aprender un oficio, es precisa una voluntad de transformación (de una realidad, una suprarrealidad o una infrarrealidad) simplemente porque un grito resuena en algún sitio y desea hacerse oír por boca del poeta.
Por ello, Margules me devuelve el entusiasmo cuando leo en sus Memorias que “cada puesta en escena era para mí una revelación de que se puede plasmar, darse en el escenario y gritar o, más bien, ladrar mis verdades. Y tal pareciera que cada puesta en escena la iba a pagar con mi vida, por la identificación con el material escénico o con las ideas que quiero o quise plasmar. Nunca consideré una puesta en escena como un pequeño paso adelante en la depuración de una estética personal. Consideré desde el principio y considero cada una de las puestas una gran proeza espiritual”.
Severa vigilancia fue la primera proeza espiritual de la cual fui testigo. Entre esos tubos con que Alejandro Luna lanceó el espacio del Teatro Coyoacán, vi volar como pájaros en su jaula a José Alonso, a un Miguel Flores que desde Teatro en Coapa siempre ha dictado cátedra y a mi inolvidable Fernando Balzaretti, un genio de la actuación para Margules.
Ese Genet me conmovió tanto como lo haría años después Lindsay Kemp con su Flowers. Margules se había elevado ante mí a la altura de los grandes maestros. Después temblé literalmente, como Shakespeare querría, con su Ricardo III y reencontré a Chejov con su Vania. Y vinieron Las marionetas o La señora Klein y siempre el temblor del artista que se juega la vida y obliga al público a perder el equilibrio.
Ahora, en sus Memorias, gracias en gran medida al inteligente y acucioso trabajo tanto de investigación como de buen oído de Rodolfo Obregón, Margules se revela, se entrega con su reconocida violencia y con una ingenuidad de niño grande por mí insospechada.
De muchas opiniones no me convence, pero eso no importa, porque no son características del genio ni la justicia ni la justeza. Por ejemplo, yo seguiré pensando que hoy, en tiempos de guerra en Chechenia, Irak y Palestina, es la vigencia de Albert Camus, con la cruel paradoja que cimenta su pensamiento, la que explica y condena los terrorismos.
Pero lo verdaderamente importante es que, al permitirme sus Memorias el recuerdo de Fernando Balzaretti y de Julio Castillo a quienes él varias veces reconoce como genios, entiendo que su frenesí creador es un frenesí de niño, como el de ellos. Los conocí bien y sé que en alguna forma comparten cuanto ahora adivino en la mirada que Margules me revela: los tres han sido habitantes eternos de sus propias infancias. Lugares lejanos Mixcoac, Santa Julia o Varsovia, pero espacios del sueño y de la rebelión. Dice Margules: “Mientras dirigía la obra, no me salían de la memoria las imágenes que muestran la capacidad del hombre para degradarse y autodegradarse, imágenes que coleccioné en múltiples situaciones, ante todo en mi infancia, en los años de Rusia y en la juventud de mi vida.”

Encuentro entre iguales

Junio 3, 2005.

“La característica definitoria de nuestra sociedad posmoderna o postindustrial es la fragmentación en una pluralidad de discursos sin un metarrelato unificador... Esta incredulidad respecto a los metarrelatos está aguzando nuestra sensibilidad para valorar las diferencias.” El anterior concepto de fragmentación de Jean-Francois Lyotard, definido así en un estudio sobre Feyerabend, me dio el punto de arranque para una charla en Tijuana. Una charla en el fragmento extremo de esta República Mexicana de por sí fragmentada, y dentro del IX Festival Universitario de Teatro que organizó el Centro de Artes Escénicas del Noroeste.
La imposibilidad de las unificaciones que molesta desde a los teólogos inquisitoriales y los neoestalinistas apoyadores de Fidel y de Chávez, hasta a los priístas enquistados en todos los partidos que sólo entienden el centralismo, es también la gran oportunidad para quienes por una u otra razón hemos conocido la vida en cualquier margen (sean la pobreza más soez o la esclavitud en el matrimonio, sean el miedo y la humillación de quien habita un clóset). Sin embargo, la fragmentación no deja de ser un riesgo y requiere de una cultura democrática recién nacida en nuestra patria que debe alimentarse con una aceptación de las diferencias cuyo inicio radica en simplemente conocerlas.
Todo lo dicho que vale para la filosofía política, para la religión y para la política, es fundamental en el arte. No hay arte sin conocimiento de las otredades. Puede haber dogmatismo o burocracia académicas, pero no expresión auténtica. Por ello resultan tan importantes todos los pasos, dados en cualquier sitio con este fin. Y un paso cada vez más firme, puesto que llega a su noveno año, es este encuentro teatral organizado como Festival Universitario de Teatro: desde una ciudad extrema hasta otra ciudad extrema (de Tijuana a Mérida), sin exclusión del Centro, pero con presencia de la República entera.
Del 12 al 22 de mayo, se escenificaron en el Teatro Rubén Vizcaíno Valencia de la Universidad Autónoma de Baja California las siguientes obras: Galaor en dramaturgia de Jaime Chabaud a la novela de Hiriart, por el Grupo Reflejos y Matices de la Escuela de Artes de Tijuana, bajo la dirección de Claudia Villa; Monogamia de Marco Antonio de la Parra, por el Grupo Mexicali a Secas, bajo la dirección de Angel Norzagaray; Hotel dramaturgia de Virginia Hernández a partir de textos varios, por un grupo de Ensenada; Deseo de Víctor Hugo Rascón, por el Grupo Mexicali a Secas, bajo la dirección de Angel Norzagaray; Los días de Carlitos, unipersonal de Adrián Vázquez, de Xalapa, con asesoría y supervisión de Martín Zapata y Adriana Duch; La ruta de las abejas de Daniel Serrano, por el Taller de Teatro Universitario de Tijuana, bajo la dirección de Javier Vera; Mi primo Federico de Isidora Aguirre, por el Teatro Rehilete de Monterrey, dramaturgia y dirección de Gerardo Valdez; De la misma arcilla de Luz Valencia, por el Taller de Teatro de la Escuela de Artes de Tecate, bajo la dirección de Dora Arreola; Telefonemas de Edgar Chías, por el Grupo Cuarta Pared de la Ciudad de México, bajo la dirección de Marco Vieyra; ¡Juilas!, que vamos lejos de Sergio Galindo, por la Compañía Teatral del Norte, bajo la dirección del autor; Asesinato de Desdémona, versión libre del Otelo de Shakespeare, por el Taller de Teatro Clásico de la Universidad Veracruzana, bajo la dirección de Fernando Yralda; Tres deseos pero ningún tranvía de José Ramón Enríquez, por la Compañía Teatro Hacia el Margen de Mérida, bajo la dirección del autor.
De este Festival, con más de la mitad de obras de autores nacionales, yo tuve la oportunidad de ver el espléndido trabajo de Sergio Galindo y el resultado del taller veracruzano sobre Shakespeare. Nada más disímbolo y enriquecedor por lo tanto. ¡Juilas!, que vamos lejos, con el pleno dominio del lenguaje de su autor y director, es realmente una muestra del teatro diverso, realmente “otro”, que uno agradece al cruzar por aire la enormidad territorial de México. El asesinato de Desdémona es un ejercicio serio que lucha por equilibrar los desniveles de escolaridad, dentro de una lectura isabelina que fue nueva cuando Ian McKellan interpretó a Ricardo III y Derek Jarman filmó a Marlowe, pero que aún puede servir como esquema para un taller.
Tanto la posibilidad de haber visto empresas tan diversas, como la programación del Festival y las publicaciones del CAEN que dirige el dramaturgo y actor Daniel Serrano, me permiten una conclusión inmediata: vale la pena que los festivales sean organizados desde la llamada Provincia, sin la presión que una Muestra tan mayúscula como la Nacional provoca. Así, los encuentros se dan realmente entre iguales. Lo cual no quiere decir que ya dogmas y centralismos se hayan superado. Los metarrelatos que quieren volver a ser unificadores no soportan la otredad.

Dios existe

Abril 1, 2005.
Llevaba yo toda la Semana Santa preparándome para esa noticia y, sin embargo, la llamada de Sergio no resultó menos dolorosa. En la madrugada del lunes de Pascua, nuestro Octavio Galindo había muerto. En su Hermosillo, a los 62 años, rodeado por los suyos, los ahí presentes y los ausentes (como yo que, en el litoral opuesto de nuestro república, estaba acompañándolo).
Octavio, compañero de peace and love en aquellos ya tan lejanos años 60. El Charro, como lo bautizó Julio Castillo y así fue conocido. Ya no iba a estar aquí para encontrarnos en el restorán de Luigi de los Condesa, y hablar entre carcajadas de cuando fuimos jóvenes y apostamos por un mundo muy distinto de éste.
Triste y dura me resultó esta semana en la cual, por una de esas razones que han formado parte de mi diálogo constante, por fin vi Dogville y precisamente en Viernes Santo. Dogville me obligó a reflexionar con amargura en la repugnante condición humana que entrega a Cristo-Nicole Kidman a las manos del Padre-James Caan para que el Paráclito-sus gángsters completen el misterio. Qué película tan maravillosamente teatral la de Lars von Trier. A partir de Dogville, ¿cómo cantar la Pascua? ¿Cómo ser testigo de que Cristo venció a la Muerte si la mínima lógica es que la bajeza y la muerte resultan vencedoras?
El testimonio de alegría pascual es en realidad la agonía del cristiano, no las estupideces que impone la jerarquía: esperar contra toda esperanza, ser testigo de un triunfo contra toda razón.
Por eso, también este año, tan rodeados de muerte por un tsunami, por la voluntad asesina de las buenas conciencias a lo Dogville que George Bush representa, y por la simple y triste desaparición de los que hemos amado, deseo a mis lectores, mis hermanos, ¡felices Pascuas de Resurrección..!
Para mí, comenzó la Semana con una noticia dolorosa: el suicidio de Jorge Kuri, uno de los más brillantes dramaturgos de la generación que está llegando apenas a los 30 años. En las varias ocasiones en que debí defender inútilmente su obra La amargura del merengue dije lo que continúo pensando, que era extraordinariamente importante. Demasiado quizás para nuestro teatro. No creo que se haya estrenado en México pero sí en Nueva York, en el espacio ya mítico de La MaMa.
Ojalá queden sus anotaciones de puño y letra sobre patafísica, esa “ciencia de las soluciones imaginarias” que descubrió Alfred Jarry, maestro indiscutible de Jorge Kuri, aunque están los artículos de Jorge que sobre patafísica publicara en Sábado Huberto Batis.
Así, comencé la más alta semana teológica del año con el testimonio cruel de la angustia como auténtica situación límite, y la provocación punzocortante del argumento antiteológico de Jarry, maestro de Jorge Kuri: “Dios no existe y la prueba de que no existe es que se llama de otra forma...”
Tampoco existía el Papa para el autor de Ubú. Recuerdo el diálogo entre Marforio y Pasquino en un pequeña obra de Alfred Jarry: “--¿Ha muerto el Papa? --El Papa no ha muerto. Tiene muy buenas razones para ello. --¡El cielo sea loado! ¿Entonces Su Santidad está mejor? --¡Ah, no! No está mejor. También tiene muy buenas razones para ello. --Entonces la enfermedad no se ha agravado y el estado del Santo padre es estacionario. ¡Penosa pero consoladora incertidumbre! --Escúcheme bien, Marforio, voy a confiarle a usted un secreto: el Papa no está ni muerto, ni curado, ni enfermo, ni vivo... --¿Su Santidad no es entonces más que una invención, una noticia falsa creada por los periodistas? --Agregue usted: por los periodistas anticlericales...”
Y, sí, el Papa estuvo presente en los medios esta Semana Santa por su lamentable agonía. A mí me lo recordaron también los 25 años de la muerte de Monseñor Romero que se cumplieron precisamente el Jueves Santo. Monseñor Romero había recibido todo el apoyo de Paulo VI pero no pudo conseguir lo mismo del recientemente elegido Juan Pablo II. Se supo que inclusive el nuevo papa polaco lo había reprendido y, lógicamente, ésa fue la señal para que su asesino apretara el gatillo y le rompiera un corazón indudablemente cristiano. Este jueves santo, 25 años después de aquel momento seguí oyendo a San Romero de América repetir las palabras de Cristo: “Esta es mi sangre que será entregada...”
Y por fin, el lunes de Pascua, la muerte de Octavio, que fue como el final de algo muy propio. Por eso he querido ver su foto de esa edad junto a mis notas. La Escuela de Teatro, las libaciones, Sergio y los Galindo que ya son mi familia, la eterna voz de Margie, Jimena, las primeras obras. Inclusive la entrada de Octavio al cine con José Agustín, en esa aventura fresca y provocadora como todo lo suyo, que fue Ya sé quién eres te he estado observando.
Con el adiós a Octavio en la garganta, recupero el aire e invierto la argumentación patafísica: para mí, Dios existe justamente por eso, porque se llama de otra forma...